“Sólo los grandes genios tienen deberes artísticos”
Fernando Pessoa
“El arte bien entendido, es un campo de subversión y resistencia”
Luis Camnitzer
En una reciente y nostálgica columna en El Espectador titulada “El Arte de Antes y el Arte de Ahora”, el escritor Juan Carlos Botero defiende una postura clásica del arte como resultado de un oficio marcado por la disciplina y cuidado técnico en su ejecución, que entre otras cosas, le permitió a muchas obras y a sus autores, la trascendencia en el tiempo, y de paso, los llevo a evocar una idea superior de belleza.
Coincido en que en cualquier manifestación artística, uno de los elementos de validación se inscribe en su calidad y condiciones técnicas, tal y como sucede (o debería suceder) en las artes reconocidas tradicionalmente, y tal y como sucede (o debería suceder) en el mismo grafiti callejero; no obstante lo que me cuesta digerir de la posición de Botero es su afirmación “Las mejores obras del pasado eran de una belleza sublime, erizante, mientras que las de ahora sobresalen por feas”.
He notado con frecuencia, que cuando los conocedores o “sensibles” señalan que algo es “feo”, lo que se busca, o se obtiene, es reproducir y justificar modelos de poder sobre “lo bello”, que incluye el reconocimiento de estructuras físicas o intelectuales de validación (iglesia, museo, facultad de artes) que en el fondo, al definir “lo bello” emiten un implacable juicio sobre lo correcto, en otras palabras, sobre el bien y el mal.
Históricamente, el poder ha sido muy juicioso en el oficio de decidir y determinar que es lo bello (válido-bueno). Lo delicado de esta persistente arrogación es que durante mucho tiempo, se descartó la posibilidad de que cualquier mujer u hombre, independiente de su origen o destino, pudiera por sí mismo tener una aproximación personal a lo que es bello (valido-bueno) al momento de cualquier tipo de contemplación artística. (El arte urbano es una muy efectiva excepción a este fenómeno).
Crecimos (soy abogado), con la idea de no saber, de no poder, de no alcanzar la verdadera naturaleza del arte, y este despojo se convirtió en una forma sutil de dominación y homogenización, que no solamente se limita al plano intelectual, sino que también niega nuestra condición natural como seres de expresión, modificación e interpretación de nuestro entorno.
Personalmente, considero que más allá del juicio de la belleza, es más pertinente hacer, sobre las expresiones artísticas, juicios sobre su relevancia, relevancia relativa a su finalidad y a su impacto en el entorno y en los otros; el trabajo y reflexión sobre el “qué le falta” a la sociedad, una extensión de los deberes ciudadanos en sí (como afirma Luis Camnitzer).
Vale la pena parafrasear las reflexiones de Pessoa en sus Escritos sobre Genio y Locura, para que podamos señalar que la finalidad del arte, es ser peligroso, por supuesto, peligroso para el poder, para su estabilidad, para su permanencia, de ahí su utilidad. En efecto, este estremecimiento de las hegemonías se alcanzará en la medida que el artista despliegue su capacidad para “sentir primero que otros” y sobre todo, que su arte habilite la confrontación de los sistemas de valores establecidos de la sociedad frente a los valores —más o menos colectivos— del artista.
En pocas palabras, es el arte un recordatorio para el mundo, en el cual, una sutil y bella alarma, reclama —a tiempo— que todo está mal.
@CamiloFidel