Don Arturo Calle suele hablar de sí mismo en tercera persona como si narrara la historia de un sujeto aparte: “Arturo Calle era un monito, de pelo un poco largo, pecoso, avispado, un ser humano como todos, pero con visión…” dice. Esa forma de expresarse es la mejor metáfora para trazar el balance de cincuenta años bregando con el negocio de la moda masculina: hay dos Arturo Calle. Existe la marca, que todo colombiano reconoce y aprecia como un signo de elegancia alcanzable, que se extiende por 81 grandes almacenes en el país y otros seis en el exterior, y que genera 6 mil empleos permanentes más otros tantos en temporada alta. Existe, también, el señor dicharachero y magnate de 77 años, homónimo, de trato cálido, bien vestido, que se sonroja ante la pregunta ¿cómo logró todo esto? y responde como si todo no hubiese sido gracia suya sino de otro: Arturo Calle era un monito...
La niñez de Don Arturo transcurrió en Medellín y no fue nada fácil ni tampoco un karma. Creció con 9 hermanos, la familia estaba asentada en una finca ubicada en Altos de Robledo, hacia las afueras de la ciudad. Un recuerdo imborrable hasta sus doce años era que su padre, cuando regresaba del trabajo, cada día, les traía a sus hijos un regalo sorpresa, un dulce, una fruta, un juguete diminuto. Cualquier cosa, pero con algo los sorprendió cada tarde. El ritual terminó cuando el hombre enfermó de una dolencia pulmonar y tuvo que afrontar una intervención médica. Hubo un error en el procedimiento de anestesia general y nunca despertó, con apenas 39 años.
Desde entonces la madre de Arturo tuvo que ponerse al frente de todo. Redobló las labores en la finca para producir más y capotear con ello las necesidades. Cultivaba hortalizas, frutas y flores. Y tenía un par de vacas a las que les exprimía leche. Al niño monito, de 12 años, se le ocurrió ayudar llevando los productos al mercado para venderlos. Fue su primer negocio. Y lo hizo tan bien que su madre lo premió dándole un pago. Algunos comerciantes advirtieron que el niño ciertamente tenía habilidad y le confiaban sus productos cuando no tenía nada que vender. No fueron pocas las veces que faltó al colegio para ir ha hacer plata en la galería. Así juntó su propio plante y lanzó un primer grito de independencia: ya no vendería las hortalizas de otros sino que compraba mercancía y la vendía para su lucro directo. “Me encantaban los negocios, me fascinaba la plata”, recuerda.
Su juventud no fue muy distinta. Tan pronto alcanzó una estatura media, con ayuda de su familia, consiguió un empleo –“la única vez que he sido empleado”– en una fábrica dedicada a la confección de medias, llamada Hilandería Pepalfa pero Arturo trabajaba como mecánico, haciendo mantenimiento y arreglando las máquinas. Pasaba sus días engrasado, manipulando herramientas, observando y aprendiendo cuanto pudiera. Tenía un cargo de base pero su visión a futuro le hacía ser alguien diferente. Quería ahorrar un capital para intentar un nuevo grito de independencia, más ambicioso. Y durante un poco más de dos años, día a día dio pasos para acercarse a ese propósito, pasos que a la vista de otros no dejaban entrever nada más que a un joven maniáticamente tacaño como nadie: no compartía con los otros obreros cuando lo invitaban a tomar aguardiente sino que les prestaba plata para que disfrutaran ellos de una buena juerga, retribuyéndole luego con algún valor adicional. Se privaba de todo placer, si acaso iba a cine, iba sólo. No gastaba en ropa porque les compraba a sus compañeros el atuendo de dotación casi por nada, y con eso andaba de lunes a sábado. Para el domingo tenía dos pintas especiales que alternaba para ir a misa y pavonearse por el centro, y que guardaba como un tesoro al regresar a casa para que cada domingo pareciera que estrenaba. En su defensa dice que nunca fue “amarrado” sino más bien “aconductado”, que es distinto. Para Don Arturo alguien aconductado es quien sabe para dónde va y hace lo que tiene que hacer para avanzar en su camino.
Tenía 19 años cuando el padre de su prometida le pidió que se mudara a Bogotá para que le ayudara allí con unos almacenes de ropa. Sin pensarlo dos veces tomó la oportunidad. Una vez se instaló en la capital le encomendaron ponerse al frente, como administrador, de un almacén en San Victorino. El local pequeño, tenía una empleada “la señora Luz Misas” y vendía únicamente camisas que llegaban de Pereira y Medellín. Para seguir ahorrando Arturo trabajaba de domingo a domingo, llevaba el almuerzo en un portacomidas y hacía el trayecto del negocio a la residencia donde dormía, en bicicleta. Era vendedor, contador y administrador del pequeño local. El primero que abría temprano en la mañana y el último que bajaba la reja ya de noche. Era el año de 1965.
Al poco tiempo apareció la oportunidad. Arturo contó sus ahorros que sumaban 13 mil pesos de la época y por intermedio de su mamá consiguió otros 4 mil prestados “Ojo: la única deuda que he tenido toda en mi vida”, anota. Con los 17 mil compró un local de ocho metros y las existencias ahumadas de un negocio en remate que se había incendiado. Y se dedicó a trabajar aún con más ahínco. Lo llamó Danté y a este logró exprimirle un Danté II a pocas cuadras del primero. Luego de dos años de trabajo, viajando regularmente a Pereira para traer prendas novedosas, estaba listo para adquirir un tercer almacén pero antes de abrirlo un amigo le sugirió presentarlo con su propio nombre: Arturo Calle. Así lo hizo, fue su tercer y definitivo grito de independencia. Desde entonces ha trabajado por extender, fortalecer y hacer querer esa etiqueta. De eso hace ya 50 años.
