Así es como Netflix castró la novela 'Cien años de soledad'

Así es como Netflix castró la novela 'Cien años de soledad'

La serie de Netflix no logra capturar la esencia del realismo mágico de la novela, transforma el tiempo cíclico y la profundidad simbólica en una narrativa lineal

Por: Samuel Fierro García
marzo 19, 2025
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Así es como Netflix castró la novela 'Cien años de soledad'

Es un hecho que la literatura y el cine, aunque cercanos en sus propósitos narrativos, son disciplinas separadas por la vastedad del lenguaje, de manera que trasladar Cien años de soledad al mundo audiovisual resulta un desafío tan colosal como intentar cartografiar un sueño. Tras contemplar la serie que Netflix ha ofrecido como tributo al universo de Macondo, me encuentro tentado a citar a Melquíades, aquel trágico visionario que, atrapado en su búsqueda de lo imposible, asumía que «las cosas tienen vida propia, todo es cuestión de despertarles el ánima», en tanto que la serie, como los pergaminos del llamado ‘gitano’, promete el todo, pero entrega fragmentos que, en su ordenado caos, solo consiguen rememorar la sombra de lo perdido.

He aquí tres diferencias entre la novela y la serie…

El tiempo

El lector de García Márquez sabe que el tiempo en Cien años de soledad es un círculo que se cierra perpetuamente sobre sí mismo, un uroboros que devora sus propios mitos. La serie, en cambio, adopta la narrativa lineal, que trunca la esencia cíclica que confiere el inexorable destino del linaje de los Buendía. Por ejemplo, en la novela, el Coronel Aureliano recuerda el hielo mientras enfrenta al pelotón de fusilamiento, un instante que integra pasado, presente y futuro: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el Coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo»; y en la serie dicha remembranza se despoja de aquella mítica simultaneidad y se reduce a un recuerdo cronológico, distante del carácter profético de la obra.

La imagen frente a la palabra

Macondo, ese universo que García Márquez construyó con el rigor de un arquitecto metafísico es —en su esencia— una creación verbal, siendo que su realismo mágico no reside en lo que se narra, sino en cómo se narra. Así, considérese la peste del insomnio, que en la novela es una alegoría del olvido colectivo: «Visitación, la indígena que ayudaba en la casa, identificó el mal de inmediato, y en el tono dramático con que lo hizo parecía que lo hubiera conocido en otra época y en un lugar remoto»; empero, la serie representa este episodio con imágenes que, aunque pintorescas, carecen del peso simbólico y filosófico que imprime el texto. De manera similar, las mariposas amarillas, que en el libro acompañan la trágica pasión de Meme y Mauricio Babilonia, en la producción de Netflix se ocupan como un recurso visual casi ornamental, desprovisto de la carga emocional que las convierte en emblemas de lo inevitable.

La expresión de lo inefable

Si algo caracteriza a Macondo es su cualidad onírica, su naturaleza de espejismo mutable. La casa de los Buendía, descrita en el texto como un organismo vivo, es un reflejo de la decadencia moral y espiritual de la familia: «Con el paso de los años, la casa adquirió el aspecto de un hospital en ruinas, y cada rincón tenía su propia marca indeleble del tiempo». En la serie, sin embargo, tanto Macondo como la casa yacen atrapados en una representación estática, demasiado tangible, que traiciona la fluidez y el carácter mítico de ambos espacios; y los pasillos que deberían estar impregnados de sombras y secretos también se presentan despojados de la atmósfera que hace del pueblo un personaje más de la novela.

Alguna vez, el propio García Márquez advirtió sobre la complejidad de adaptar su obra al cine, puesto que, a su juicio, «el lenguaje escrito crea un ritmo interno que el cine destruye», de modo que la riqueza de la novela radica en su capacidad para suspender al lector en un estado de expectativa y asombro continuo, donde cada frase es un universo autónomo. No obstante, la serie, sometida a las exigencias del tiempo y la forma, no puede replicar ninguno de esos efectos, porque pierden su poder cuando se encierran en los márgenes de una pantalla.

La serie de Netflix es una interpretación respetuosa, pero insuficiente. Macondo, como las bibliotecas de Babilonia, no puede ser reducido a un conjunto finito de imágenes, porque la novela que García Márquez escribió es un Aleph que contiene todos los tiempos y todos los lugares; la serie, por el contrario, es apenas un mapa incompleto que apunta hacia el destino sin alcanzarlo. Al final, como bien sabían los Buendía, hay cosas que no están destinadas a ser recreadas, porque su esencia reside en aquello que solo las palabras pueden conjurar: el infinito.

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