Fue entre casas de bahareque y techos de paja, en Nabusimake, una comunidad asentada hace siglos en lo alto de la Sierra Nevada de Santa Marta, donde Leonor Zalabata, siendo muy niña, aprendió que su misión era defender y cuidar la tierra.
Son siete horas a lomo de mula las que se requieren para llegar a Valledupar, el centro urbano más cercano a donde los arahuacos, hace casi 70 años, cuando nació Leonor Zabaleta, poco iban. La vida corría tranquila en Nabusimake, donde asistió a la escuela Magola Hernández dirigida aún por los Padres Capuchinos, quienes con su misión evangelizadora llegaban a los pueblos indígenas de Colombia. Leonor Zalabata descolló pronto como presidenta del consejo estudiantil, donde se mostró confrontativa con quienes llegaban a catequizar. Hacía respetar sus creencias, sus tradiciones, su cultura. Era la que entendía.
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A los 18 años se despidió de Nabusimake y emprendió su camino. Iba lejos. Hasta Medellín, a la Universidad de Antioquia donde se graduó como auxiliar odontología, un conocimiento que le sirvió, cuando tres años después, de regreso a su pueblo, empezó a atender dolores y ganó respeto y autoridad al tiempo que aprendía de los Mamos, de los mayores la sabiduría ancestral.
Absorbió mucho y todo aquello, llegó con ella, con sus silencios y su vestido blanco y su mochila a Nueva York, la metrópoli mayor. Viajó sola. Dejó atrás a sus cinco hijos, nacidos de su juntanza desde muy joven con Nohemías Torres, tan arahuaco como ella. Su familia completa solamente la acompañó el día de su posesión como embajadora ante las Naciones Unidas en la Casa de Nariño junto al presidente Petro. Era el 13 de septiembre de 2022.
Teyrungumu Torres Zabaketa, uno de sus hijos, la despidió en Aeropuerto El Dorado. Un adiós con un mensaje que trasmitió en un trino, pidiéndole que llevara lejos el legado del pueblo arahuaco, su pueblo.
Y sola juró para asumir el cargo de embajadora de Colombia en las Naciones Unidas.
Llegó con su tradición a ocupar la residencia de la embajada de Colombia en Manhattan. Es una valiosa propiedad de cinco pisos construida a finales de los 80s muy bien situada, en 76 Street del Upper East Side, a una cuadra de Central Park entre la Quinta Avenida y Madison Avenue, adquirida por el gobierno de Misael Pastrana cuando
Alfredo Vásquez Carrizosa era el canciller. La estrenó el embajador Augusto Espinosa Valderrama y desde entonces han vivido allí 18 embajadores.
En la casa la esperaba Clemencia, la empleada que llevó desde Colombia la embajadora María Emma Mejía quien ocupó el cargo desde 2014, nombrada por el Presidente Juan Manuel Santos. Clemencia también acompañó la misión de Guillermo Fernández de Soto, el embajador durante el gobierno de Iván Duque y quien había sido canciller del presidente Andrés Pastrana.
En la residencia de la embajada en Manhattan se hospedó el Presidente Petro y la primera dama Verónica Alcocer en la prime visita a Nueva York a participar en la Asamblea de Naciones Unidas el 19 de septiembre de 2023, cuando pronunció su primer discurso internacional como presidente advirtiendo las amenazas del cambio climático.
La embajadora lo esperó a su llegada en el FAC 001 y lo acompañó en su recorrido en el que fue recibido por los colombianos en Nueva York.
Discreta pero firme, Leonor Zalabata ha cantado muchas veces el voto de Colombia en las plenarias de las Naciones Unidas en Nueva York como lo hizo el pasado 5 de abril cuando se logró la aprobación de la resolución que condenó el atropello de Israel a los civiles en Gaza, haciéndole eco al Presidente quien no ha dudado en confrontar las acciones violentas de Netanyahu.
Una postura que no le ha resultado difícil por su historia de luchadora por los derechos del pueblo arahuaca, excluido y arrinconado históricamente. Enfrentó a la iglesia católica y a los curas Capuchinos, a los paramilitares, a las guerrillas y le dio la Manuel Marulanda el comandante de las Farc cuando la frustrada negociación de paz de Andrés Pastrana. Pero antes había sido una de las voces indígenas en la constituyente del 91, cuando precisamente conoció a Gustavo Petro y coincidieron en el proceso de construcción de paz tras dejar las armas con el M-19
Todo ese acumulado de experiencias de vida, de luchas duras, de costumbres y sabiduría ancestral llegaron en su mochila que nunca deja ni en la más encumbrada de las reuniones de los lideres del mundo en Nueva York.
