Todo comenzó el pasado 18 de Marzo de 2020, siendo las cuatro de la tarde, recibo la noticia en mi trabajo de que nos teníamos que acoger a un aislamiento preventivo obligatorio. La medida tomada por la alcaldesa de la ciudad de Bogotá, Claudia López, me causó tranquilidad, pues, por un lado, podría descansar de la cotidianidad del trabajo y, por otro, podría avanzar en mi proyecto de tesis. Dos días después, el presidente decretó un aislamiento obligatorio a nivel nacional, la noticia me cayó como anillo al dedo, pues tenía mucho más tiempo para avanzar en mi proyecto y continuar con decenas de trabajos acumulados.
Los días eran fríos y tranquilos, realmente los aproveché al máximo, pues no tenía la certeza de si la empresa en la cual laboro decidiría continuar con sus labores, ya que, si bien no es una labor esencial, está abierta para servicio al cliente. Para esos días escuchaba distintos casos de contratos finalizados con justa causa por parte del empleador y debo admitir que tuve miedo de que me pasara a mí también, aunque decidí tranquilizarme y seguí disfrutando mi tiempo en casa.
Tras haber estado 11 días en aislamiento la empresa en cual trabajo me notificó que debía volver a mis labores de manera presencial, de algún modo envidié a las personas que pueden realizar trabajo en casa, pero no tuve más opción que aceptar. Estuve preparándome para salir al mundo exterior que, aunque parezca mentira, era totalmente diferente a como lo recordaba.
Debía estar en el trabajo a las ocho de la mañana, así que ese día me levanté con la esperanza de que solo fuera un mal entendido y no tuviéramos que volver a trabajar ocho horas diarias. Al salir de mi casa, sentí un gran temor, no solo por mí, sino por mi familia, que se quedó descansando en casa. Las calles estaban desoladas, casi no había transporte y tras un largo tiempo esperando por fin pude emprender mi camino al centro de la ciudad. Habíamos cinco personas en el bus y entre todos el ambiente era tenso, pues nadie quería tocar al otro. A las 08:05 a.m. mi jefe nos explicó a las otras nueve personas junto a mí que debíamos reactivar labores por orden de la gerencia, íbamos a laborar cinco horas diarias y comenzamos la jornada laboral. Admito que era extraño volver a laborar después de este tiempo, varias personas habían hasta olvidado la contraseña de sus usuarios.
A partir de ese momento he estado laborando todos los días a excepción de los días santos, aún siento temor por mis abuelos o mis hermanas, pero estoy tomando todas las medidas necesarias cuando se sale a la calle, sé bien que esto no impide que haya cierto riesgo de contagio. Nunca imaginé vivir una cuarentena y mucho menos a causa de un virus tan agresivo, que al día de hoy ya ha cobrado varias vidas.
Hoy estoy a la espera de que la situación del país mejore, más para las personas que se están viendo afectadas por la desigualdad social. Soy solidaria con ellas porque entiendo que no debe ser fácil vivir del día a día. Realmente espero que todo esto acabe pronto y todos podamos volver una vida “normal”, tan normal como para volver a invisibilizar los problemas sociales que realmente fragmentan la sociedad.