Al promediar la década de los años sesenta, se disparó el consumo de los sicotrópicos en los Estados Unidos y fueron muchas las suposiciones que sus autoridades hicieron sobre la expansión del fenómeno, en especial por los traumas que iba dejando la guerra de Vietnam. Como había ocurrido con otros vicios de auge muy anterior (cuatro decenios atrás), la respuesta del imperio fue el combate represivo con base en tratados y convenios suscritos con países latinoamericanos que producen marihuana, cocaína y heroína.
Pero el gran mercado demandaba tantas sustancias controladas, y a precios tan exorbitantes, que las mafias procesadores hallaron incentivo para un negocio que derivaba ganancias desorbitadas. Época sombría y amarga para nosotros, de muertos diarios y de terror en las calles de las capitales. Tres carteles organizados, el de Medellín, el de Cali y el del Norte del Valle, se constituyeron en empresas con organización y tentáculos que no dejaban por fuera ningún resquicio de penetración, pagando bien los sobornos o cobrando a plomo la honradez de los funcionarios públicos: oficiales, policías, jueces de todos los rangos y hasta ministros de Estado. Casos Lara, Parejo y Low Murtra.
De los carteles la actividad pasó a los grupos guerrilleros, interesados en financiarse después de la desaparición de la URSS y de Cuba como intermediaria en el proceso exportador de subversiones, y de estos al paramilitarismo y a otros núcleos de delincuencia común. Tan estrecho estuvo ese revoltijo de grupos irregulares y política que, al finalizar las negociaciones de paz en La Habana, gústenos o no repetirlo, el narcotráfico terminó como delito conexo de la rebelión. Sin embargo, Estados Unidos y Europa, donde el consumo excedió muchas rayas rojas también, insisten en no cambiar de política y en permanecer reprimiendo, a contracara de los fracasos y las consecuencias en la salud colectiva.
En lo anterior, como en otros frentes, la lógica del más fuerte no tiene contraofensiva institucional. Se impone a macha martillo. Los demonios son los países productores y los consumidores las víctimas. Por lo mismo, aquellos se ven obligados a realizar los mayores esfuerzos dentro de un marco que recibe pocos cambios en el contenido y la estrategia de lucha. La DEA imparte instrucciones a las autoridades bolivianas, colombianas, brasileñas, mexicanas y peruanas, a la hora de actuar en los operativos conjuntos. La lanzada de los carteles mexicanos, allí cerquita, y sus sucursales en otras naciones, como la nuestra, agrava la impotencia norteamericana ante el enemigo capital de la aldea global.
¿Por qué insistir, frente al fracaso y las frustraciones, en un reciclaje táctico y no probar con un cambio de política?
Porque es una sola la seguridad nacional que cuenta: la del Tío Sam, sin que le importen la espiral ascendente de los precios y las atrocidades con la sociedad civil. Desde Lyndon B. Johnson hasta Donald Trump, todos, destacan los peligros para su seguridad y no la de sus socios productores en las batallas sucesivas a lo largo de medio siglo de asedio. Ningún residuo de consideración queda para la seguridad nuestra o la peruana. Ya el consumo entre nosotros se ha extendido en universidades y colegios, y el microtráfico es el mayor veneno para nuestras comunidades. ¿Acaso nos hace felices semejante degradación?
Si el señor Trump, luego de amenazar a Colombia con descertificarla, no lo hizo antier, fue porque le quedaba cuesta arriba ignorar el derrotero de logros de Colombia en todas las etapas de una lucha muchas veces desigual, pese al aumento de los cultivos con posterioridad a los acuerdos de paz. Que siga refunfuñando, no importa, pero al menos en esta evaluación fue sensato y certero, y le servirá, además, ahora que sus zinguizarras lo tienen como picado por la garrapata de la Lyme de Avril Lavigne.
Sin embargo, el reto al gobierno de Duque por reducir los cultivos sigue en pie y no admitirá treguas. Ojalá acierte en su intento depurador y cause el menor daño ambiental posible con la retoma del glifosato en las áreas afectadas.
El mejor ataque contra la producción y los altos precios es la legalización. Entre más se demore peores serán los estragos de la prohibición.
Así de simple. Así de monumental.