Lo que siguió ha sido trabajo intenso y avanzar sin apartarse un día ni un milímetro de sus principios básicos: nunca pagar arriendo ni crecer al debe jamás (todos los locales, fábricas, bodegas y demás bienes de la marca AC son propiedad de Don Arturo). Crecer sin afán, con paciencia. Invertir en lo que conoce. Amar la marca. Y ser correcto como elegante en cada negocio. El resultado –medio siglo después– es una empresa con locales de gran superficie, propios, en todas las capitales del país, bodegas y fábricas donde produce ya no sólo todas las prendas de línea masculina para todas las edades y ocasiones, sino también línea Kids y marroquinería.
Cuando tenía sus primeros almacenes Don Arturo decidió que debía confeccionar prendas propias, pues sus tiendas no podía depender de los altibajos de los fabricantes de Pereira y Medellín. Tan pronto tuvo músculo financiero suficiente montó su hilandería y empezó a trazar sus propios diseños, siempre hallando la forma de impactar con elegancia a los clientes. Uno de sus secretos, desde entonces y hasta hoy, es que de cada diseño saca una cantidad limitada de unidades “no vamos a uniformar a los clientes, eso no nos interesa”, explica. Otra cosa es que también confeccione los uniformes de dotación para las aerolíneas LAN y Copa, así como para la cadena internacional hotelera Decamerón. Al margen de eso, el reto de AC es vender un producto de calidad, asequible y que ofrezca distinción. Y poco a poco lo ha logrado, su propuesta atrae por igual a jóvenes, ejecutivos y hasta señores presidentes. Álvaro Uribe es gran amigo suyo y lleva varios años vistiendo su marca. Así mismo, el Presidente Santos durante su intervención en Colombiamoda 2012 dijo que había dejado de lado los vestidos ingleses por la marca nacional: "Hoy me siento más elegante vistiendo con 'Artur Street', con Arturo Calle, que por fin se lanzó a conquistar los mercados internacionales". Cada vez que la compañía saca una nueva línea de trajes, Don Arturo se encarga de hacerle llegar al Presidente dos vestidos, en lo que va de este año ya le ha enviado cuatro trajes.
Para ese entonces AC había abierto una primer tienda en Panamá. Luego llegó a Costa Rica, Ecuador y El Salvador. La gran innovación, que ha ido copiando la competencia (“no competencia, son colegas”), es que se trata de almacenes de gran superficie, desde 500 hasta 2.000 mt2. Próximamente inaugurará uno de estos en en Guatemala que espera sea la punta de lanza para entrar, más adelante, al inmenso mercado de México. Además en Pereira abrirá un moderno centro logístico para acopiar y procesar materia prima. El ícono de la marca es la Torre Empresarial Arturo Calle, abierta en el Norte de Bogotá, donde está uno de los almacenes más impactantes de la compañía, y en los restantes 11 pisos de la torre las oficinas, talleres de diseño, y la junta directiva al mando de los hijos del magnate fundador. Don Arturo tiene su oficina en la torre pero jamás entra ni a ese ni a ningún almacén cuando estos están abiertos al público. Tiene fobia al desorden y no soporta ver alguna prenda fuera del lugar o inevitablemente desdoblada en los probadores. Dice que para él cada almacén es una obra de arte y que el mínimo desorden le produce mucho impacto así que “sólo visito mis almacenes cuando están cerrados, perfectos, en total orden y pulcritud, listos para recibir a nuestro público”, explicó en una entrevista para la revista Fucsia.
En paralelo al formidable crecimiento empresarial de su marca, Don Arturo se ha preocupado por revertir su prosperidad a través de obras sociales. En 1981 creó la Fundación Arturo Calle desde donde auspicia decenas de becas universitarias, proyectos de salud y de fomento de vivienda propia e iniciativas deportivas (el torneo juvenil de la Federación Colombiana de Golf lleva su nombre: ‘Copa Arturo Calle’). Mes a mes la Fundación AC gira recursos fijos para impulsar el trabajo de 200 fundaciones afines.
Hasta la Torre Empresarial AC llegó el presidente Santos hace una semana para condecorar a Don Arturo con la Orden de Boyacá en grado Oficial por su contribución al país durante cinco décadas. Al evento acudieron empresarios, figuras del gabinete y hasta los principales cuadros de la oposición, empezando por el expresidente Álvaro Uribe. La marca AC es lo poco que queda en común entre Santos y Uribe. Si a Don Arturo se le pregunta si votará el plebiscito dice que sí, pero se reserva en qué sentido “el voto es secreto”, dice.
Con 77 años sin parar, más de 15 intervenciones quirúrgicas, un marcapaso en el corazón y un par de episodios de infarto, Don Arturo tiene la serenidad para advertir que no le queda mucho tiempo. Ha dicho que nunca se pensionará, que seguirá trabajando en la medida de lo posible, que dejará un patrimonio específico para la Fundación AC y se siente satisfecho al ver lo que ha logrado: “Las empresas buenas no se acaban cuando se muera el creador sino que continúan, siguen…” dice Don Arturo, con modestia y distancia, como si hablara de algo ajeno, como si no hubiese sido él quien creó de la nada la compañía Arturo Calle.