El libreto siempre es el mismo durante un paro: inconforme por el incumplimiento del gobierno y por su precaria situación laboral y económica, un gremio se lanza a la protesta.
La primera actitud tanto del estado como de los medios de comunicación es, si no ignorar el hecho, tratar de restarle importancia. Los primeros no atienden los reclamos, los segundos no reportan el hecho. El mensaje con esto ante la opinión pública es claro: este país marcha de maravilla.
Luego, cuando los organizadores persisten en su reclamo, y el mismo empieza a generar hechos adversos para la economía y para la situación del país, y como, claro está, no pueden hacerse los de la “vista gorda” por secula seculorum, los medios optan por dar cubrimiento al tema.
Eso sí, lo abordan de la forma más superficial posible. Jamás centran sus investigaciones y reportajes en intentar esclarecer las razones de la protesta, o en responder a las preguntas ¿qué llevó a sus organizadores al cese de actividades?, ¿cuáles fueron las promesas incumplidas por parte del gobierno, qué derechos les vulneraron? Tampoco hacen una radiografía de la situación, ni se dedican a evaluar si sus reclamos son justos, si realmente son indignas las condiciones en las que laboran, o desventajosas las condiciones en las que compiten.
Y no lo hacen porque en el fondo saben que en el 90 por ciento de los casos estas protestas son justas, y que llámense camioneros, campesinos, profesores, todos pelean por las mismas injusticias por las que nos quejamos todos a diario: ineficiencia y abandono por parte del estado, salarios de miseria, alto costo de vida. En el caso de los campesinos, por ejemplo, por la implementación de tratados internacionales que los afectan, en el de los camioneros, un precio de la gasolina de atraco y unos peajes escandalosos, entre muchas otras razones. ¿O es que alguien aquí no está de acuerdo con que el gobierno lleva años robándonos con el precio de la gasolina?
Y entonces, en pos de deslegitimar el paro, se enfocan en registrar las consecuencias negativas del mismo y cómo está afectando al país -lo cual sería necio negar-. No obstante y en conclusión, empiezan a echarles a la opinión pública encima. Para este punto, ya los reclamos quedaron de lado.
Siguiendo por esta misma línea se van lanza en ristre contra el líder de la movilización, a quien, fieles a un guión calcado, siempre acusan de defender intereses particulares, de corrupto y de ser millonario. No importa el gremio, según el gobierno y los medios, todo líder de una protesta está “nadando” en plata.
Entonces, y previendo su reacción, se lo presentan a la opinión pública -en este punto se meten con algo que para esta sociedad es sagrado, la apariencia física-, que enfurecida, se va en su contra. Quién dijo miedo, por su aspecto físico lo atacan, no lo bajan de guache, de indio, de levantado, de pícaro, como si ser feo y de tez morena fuera delito.
Y es que, dicho sea de paso, si algo le choca a la gente es ver en el rol de líder o de dirigente gremial a un típico colombiano. Para el cargo de directivo, y enardecida, la opinión reclama al mono ojiazul, al cincuentón con rasgos arios similares a los del modelo del afiche de Armani. A ese sí le vemos pinta de dirigente, de líder justo y honrado. A ese sí le creemos que haya acumulado un gran capital haciendo empresa, exportando. Mientras que al otro… al otro déjenoslo por nuestra cuenta, pa darle duro. “¿Quién sabe cuántos chanchullos no habrá hecho’, ¿a cuántos no habrá robado para llegar hasta dónde está?”
El pueblo sí consiente que un alguien de la élite haya logrado amasar una fortuna de casi 5.000 millones de dólares -15 billones de pesos-, qué importa que haya sido a punta de emborrachar al pueblo; o que el dueño de una entidad financiera sea uno de los hombres más ricos del mundo, qué importa que estas entidades cobren intereses de usura -con razón esta gente nunca sale a protestar, si es que la economía está hecha a su medida-, pero le duele que un alguien de nuestra misma estirpe -el 99 por ciento de los que habitamos este país somos pueblo-, como un camionero, haya amasado una fortuna de 5.000 millones de pesos, eso para la opinión pública es inadmisible, y los medios de comunicación y el gobierno lo saben.
