Al antimonumento, Fragmentos, ese espacio artístico de simbolismo escalofriante hecho con las armas fundidas desde el acuerdo con las FARC, se llega franqueando múltiples barricadas del Ejército que trata y consigue mantener el palacio presidencial alejado de cualquier ciudadano, como si el palacio fuera una pieza frágil de vidrio intocable, imposible de ser visto, algo realmente extraño en el Gobierno que dice ser de la gente.
Aun así, Fragmentos sigue siendo uno de los más emotivos espacios del arte y en estos días exhibe la obra “Arrancar lo ojos” de la artista argentina Gabriela Golder, una representación de aquella práctica policial sistemática que, no siendo del todo nueva, cobró dimensión aberrante durante las protestas sociales en Chile y Colombia desde 2019, práctica consistente en disparar bombas lacrimógenas, perdigones, balas de goma y otra suerte de proyectiles entre letales y no, a los ojos de jóvenes manifestantes, cientos de los cuales resultaron mutilados y perdieron la visión en forma total o parcial.
"Un dolor que recuerda por qué duele", es una idea que anida en esta exposición. Arrancar los ojos, cercenar los ojos, moler los ojos, extraer los ojos, matar los ojos, asesinar los ojos, cegar los ojos, extirpar los ojos, suprimir los ojos.
La Policía no puede vulnerar unos códigos y si lo hace tiene que responder y tiene que responder el Gobierno que la dirige y tiene que responder quien obedece y quien ordena un acto fuera de los cánones aceptables de la acción policial antidisturbios.
Quién ordenó, quién diseñó, quién pasó de largo con ese tipo de represión policial infame que no resultó accidental sino metodológica, todavía está por saberse. Desde luego, no dejan de ver una verdad, no dejan de hablar, no dejan de recordar o de sentir aquellos a quienes les arrancaron lo ojos con ánimo de molerlos.
El levantamiento social y la reacción gubernamental entre 2019 y 2021 tiene matices, análisis distintos, verdades a medias, pero hay entre todos un hecho de extrema gravedad que aún no tiene respuestas: los excesos policiales que en diversos casos cruzaron el umbral de actos criminales.
Esto no significa que toda la Policía es culpable, que no debía actuar, que hay buenos y malos, que no hubo entre los manifestantes infiltrados o delincuentes; no, solo significa que la Policía no puede vulnerar unos códigos y si lo hace tiene que responder y tiene que responder el Gobierno que la dirige y tiene que responder quien obedece y quien ordena un acto fuera de los cánones aceptables de la acción policial antidisturbios.
Hay muchos ojos arrancados, vidas arrancadas, visiones cercenadas y todavía no hay respuestas.
De allí que sea un poco exagerado y parroquial todo el escándalo y el rasgar de vestiduras por el nombramiento de Gareth Steven Sella en el viceministerio de la Juventud, Ministerio de Igualdad y Equidad.
Sella fue uno de los manifestantes afectados con pérdida de visón durante aquellos hechos y, aunque quizá no tenga experiencia burocrática, aunque por seguro no sea un delfín hijo de políticos de siempre o de empresarios de siempre a los que se les pagan sus favores con puestos oficiales (como ha sido la fórmula en todos los gobiernos de todas las tendencias), tiene una experiencia de vida a la que conviene darle oportunidad.
El antimonumento Fragmentos, en donde se encuentra la exposición aludida, parte de la idea expresada con profundidad por las mujeres maltratadas en la brutalidad de la guerra en el sentido de que “si se pueden fundir las armas, también pueden fundirse los odios”. Falta trecho, pero es posible; más que eso, es indispensable.