Lucas Villa fue asesinado por querer un país mejor, y por alzar su voz frente a la injusticia, la violencia y el abandono que sufren millones de colombianos en este país.
Es inevitable no pensar que, como Lucas, muchos de mis amigos, familiares y hasta yo mismo pudimos ser esa cifra. Y si bien es cierto que la memoria de Lucas quedará grabada en la historia sangrienta de este país, también lo es que será una vida sacrificada por culpa de un gobierno y una sociedad que ha normalizado la violencia.
Hoy fue Lucas, así fue también Dilan, los hijos de las madres de Soacha y de muchas familias más. Me invade una profunda tristeza al pensar en los rostros difuminados de esos más de 6000 falsos positivos, o de esos jóvenes que murieron en combate, luchando una guerra que no les pertenecía.
Y yo me pregunto: ¿hasta cuándo nos vamos a matar?, ¿cuándo seremos una sociedad en la que dejemos de pensar que hay buenos muertos y que por lo tanto está justificado asesinar?, ¿acaso no somos conscientes de que para el Estado solo somos una cifra más?
Si sabemos que el problema es nuestro gobierno, ¿por qué seguimos justificando la muerte de civiles desarmados?, ¿por qué no nos duele también la muerte del otro, ese que es igual a mí?, ¿por qué policías y ejércitos particulares continúan ejecutando crímenes de lesa humanidad?
Hoy me duele ser colombiano, haber nacido en un país en el que sus medios de comunicación se alimentan y se nutren del horror, y no poder hacer nada. Porque no hay nada que defina más nuestra realidad que la frustración.
Que descanse en paz Lucas Villa y todas las víctimas de esta guerra sin sentido. Que sus vidas en algún momento sean un símbolo de la verdadera paz.