La pasada semana repliqué en Facebook un artículo que denunciaba la homeopatía como un práctica de vendedores de humo. Acto seguido, mi admirado amigo, el profesor Juan Carlos Isaza, reaccionó con el siguiente comentario:
"Creo que un ejercicio alternativo para bajarle al cientificismo y la arrogancia halopática es preguntarle a cinco renombrados especialistas sobre el mismo medicamento / efecto secundario de origen desconocido. Caso real de mi mamá, cuya vida es posible hace más de 30 años gracias a los avances maravillosos de la halopatía. El circo, la payasada y la falta de seriedad que uno ve frente a tal o cual medicamento me hace sentir angustia frente a la arrogantísima posición detrás de estos artículos. Lo siento: la ciencia no se las sabe todas ni se supone que deba sabérselas. Una posición más humilde permite las mismas denuncias de los fraudes homeopáticos (sé que los hay, también de primera mano), pero más aprendizaje de aquellas alternativas no tan fraudulentas (que también, de que las hay, las hay). Sobre todo, esa humildad le permite al médico (de quien depende una VIDA) entender que no sabe todo frente a un fármaco".
Combina muchos temas en su respuesta el profesor Isaza y creo que esa multiplicidad bien vale esta columna como réplica afectuosa.
Con relación al cientificismo, entendido como la tendencia a considerar como único conocimiento válido aquel que se desprende de las ciencias positivas y de la aplicación del método científico, comparto la posición de mi interlocutor. Pero me impongo una aclaración. Si bien es absurdo considerar que algunas de las disciplinas de las cuales se desprenden efectivos conocimientos invaluables como la filosofía o la lingüística deban ceñirse al método científico para validar sus aportes, algo muy diferente ocurre con aquellas cuya naturaleza entraña un carácter predictivo, como la medicina o la química.
La prescripción de un medicamento es un acto predictivo por excelencia: tome esto y tendrá tal efecto. Y en el caso de la validación de estas prácticas, de la certificación estadística de su efecto o del esclarecimiento de sus contraindicaciones, no disponemos de una mejor práctica que el método científico. No es una ruta libre de imperfecciones, eso está claro, como claro está que ninguna otra se acerca siquiera un poco a su eficacia.
Luego viene el tema de la arrogancia, que atañe a la forma y no al fondo. Quiero decir que una observación científicamente válida no deja de serlo porque se presente de forma arrogante. Coincido sí con el profesor Isaza en que una denuncia es más efectiva si se presenta con más humildad. Lo que no es igual a decir que es más cierta.
Sobre la divergencia entre especialistas renombrados en lo referente a algunos medicamentos, sus acciones y sus efectos secundarios, debo decir tres cosas. La primera, que no debemos olvidar que sobre las acciones de la inmensa mayoría de la farmacopea halopática existe algo muy parecido a la unanimidad entre el cuerpo médico. La segunda es que existe una fuente mucho más veraz que cualquier opinión de experto con relación al tema y es la literatura científica, los estudios, la estadística. Y cuando esa fuente no arroja una respuesta, acudo a mi tercer planteamiento que no es otro que una cita del mismo profesor Isaza: "la ciencia no se las sabe todas ni se supone que deba sabérselas".
Por último, pienso en lo que mi amigo llama los "fraudes homeopáticos" y desemboco de nuevo en el tema de lo que él -y muchos otros- interpreta como arrogancia.
La homeopatía toda es un fraude.
En sus cimientos, en su estructura,
en su fundamentación y en su práctica
En lo referente a la homeopatía, los fraudes no son eventualidades en la práctica de una disciplina seria. La homeopatía toda es un fraude. En sus cimientos, en su estructura, en su fundamentación y en su práctica.
Durante los últimos meses tanto desde la radio como desde la televisión se nos ha bombardeado con la publicidad de un medicamento homeopático para la prevención de la gripe: el Oscillococcinum del laboratorio francés Boiron.
Cuando se repara en la composición de cada gramo vemos que el 85% es azúcar y el 15% es lactosa. Lo que deja un 0,0% para el principio activo.
Es perfectamente lógico que cualquier persona intelectualmente honesta y medianamente comprometida con la búsqueda de los trozos de verdad que componen nuestra realidad, se sienta impulsada a denunciar de forma vehemente este tipo de engaños. Y esa vehemencia suele ser etiquetada como arrogancia. También puede ser en muchas ocasiones efectivamente arrogante. Y finalmente, tanto si lo es como si no lo es, eso en nada afecta la veracidad de la denuncia.
Una cosa son las farmacéuticas. Las halopáticas y las homeopáticas. Ambas empresas cuyo único objetivo es el lucro. Otra cosa es la ciencia que valida o desecha los medicamentos. Y en ese caso, nada ha mostrado un valor siquiera cercano al del método científico.
Una cosa es el cuerpo médico, en su triste mayoría arrogante e indiferente al dolor del paciente, y otra muy diferente la labor silenciosa de la ciencia que nos ha llevado al imperfecto pero impresionante lugar en el que estamos.
Una cosa es, querido profesor Isaza, la forma en que vemos la ciencia, en que opinamos sobre ella, en que la asumimos, y otra muy diferente suele ser la ciencia misma: lenta, meticulosa, autocrítica y fascinante.