En el mismo momento en el que cayó el régimen Bashar al-Asad, miles de personas emprendieron el camino con un rumbo fijo: la cárcel de Saydnaya, localizada al norte de Damasco en una región montañosa aislada. Buscaban familiares detenidos allí por cualquier motivo. Sin explicación alguna, mucho menos sin derecho a juicio. La vida se extingue allí al ritmo de los martes y jueves, los días de exterminio, donde los ahorcamientos son solo el preludio del olvido.
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Las fuerzas rebeldes en cabeza de Jolani tomaron control de la prisión de Saydnaya y liberaron prisioneros y le abrieron las puertas a los Cascos Blancos que descubrieron para empezar 40 y 50 cadáveres, muchas muertes por la asfixia del hacinamiento.
La prisión de Saydnaya no es solo un centro de detención, sino una máquina de crueldad, de inhumanidad, diseñada y operada para quebrar cuerpos, mentes y voluntades, descrita como una "cámara de exterminio".
Un símbolo del terror durante 40 años en la dictadura familiar
Construida en 1987 con el objetivo inicial de alojar a prisioneros militares, Saydnaya pronto se transformó en un centro de represión masiva. Desde 2011, con el estallido de las protestas contra el régimen, el complejo se convirtió en una herramienta del aparato represivo sirio. Bajo la gestión de la Inteligencia Militar, Saydnaya no discrimina: opositores políticos, activistas, periodistas, civiles acusados de terrorismo y miembros de minorías étnicas y religiosas han sido confinados tras sus muros.
La prisión no solo es inaccesible; es impenetrable. Rodeada por carreteras vigiladas y torres de control, su estructura está diseñada para garantizar el aislamiento total, tanto de los prisioneros como de las atrocidades cometidas en su interior.
La prisión de Saydnaya está compuesta por dos bloques principales en forma de "V", cada uno con varios pisos. Diseñada para máxima seguridad, sus materiales de concreto reforzado aseguran una estructura impenetrable. Las celdas son extremadamente pequeñas y están distribuidas en sectores de aislamiento, diseñados para evitar toda comunicación entre los prisioneros.
Tortura como política de Estado
La tortura en la Siria de Bashar al-Asad no es un medio incidental; es un propósito. Los prisioneros son recibidos con palizas brutales desde el momento de su llegada. Ali, un sobreviviente, relató: “Me golpearon con cables hasta que perdí el conocimiento. Cuando desperté, estaba colgado del techo por las muñecas. No sabía cuánto tiempo había pasado, solo deseaba morir”.
Las formas de tortura incluyen golpes continuos, privación de sueño, suspensión de extremidades y abusos psicológicos. Muchos prisioneros son obligados a cantar alabanzas a Bashar al-Asad mientras son golpeados. Ziad, otro ex detenido, relató: “Nos forzaban a gritar que Bashar era nuestro dios, y aquellos que no lo hacían eran golpeados hasta quedar inconscientes”.
El hacinamiento extremo es un pilar de esta maquinaria. Aunque fue diseñada para albergar a 10.000 reclusos podían llegar a más de 20.000. Los informes sugieren que su capacidad real ha sido ampliamente sobrepasada. Hombres, mujeres y hasta niños son amontonados en celdas grupales, donde el aire se mezcla con el hedor a muerte. Las celdas carecen de ventilación y luz natural, lo que agrava las condiciones insalubres. Baños rudimentarios o inexistentes convierten los espacios en focos de enfermedades mortales.
Un sobreviviente, identificado como Sami, recordó: “Nos encerraban en celdas donde ni siquiera podías estirar las piernas. El aire estaba tan cargado de olores a descomposición y excremento que muchos se desmayaban. Algunos no despertaban más”.
Además de las torturas físicas, las humillaciones psicológicas son una práctica común. Khaled, activista prodemocrático, recordó cómo los guardias obligaban a los prisioneros a presenciar la tortura y muerte de sus compañeros: “La muerte no era lo peor; lo peor era escuchar los gritos y no poder hacer nada”.
Los martes y jueves se habían convertido en jornadas de exterminio
La muerte en Saydnaya no es silenciosa ni digna. Entre 2011 y 2015, Amnistía Internacional documentó entre 5.000 y 13.000 ejecuciones mediante ahorcamientos masivos. Sin embargo, estas cifras no incluyen las muertes por tortura, inanición y enfermedades. Los martes y jueves se han convertido en jornadas de exterminio: días en que se llama a los condenados por su nombre para nunca regresar.
Fares, un sobreviviente, recordó: “Los martes y jueves eran los peores. Los guardias llegaban y llamaban nombres. Sabíamos que esas personas no regresarían. Podíamos escuchar los gritos desde el sótano y luego, silencio”.
Entre las víctimas destacadas de este lugar figuran intelectuales, activistas y miembros de la oposición siria como Khaled al-Khani, cuyo trabajo artístico y activismo prodemocrático representaban una amenaza para el régimen.
Comparación de Saydnaya en Siria con Abu Dhabi en los Emiratos Árabes: dos caras de la represión
Aunque Saydnaya es un ejemplo extremo de brutalidad, otros centros de detención también reflejan la represión estatal. La prisión de Abu Dhabi, en los Emiratos Árabes Unidos, comparte similitudes y diferencias con Saydnaya.
En Saydnaya, el contexto político está marcado por una guerra civil y una represión violenta, mientras que en Abu Dhabi, la represión es autoritaria e institucional. En términos de muertes, se estima que más de 20.000 personas han perdido la vida en Saydnaya, ya sea por ejecuciones, torturas o condiciones extremas, mientras que en Abu Dhabi las cifras son muchos menores estiman los expertos, pero también se han documentado torturas graves.
En cuanto a las condiciones, Saydnaya se caracteriza por un hacinamiento extremo, una cárcel diseñada y hambre sistemática, mientras que Abu Dhabi utiliza torturas psicológicas y físicas sin llegar a los métodos de exterminio masivo observados en Saydnaya. Finalmente, los métodos de ejecución difieren: en Saydnaya, los ahorcamientos masivos son frecuentes, mientras que Abu Dhabi emplea tortura sin ejecuciones sistemáticas.
Mientras Saydnaya se erige como una fábrica de muerte, Abu Dhabi refleja una represión más encubierta, aunque igualmente inhumana.
Impacto y simbolismo
Saydnaya no es solo una prisión; es una herramienta de represión y un mensaje de miedo. El régimen de Bashar al-Asad ha usado este lugar para enviar un mensaje claro a cualquier opositor: la disidencia se paga con sufrimiento inimaginable y una muerte lenta y agonizante. Este centro encarna no solo la brutalidad del régimen sirio, sino también la indiferencia de una comunidad internacional que ha fallado en proteger a las víctimas de un sistema genocida.
En el día en que Saydnaya sea solo un recuerdo, sus muros narrarán una historia de crueldad y resistencia humana. Pero mientras tanto, su existencia sigue siendo un recordatorio escalofriante de hasta dónde puede llegar el poder absoluto cuando se despoja de toda humanidad.