El 16 de marzo de 1781, en la plaza de mercado de El Socorro, Manuela Beltrán, artesana y vendedora de Tabaco de la localidad, mientras arengaba con indignación “¡Viva el rey y muera el mal gobierno!”, arrancó de un tirón un aviso acabado de pegar por un guardia, que informaba de los nuevos impuestos a la población: a la sal, al tabaco, a los juegos de cartas, a los textiles de algodón y para la Armada de Barlovento.
El elemento humano de aquel primer alzamiento en la Nueva Granada contra la colonia española, fueron los dueños de puestos de legumbres, frutas, granos, carnes, quesos, Manteca, canastas de artesanía, tercios de leña, carbón de palo, jaulas, velas de sebo, mesas de comidas, etc., y los clientes que concurrían al lugar para proveerse de alimento para sus familias.
Ese día comenzó la revolución comunera. 29 años después, el 20 de julio de 1810, en la plaza de Mercado de Bogotá -hoy plaza de Bolívar-, una de sus esquinas, la suroriental, fue el escenario para una trifulca entre criollos y funcionarios españoles, que sirvió de chispa para dar el grito de independencia. Ese episodio se llamó “el florero de Llorente”.
Era domingo, día escogido deliberadamente por los emancipadores, a efecto de exaltar los ánimos de los vivanderos y concurrentes al mercado, a sumarse a la protesta contra los “chapetones” coloniales que ejercían el gobierno. Ese fue el primer público agitado para escuchar el fogoso discurso de José Acevedo y Gómez: “Si perdéis estos momentos de efervescencia y calor, si dejáis escapar esta ocasión única y feliz, antes de doce horas seréis tratados como insurgentes: ved [señalando las cárceles] los calabozos, los grillos y las cadenas que os esperan…”.
No es casual que ese “tribuno del pueblo” –como se le empezó a llamar-, hubiera sido apenas un niño de cuatro años, en Charalá, población cercana al Socorro, cuando 29 años atrás fue testigo de la revuelta comunera que inició Manuela Beltrán.
Había crecido y adquirido conciencia emancipadora en su comarca, y ahora debutaba como un revolucionario en otra plaza de mercado: la del centro de Santa Fe. Ese 20 de julio, se dio el grito de independencia que concluiría nueve años después, el 7 de agosto de 1819, con la batalla del puente de Boyacá, bajo la comandancia del venezolano Simón Bolívar, el libertador de América.
Dos hechos contundentes habían tenido origen en plazas de mercado: la rebelión comunera y el grito de independencia. Un líder de los zapateros en Chapinero –sector que debe su nombre al hecho de que en ese barrio se concentraban las zapaterías para “chapines” (personas con los pies torcidos)-, José María Carbonell, tuvo injerencia decisiva en los preparativos para el episodio de la Casa del Florero, y se convirtió en un dirigente popular de los sectores de alta concurrencia pública y de los barrios nacientes de la ciudad por aquel entonces: San Victorino, Las Nieves y el parque hoy llamado de Santander, que se llamaba para la época “De las hierbas”, donde la gente compraba yerbas medicinales, alimenticias y saborizadoras. José María Carbonell, dirigente de los trabajadores, fue fusilado en 1816.
Ya en los tiempos de la República, siendo presidente Tomás Cipriano de Mosquera, en el año 1861, dictó un decreto aboliendo los mercados en la plaza, que comenzó a llamarse de Bolívar, quedando ésta, estrictamente, para actividades ceremoniales, correspondiéndose con el entorno arquitectónico neoclásico que hoy luce: capitolio nacional, Palacio Liévano, Catedral, Colegio San Bartolomé.
Desde entonces las plazas de mercado se descentralizaron hacia barrios populares como Las Cruces, San Victorino, Las Nieves, y unas más posteriores como Paloquemao, barrio 7 de agosto, La Perseverancia, La Concordia, Barrio Egipto, 20 de julio, 12 de octubre, etc. Algunas de ellas, se inspiraron en su nombre en fechas memoriosas, lo que es indicio de la sensibilidad política de los comerciantes en productos alimenticios.
Avanzado el siglo XX, llegaron los toldos a cada puesto, y se construyeron edificios influidos por el Art Decó, algunas de las cuales sobreviven y han sido restauradas. Esta nueva dotación, y su alejamiento de los centros de poder, les quitó a las plazas de mercado su carácter de ámbitos para la agitación y de levantamientos populares.
Estadísticas recientes arrojan la existencia de 64 plazas de mercado en Bogotá, 19 de ellas públicas, administradas por las alcaldías, y el resto, fruto de asociaciones de comerciantes con intereses en común. No obstante clausurado el linaje levantisco de las plazas de mercado de los siglos XVIII y XIX, todas siguen significando un patrimonio de aglomeración pública, de colorido frutal, de vapores, de carnes, de aromas lácteos, de frituras, de peces, de sopas regionales, a los que se agregan sillas rústicas, máquinas de moler, artesanías, hamacas, etc.
Su carácter festivo consolidó su sobrevivencia como lugar de encuentro popular, epicentros de circulación, de cultura, de negocios, de distracción para el olfato y la vista. A las nombradas plazas de mercado capitalinas, sería justicia agregar, quedándonos incompletas, la Plaza de las Flores de Medellín, Alameda de Cali, Bazurto en Cartagena, en las que se dan cita la globalización de sabores nacionales e internacionales, la orchata, la morcilla, el agua de Jamaica, los tacos mexicanos, los tamarindos, los mamoncillos y los chontaduros, el madroño, la guama, el marañón, el níspero, el mango, que llegó de la India, la piña que emigró desde Brasil y que se llamaba “ananás”, la granadilla, a la que bautizaron así los españoles por confundirla recién llegada con las bellotas del pino europeo, así como al melón que se les parecía a las calabazas traídas de Europa. Era un trueque lingüístico con los locales para ponerse de acuerdo con un nombre unificado.
El proyecto de ley # 045 de 2022, que se discute en Comisión Quinta del Senado, es iniciativa del partido Comunes cuyo ponente es el senador Pablo Catatumbo, y aspira a enaltecer el estatus de las plazas de mercado colombianas, proponiendo:
A): Tejer relaciones directas entre agricultores, comerciantes de productos alimentarios (vivanderos) y consumidores.
B): Crear circuitos cortos entre productores agrícolas y comerciantes (vivanderos), para darle mayor fluidez y accesibilidad a costos más económicos para los consumidores, y enriquecer la economía solidaria y la soberanía alimentaria.
C): Comprometer en estos conceptos a agencias del Estado tales como minComercio, minAgricultura, minTrabajo, minCultura, el ICBF, y gestionar actividades gastronómicas, así como la asociatividad con otros productores.