El turno para el más reciente escándalo entre las huestes de la agrietada bancada del Pacto Histórico le corresponde a la representante a la Cámara Susana Gómez (conocida como Susana Boreal). La misma congresista que venía haciendo alarde de su desconocimiento sobre al trámite legislativo y cuya única labor en el “honorable” Congreso de la República se ha limitado a reforzar el sentido de un viejo y conocido refrán: El primer acto de corrupción es aceptar un cargo público para el que no se está preparado.
Aunque el problema no es que Susana haya aceptado un cargo para el cual no estaba preparada, pues eso se resuelve sencillamente con preparación; pero ella, imbuida en la certeza de la victoria y refugiándose a un supuesto “acuerdo” al que había llegado con el entonces candidato Gustavo Petro, le restó importancia a la preparación y el resultado salta a la vista: un creciente sentimiento de vergüenza entre los miles de electores que votaron por una lista cerrada que solo se ajustó a los intereses de Daniel Quintero, Gustavo Bolívar y el mismo Petro.
Porque Susana -y esto lo afirmó porque fui cercano al proceso interno en la conformación de la lista cerrada del Pacto Histórico- fue una imposición. Su favorable posición en la lista solo fue resultado de un acuerdo de carácter preferente entre los “caciques” de Pacto y no obedeció a un proceso de legitimidad construido con el sector cultural que decía representar -y que la cuestionó públicamente-, las juventudes populares o siquiera las bases sociales del progresismo. Para nada.
A Susana le cayó la curul como quien se gana una lotería y su actitud, arrogante y desafiante a lo largo del proceso electoral, solo anticipaba que su paso por el Congreso sería cuando menos lamentable.
Pero la verdad no pensé que en tan pocos meses se convertiría en una viva representación de la incoherencia, pues entre la Susana candidata y la Susana congresista existen varios cortocircuitos. Veamos:
A la Susana candidata le molestó enormemente que la entonces presidenta de la Cámara de Representantes, la uribista Jennifer Arias, se viera involucrada en una gravísima acusación de plagio en su tesis de maestría. Pero la Susana congresista no vio problema en vincular a su Unidad de Trabajo Legislativo (UTL) a un asesor sin pregrado o maestría; es más, con una certificación laboral irregular y que posiblemente le hayan acreditado a la carrera para que asumiera el cargo.
A la Susana candidata, exaltada por Gustavo Bolívar como un “símbolo del paro nacional” -tan solo por participar en un evento como directora de orquesta-, le angustiaba el abandono y la falta de oportunidades para los miles de jóvenes que se movilizaron durante el paro nacional. Pero a la Susana congresistas le vienen lloviendo acusaciones de acoso laboral y trabajo no remunerado por parte de algunos de esos jóvenes con pocas oportunidades.
A la Susana candidata le ofendía de sobremanera el clientelismo y la corrupción, encarnada en el gobierno de Iván Duque y sus aliados. Pero la Susana congresista, no ve dificultad en vincular a un exnovio a su UTL, con un sueldo cercano a los diez millones, sin importarle su falta de experiencia (solo relacionada con los “premios carroña”), su precario historial académico en la Universidad Nacional o que su movida fuera interpretada como lo que es: amiguismo.
A los políticos que se las dan de alternativos lo que más le pasa factura es la incoherencia, ya que como candidatos se vuelven expertos en montarse sobre los hombros de la indignación para conquistar el poder, pero cuando lo conquistan y se ven tentados por los “privilegios”, se terminan convirtiendo en aquello que tanto cuestionaron. Solo habría que preguntarle a la Susana candidata qué pensaría de una congresista que utiliza su posición de poder para favorecer a un exnovio sin profesión o experiencia.
Tal vez, su respuesta haría sonrojar a la Susana congresista.