Siete años después de estar presa por el escándalo de las chuzadas del DAS, su última directora, María del Pilar Hurtado, acaba de salir libre después de estar siete años en la cárcel. Aunque tuvo en sus manos dar pistas, colaborar con la justicia sobre el papel de su mentor, Álvaro Uribe Vélez, quien siendo presidente la nombró cabeza de esa institución, Hurtado guardó un silencio inquebrantable. Su pesadilla arrancó en enero del 2015.
Por esa fecha María del Pilar Hurtado llegó extraditada de Panamá el 31 de enero directo al búnker de la Fiscalía. No habían pasado 48 horas de su detención cuando llegó el abogado del colectivo José Alvear, Luis Guillermo Pérez a su lugar de detención provisional. Pérez había liderado la estrategia jurídica que logró que Hurtado tuviera que darle la cara a la Corte Suprema de justicia que la condenó a 17 años de prisión.
Las limitaciones económicas sumadas al descrédito profesional, personal y familiar, forzaron su retorno. Estaba sola, como en sus años de asilo, cuando después del empujón que recibió del expresidente Uribe para conseguirlo con el gobierno de Ricardo Martinelli en 2010, nunca volvió a saber de nadie, ni de él, ni de los funcionarios amigos con los que trabajó.
Fue en esos primeros meses de soledad cuando conoció a quien se convertiría en su esposo, Horacio Arteaga Montoya, un panameño asesor de la embajada norteamericana en Panamá. Una soledad con la que ha lidiado y a la que regresó con un esposo ausente y lejos de su familia.
Volver fue muy duro, sobre todo porque tuvo que ver de frente a Luis Guillermo Pérez, el abogado del Colectivo quien veía en ese momento como su larga batalla, que empezó en el 2010, llegaba al término esperado: la repatriación de Hurtado para que pagase sus crímenes en el país.
En los últimos meses del 2010 encontraron un expediente en el que constaba que desde el DAS se le hacía un seguimiento a Reinaldo Villalba, uno de los nueve abogados del colectivo. En el extenso folio que formaba parte de las pruebas en contra de Hurtado y del entonces secretario general de la presidencia Bernardo Moreno, aparecen fotos suyas, con su esposa y su hijo entrando a la casa, en el colegio, visitando a sus abuelos, detalles de sus movimientos cotidianos; agendas completas de los sitios que visitaba, la gente con la que se encontraba.
Llegaron luego otras evidencias del espionaje que hacía el DAS. Seguimientos al entonces director del colectivo Alirio Uribe, que revelaban la intencionalidad del trabajo de inteligencia: el anzuelo para irrumpir en su intimidad fue la empleada doméstica a la que se acercaron a través de otra mujer que se encargaría de ganarse su confianza. Y lo lograron. A través de ella invadieron con micrófonos la vivienda de Uribe y para dar cuenta de sus movimientos cotidianos alquilaron un apartamento vecino. Empezó luego una guerra psicológica a través de llamadas anónimas a la esposa del hoy senador para generar sospechas de comportamientos de infidelidad. El propósito: desestabilizarlo emocionalmente y quebrar a uno de los más férreos opositores del Uribismo.
Le podría interesar:
Víctor Mosquera, el abogado que consiguió poner en libertad al cerebro de las chuzadas