El corregimiento de Nazareth, en el extremo norte de Colombia, hace parte del municipio de Uribia, el segundo más grande del país. En medio de las ardientes sabanas de La Guajira, este el hogar ancestral de la etnia wayuu.
En medio de la aridez, Nazareth es una especie de oasis. A sus pies se eleva un bosque enano único en el mundo, y se levanta una serranía en la que se circunscribe Parque Nacional Natural Makuira, propiedad ancestral del clan pausayu y cuna de los dioses de la sabiduría y epicentro de la Alta Guajira.
Su belleza es singular, es fuente inagotable de agua, sin igual en la región, además de exóticas especies de aves, tigrillos, venados, orquídeas y helechos, lo hacen un ecosistema único en el mundo.
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Allí funciona hace 110 años un internado fundado por curas españoles, posteriormente retomado por terciarios capuchinos italianos, que evangelizaron la zona, donde hoy existen dos colegios, un hospital, la oficina de Parques Nacionales Naturales, una Casa de la Cultura (a punto de derrumbarse) una sede de la Registraduría, otra del ICBF y presencia policial.
A pesar de lo idílico que pueda sonar, los retos son enormes: aún depende de plantas eléctricas a diésel para la energía eléctrica y la señal celular, con lo que el poblado deja de existir para el exterior a las 9 pm y revive a las 8 am del día siguiente, en condiciones normales.
Asimismo, es casi misión imposible llegar hasta allá (sobre todo en invierno) por las deficientes vías de acceso terrestre, lo que se refleja en los altos costos del transporte y de la canasta familiar.
Este oasis tomó inusitada importancia en estos días con los anuncios del presidente Gustavo Petro, que planea escindir de Uribia al corregimiento y los otros 9 del extremo norte de La Guajira, para constituir un nuevo municipio.
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Esa, entre otras pocas promesas, hace parte del paquete de soluciones del Gobierno Central para hacer frente al incumplimiento de la sentencia T-302 de 2017, que busca proteger a los wayuu -y sobre todo a sus niños- de la desprotección oficial que los ha condenado a vivir con hambre, sed y enfermedades asociadas a ella, dejando decenas de infantes muertos cada año.
Los nazarenos, por su parte, esperan que esta vez sea la vencida y que por fin lleguen las soluciones que por décadas les han sido esquivas.