Barranquilla no es Miami
En esta vida he sido cartomántico, gallero, asistente de acordeonero, vendedor de tiendas eróticas, antropólogo, y algunas otras actividades aún incomprendidas.
Sin embargo, esta reciente presteza con la que me ha tocado fungir de guía turístico en Barranquilla, me lleva a una conclusión que se niega rotundamente a proliferar la creciente narrativa que equipara a la Bella y melódica Barranquilla con la frívola y plástica Miami.
No conozco Miami, y tampoco la encuentro en mi fantasiosa lista de viajes prospectivos. En Barranquilla en cambio están los gratos recuerdos del abrazo de la abuela, las conversaciones eternas de los tíos, el amor de las tías, y la territorialización de un linaje de primos sobre los extensos parques, piscinas, calles y juegos tradicionales de la ciudad.
Sin ser mi familia originaria de allí, fue recibida una parte de ella provenientes del centro del Magdalena, en una ciudad amable que los acogió rápidamente hasta reconocerse en sus nuevas generaciones como Barranquilleros netos.
A esta ciudad le confiaron la crianza de sus hijos, los sueños y el futuro de la familia, como lo hicieron miles de familias de los pueblos del Caribe continental, y otros cientos de familias originarias desde remotos lugares del mundo.
Barranquilla es un grito autóctono del caribe. Es una palabra precisa, grosera para quien la desconoce, pero apropiada para quienes se dejan llevar por el acento arrullador de la ciudad. Sus sombras inconsoladas contienen la memoria de los acentos que llegaron del Río, de la Sierra, de las ciénagas, del Valle y las provincias.
La luna y la noche silenciosa de Barranquilla traen un ritmo polifónico de mensajes del Rio Magdalena, del Mar Caribe y del viento que busca refugio entre sus calles y patios sombríos.
La gente en la ciudad habla al son de los pueblos del Caribe. Se mueve con los sueños del pescador que sale al mar, y piensa sabiamente como los abuelos que llegaron con mochila y abarcas, con maletas de esperanzas que se convirtieron en el varitazo que puya al burro del progreso; ojalá un progreso propio, un proyecto que nos invite a pensar hacia adentro, hacia pensar esta ciudad desde el utero que lo parió.
Esa idea de ser Miami, de ir en línea de la frialdad de la gran ciudad donde la gente no se conoce entre sí, donde se compran las sonrisas en una tienda de marca, verdaderamente hay que re/pensarla. Confío en que esta idea de ser Miami sea el pronunciamiento del exuberante y siempre bello espantajopismo criollo.
En este recorrido como guía turístico redescubro que Barranquilla sigue siendo la que le fia al cachaco de la esquina, habla de balcón a balcón, va a tomar sopa en totuma, camina con un vacile particular y sostiene los sueños de un caribe que la nombra como su gran capital.
El día que eso cambie, Barranquilla será entonces Miami. Por ahora me voy tranquilo y contento a Santa Marta como se van los amigos a otras ciudades del país luego de recorrer los bellos paisajes de esta ciudad y disfrutar con la espontaneidad osmótica de su gente.