Una vez desacreditado el líder, se lanzan contra del gremio en general. Y entonces la opinión pública se suma al linchamiento y desde su parecer, y sin conocimiento de causa, empieza a hacer eco de estas acusaciones.
A través de estos foros de opinión, les dan con toda. A todo ese montón de almas que día a día intentan ganarse la vida como profesores, manejando un taxi, los acusan de monopolio, de pertenecer a una mafia, y de ostentar un poder ni el más berraco. Los taxistas son una mafia, los trasportadores son otra mafia. Según esto, los dueños del sector bancario, del sector salud, de los medios de comunicación, son unos pobres pelagatos comparados con los taxistas y los choferes de bus, estos últimos son los verdaderos dueños del país, los que ponen y quitan alcaldes y presidentes. Es tal el grado de manipulación que la gente se cree estos cuentos.
Ningún gremio se salva, a los camioneros no los bajan de ordinarios -motivo suficiente para vulnerarles sus derechos- a los profesores de perezosos, a los trabajadores de la rama judicial de pícaros, a los campesinos de incompetentes y así un largo etcétera. Conclusión, aquí nadie tiene el derecho a protestar, porque, aparte de que somos mala gente, incompetentes, todos los gremios trabajamos poco y ganamos harto. Eso sí, guaches y todo, pero todos estamos forrados en billete. Los camioneros están forrados, los médicos están forrados, los actores están forrados…
Para este punto, la campaña de descrédito ha surtido efecto, el gobierno nos tiene como le gusta: ¡divididos! La opinión pública ya mordió el anzuelo y empieza a reclamar mano dura y sanciones en contra de los que sentaron su voz de protesta –quienes, en este momento, ya son poco menos que delincuentes y terroristas-, y se alinea enteramente a favor de ese ente, al que, en otros contextos, tanto critica y acusa, el gobierno. Y como dardos con veneno, a los organizadores del paro empiezan a lanzarles calificativos como mamertos, izquierdistas. En teoría todos tenemos derecho a la protesta pero si alguien decide agremiarse y se atreve a salir a protestar porque considera que le están vulnerando sus derechos, ese alguien es un terrorista, un guerrillero en potencia. ¿Y entonces? Pues nada, sigamos comiendo callados.
Bonita forma de callarnos, de cercenar nosotros mismos el derecho a manifestar nuestro inconformismo. Es raro, pero todos sin excepción, profesores, ingenieros, conductores, abogados, nos quejamos del gobierno, nos lamentamos de lo dura que está la situación, no obstante, un gremio eleva su voz de protesta por estos motivos, y de inmediato todos nos le vamos encima.
Que se les vaya encima el gobierno es apenas obvio, contra ellos van dirigidas las protestas, que lo hagan los medios, ¿qué les digo?, ellos están del lado del poder, pero que entre nosotros mismos, los del pueblo, terminemos callándonos, pisoteándonos y defendiendo los intereses del estado y de las élites que gobiernan este país, es algo que nunca terminaré de entender.
Conclusión: “Aquello de que estamos mal es puro cuento”, o por lo menos esto es lo que se puede desprender de los comentarios y de las críticas que se lanzan desde estos foros.
Fin de la película: Arrancan los desmanes, los disturbios y el gobierno encuentra en ellos la excusa que estaba esperando para intervenir y disolver la propuesta por la fuerza y ¡listo!, ¡conjurado el paro! Valdría la pena preguntarse ¿quién está detrás de estos hechos de violencia?, lo pregunto porque no es a los organizadores del paro a quienes estos hechos convienen o benefician, y todo, porque el recrudecimiento de estos actos vandálicos, aparte de sabotearla, siempre marcan el fin de cualquier protesta y el desprestigio absoluto de la misma.
Por todo lo anterior y por ser uno de los pocos gremios dignos y que se atreven a reclamar por lo que todos consideramos injusto -como el alto precio de la gasolina- ¡Arriba el paro camionero!