Crónicas de mi pueblo
(La ciudad de los ríos)
“El maestro es la encarnación del modelo de ser humano de una sociedad mejor”
El profesor Arnold Arrieta Meza (Magangué, 09/03/1936 - Barranquilla, 01/09/2020) fue la más cercana representación que los estudiantes de mediados de los años sesenta hasta principio de la década de los setenta, del Liceo Joaquín Fernando Vélez, tuvimos de un auténtico discípulo del reconocido filósofo y matemático griego Pitágoras.
Su pasión por las matemáticas, la cual delineó su trayectoria como docente en diferentes centros educativos, surgió de la orientación que recibió en su primera escuela, la de don Pedro Romero. Cursó con excelencia sus estudios de primaria en la Escuela Caldas, de don Joaquín Meza Meza. Entre los años 1951 y 1954 realizó sus estudios de 1° a 4° de bachillerato en el Liceo Joaquín Fernando Vélez. Fue profesor desde 1955 a 1957 en el Colegio Gustavo Rojas Pinilla de San Pedro Sucre, y en la ciudad de Magangué dictó clases de 1958 a 1961 en los colegios Miguel Antonio Caro y Nuestra Señora de la Purificación.
Se trasladó a Zipaquirá y trabajó como catedrático en el año 1962 en el Colegio Carlos Cortés Lee, fundado por el insigne pedagogo don Alcides Torres Obregón, oriundo de Magangué. Regresó a esta ciudad y en junio de 1963 fue vinculado como profesor, sin ser bachiller, en el Liceo Joaquín Fernando Vélez. Validó 5o y 6o de enseñanza media en el Liceo Bolívar de Cartagena, por lo cual este establecimiento educativo le otorgó en 1969 el título de Bachiller Académico.
Culminado en 1972 su ciclo en el Liceo Vélez, se fue para Cartagena y dictó clases entre 1973 y 1975 en el Liceo Bolívar. Y desde 1976 hasta 1980 en el Colegio Departamental Nuestra Señora del Carmen, lustro en el cual también realizó en la jornada nocturna sus estudios universitarios de Ingeniería Mecánica en la Universidad Tecnológica de Bolívar, recibiendo con honores el título de Ingeniero Mecánico.
Continuó como profesor en los años 1981 y 1982 en distintos colegios de Cartagena. Se trasladó para la ciudad de Barranquilla en el año 1983, en la cual alternó su ejercicio profesional como ingeniero mecánico en diferentes empresas del sector de la metalmecánica con la docencia en la Institución Educativa Distrital Pestalozzi y el Colegio Militar Acolsure de la misma ciudad y en la Normal Superior Santa Teresita de Sabanalarga. En 2001 culminó su posgrado en Docencia Universitaria en la Universidad Santo Tomás. Participó también en el Proyecto de la Calculadora Gráfica TI-92 del Ministerio de Educación.
Como docente, su contribución fundamental en la enseñanza de las matemáticas fue cambiar el paradigma que se tenía para entonces de que era una ciencia reservada para individuos ‘inteligentes’, dando por sentado que no todos teníamos esa condición. Para echar abajo ese anacrónico arquetipo se apuntaló en el tejido humano que con la amistad, cercanía, confianza, compromiso, colaboración y respeto mutuo entrelazó con los estudiantes. Los resultados obtenidos fueron un mayor interés y compromiso de los escolares con el estudio, los cuales se reflejaron por el alto porcentaje de escolares con excelentes evaluaciones. Entendió que su misión como profesor era hacer simple lo que a primera vista pareciera complicado.
Al igual que en la enseñanza, por su carisma y calidez humana, fuera del aula de clases su vida fue ejemplo para la comunidad en general, pues no hubo espacio ni momento en que él no participara con entusiasmo, alegría y dinamismo, sobresaliendo en toda actividad individual o grupal a la cual se vinculaba.
En las deportivas, como aficionado al fútbol, fue calificado como un buen guardameta, al igual de ser considerado como un excelente jugador de ajedrez, de ping pong y de billar. Participó en concursos de tiro, en jornadas de cacería de animales salvajes, así como en las de pesca de sábalo en las ciénagas de los alrededores.
En las actividades culturales unas veces fue presidente de la junta organizadora de los carnavales, y en otras, un simple participante en los mismos. Durante los años como profesor en el Colegio Militar Acolsure, hizo parte de la comparsa “El Congo Grande” de este establecimiento educativo.
Su compañera de vida hasta el final de sus días fue doña Rosalba Cure Arrieta, a quien conoció en 1963 cuando trabajaban en el Liceo Joaquín Fernando Vélez. Contrajeron matrimonio en 1966 a pesar de la oposición de su padre, quien consideraba que con su salario de ‘proferucho’, como despectivamente calificaba su trabajo, no podría sostener dignamente su hogar.
El advenimiento de quebrantos de salud lo alejaron en el año 2019 de las dinámicas colectivas, limitándolo a solazarse con el billar, su pasatiempo favorito. Y, contra todo pronóstico, puesto que fue muy riguroso con los cuidados para evitarlo, solo el letal virus covid-19, del cual se contagió por ocasión de una consulta médica, le apagó la llama a su existencia.
Se distinguió en todos los escenarios de la vida como un hombre decente, con una calidez humana superior. Como nadie logró quitarle el primer lugar, la amistad fue para él un santuario sagrado ante el cual oficiaban la sinceridad, la generosidad y la comprensión.
A su esposa y a sus hijos Arnold Armando y Glebys Carmela les dejó una pobreza honrada, por cuanto los bienes más valiosos que atesoró, los verdaderamente incuantificables, fueron su buen nombre y su dignidad intacta.
Como desafortunadamente no alcanzó a recibir los honores y las compensaciones que merecía por su larga trayectoria, con esta breve semblanza expreso en nombre de quienes tuvimos el privilegio de conocerlo y recibir sus enseñanzas en un ambiente de insuperable entendimiento, nuestra gratitud recordándolo por siempre como el verdadero maestro, por cuanto con su ejemplo encarnó el modelo de ser humano íntegro, comprensivo, entusiasta y dinámico para una mejor sociedad.