Pocos han podido llegar a la remota cárcel en el norte de Rusia, en Jarp, una pequeña ciudad a 60 kilómetros del Círculo Polar Ártico. La periodista Lara Prieto corresponsal de Radio y Televisión Española lo logró a comienzos de este año. Su visita resultó premonitoria, de lo que podría ser el final del opositor ruso de 47 años a quien el régimen de Vladimir Putin intentó envenenar en agosto de 2020. Esto fue lo que la periodista española encontró y le narró al mundo:
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La de Navalni es una de las cárceles más remotas y más al norte de toda Rusia. Está a las afueras de Jarp, con edificios residenciales cerca. Se puede pasar caminando por delante de la puerta principal, salvo que lleves una cámara. Nada más llegar un policía nos avisa: “Está prohibido grabar a menos de cien metros”. Y nos insiste: “No conviene intentar saltarse esa norma”.
Incluso a esa distancia nos podemos hacer una idea de cómo es el recinto. Desde el exterior se puede ver la principal torre de vigilancia, distintas edificaciones, una chimenea de lo que parece una calefacción de carbón y una pequeña iglesia. Y nos llegan con claridad los acordes de una canción patriótica de la época soviética llamada “Guerra Santa”, que exalta la lucha contra los nazis en la II Guerra Mundial. Es una de las marchas clásicas en el desfile del Día de la Victoria, el 9 de mayo en la Plaza Roja de Moscú.
Navalni ha contado que les despiertan con el himno nacional y que también les ponen ese tipo de músicas. Nunca falta, ha dicho, “Soy ruso”, un tema de Shamán, un conocido cantante pop partidario de Putin.
Los vecinos de Jarp, indiferentes ante Navalni
Jarp, que significa 'aurora' en la lengua del pueblo indígena nenets, está unos 60 kilómetos al norte del Círculo Polar Ártico, a orillas del río Sob y muy cerca de los Urales Polares.
Preguntamos a los vecinos por el conocido líder opositor ruso. “He oído hablar de él hace tiempo, pero no puedo decir si está aquí o no. Esos temas no me interesan”, nos cuenta Tamara.
Su postura refleja la actitud ante Navalni de los que aceptan hablar ante nuestra cámara en el pueblo: indiferencia en el mejor de los casos, pero también rechazo. “No soy ni abogado ni juez instructor. Si le han condenado entonces está bien. No me gusta Navalni. Ha traicionado a su país”. Es lo que piensa Nikolai, otro residente en Jarp. Todos se muestran abiertamente partidarios de Putin. Fuera de las cámaras una vecina, cuyo nombre obviamos para no causarle problemas, nos dice lo contrario: “Para mí Navalni es un héroe. Se me parte el alma de pensar que lo tienen ahí encerrado”. Reconoce que casi nadie en el pueblo piensa como ella. “No hay con quien hablar”, nos dice, apesadumbrada.
Muchos de los 6.000 vecinos de Jarp trabajan o han trabajado en las cárceles del pueblo. Hay dos colonias penales de máxima seguridad: la llamada “Lechuza Polar” para condenados a cadena perpetua y la de Navalni. Oficialmente es la número 3 (IK-3) pero todos la conocen como Lobo Polar.
La cárcel de Navalni, heredera del Gulag
La prisión de Navalni tiene más de seis décadas. Se constituyó como colonia penal a partir de unos edificios de una antigua unidad de campamento de la construcción 501 del Gulag.
Los presos de esa unidad trabajaron en condiciones extremas en la construcción del llamado Ferrocarril Transpolar, un proyecto de Stalin, que se acabó conociendo como el Ferrocarril de la Muerte o Camino de Muerte. Según la ONG Memorial, miles de prisioneros, muchos de ellos políticos, fallecieron por las durísimas condiciones de los trabajos forzados en las vías.
Porque en Jarp las condiciones climáticas son extremas. Los inviernos duran demasiado y apenas hay horas de luz. Es lo que se conoce como noche polar. Las temperaturas pueden bajar hasta 50 grados negativos. Si la previsión anuncia -19 grados los vecinos se ponen contentos y hablan de “día templado”. Navalni ha contado que ya ha llegado a estar a 32 bajo cero. Pero lo peor para él es que siguen mandándole con cualquier excusa a una celda de castigo. Sólo tiene un paseo al día y es por otra especie de celda de 11 pasos por tres.
“Es la cárcel, dice Liudmila, no puede haber condiciones suaves. Las condiciones son iguales para todos los que han infringido la ley”
Navalni siempre ha negado los delitos por los que le han condenado. Asegura que están motivados políticamente con el único objetivo de silenciarle. Las autoridades rusas consideran que el líder opositor solo buscaba desestabilizar el país en colaboración con agencias de inteligencia extranjeras.
El traslado de Navalni a Jarp
Ahora ya sabemos dónde está el conocido preso, pero durante 20 días se perdió todo contacto con él. Ni sus colaboradores ni sus abogados conocían su paradero, lo que llegó a generar serias preocupaciones sobre su estado de salud. En realidad, le estaban trasladando a la nueva prisión desde la anterior, en Mélejovo, en la región de Vladímir, mucho más cerca de Moscú.
El traslado de Navalni ya estaba previsto desde la última condena de 19 años por extremismo. Pero las autoridades rusas eligieron hacerlo en un momento muy concreto: justo cuando acababa de lanzar en redes una campaña contra la reelección del presidente Putin en las presidenciales de marzo. Pedía votar a cualquier candidato menos a él.
Ahora los abogados de Navalni tienen que hacer un largo camino para visitar a su representado. Lo más rápido es coger un vuelo Moscú-Salejard y después hacer un recorrido en coche de aproximadamente una hora por la nada nevada. Incluso hay que cruzar el Obi y los coches pasan por encima del río gracias a que en invierno está totalmente congelado
Aun así, él no se arrepiente de haber vuelto a Rusia desde Alemania donde se recuperó de un envenenamiento del que siempre ha acusado a Putin. El Kremlin niega tener nada que ver. Una pregunta recurrente de presos y funcionarios de prisiones es por qué volvió. Navalni tiene clara la respuesta. “Tengo mi país y mis ideas y no voy a renunciar ni a mi país ni a mis ideas. Si tus ideas valen algo debes estar dispuesto a defenderlas incluso haciendo sacrificios”.