Armonía social: un contrato fuera de egoísmos

Armonía social: un contrato fuera de egoísmos

Se requieren una conciencia muy tolerante y una sensatez muy alta para admitir o preservar a un amigo, alejarse de egoísmos es un primer paso

Por: JAIRO ENRIQUE VALDERRAMA VALDERRAMA
julio 19, 2022
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Armonía social: un contrato fuera de egoísmos
Imagen: Canva

A cada persona le asiste el derecho de trazar su propio camino

Toda conversación es inútil y todo diálogo se pierde cuando uno solo de los participantes cree que sus motivos son equiparables a la “verdad”. Ese es el alimento de la ignorancia y del estancamiento.

“Y me siento triste porque ellos desconocen la verdad, y yo sí la sé. ¡Oh, qué difícil le resulta a uno conocer la verdad! Pero ellos no lo entenderán. No, no lo entenderán”. Fiódor M. Dostoievski.

Con frecuencia, recuerdo a esos amigos de la infancia y la juventud con quienes tanto compartimos y de quienes jamás volví a saber nada. ¿Se verán tan viejos como yo? ¿Vivirán aún el país? ¿Se habrán casado? ¿Trabajarán en condición de profesionales? ¿Habrán muerto? ¿Estarán enfermos? ¿Los invadirá la pobreza material? ¿Perderán las cuentas de sus billetes y monedas debido a la inmensa fortuna que han acumulado? ¿Se acordarán de mí? En definitiva, al evocar esas escenas del pasado, ¡cuánta felicidad se derrocha en la niñez y cuánta alegría se desborda en la juventud!

Se sabe que muchas amistades se diluyen por las diferencias de pensamiento y, como derivación lógica, de las actitudes diversas que exponen. Al parecer, se requieren una conciencia muy tolerante y una sensatez muy alta para admitir o preservar a un amigo que mantenga percepciones distintas ante la política, la religión, la sociedad, la familia y, en general, sobre la cultura toda. Esa posición radical de creer que solo nuestras maneras de ver la existencia son las “verdaderas” propicia distanciamientos hasta con algunos parientes muy cercanos. Esa testarudez, que esos mismos testarudos llaman “dignidad”, pisotea inclusive al amor.

Se requiere de mucha madurez para abrir la mente y entender que a cada ser humano le asiste el derecho a llevar su vida como considere, siempre y cuando jamás se atreva a invadir los espacios de sus semejantes. El paso del tiempo, la reflexión constante, la prudencia y el respeto conforman algunos de los requisitos para asumir la concordia y la armonía social. ¡Cuánto nos faltará para empezar a construir ese tipo de convivencia, quizás la más parecida al mito del Paraíso!

En las épocas de esparcimiento, cuando se llevan a cabo viajes o traslados, cuando conocemos a algunas personas, se abonan la espontaneidad y la intención de estas por impresionar y atender a los huéspedes de la forma más amable. Sin embargo, en muchas ocasiones esas expresiones de cortesía se confunden con la imposición. Abundan quienes de una vez llevan una cerveza o un trago de licor a las visitas, sin reparar en que pueden preferir un jugo, una limonada o ninguna bebida. Otros más sirven apresuradamente tentadores platos de carne en salsa, una sobrebarriga tierna, una generosa porción de gallina criolla, jeta de marrano o mojarra frita, sin pensar en que el recién llegado puede ser vegetariano.

Las confrontaciones, entonces, empiezan a aparecer cuando se califican los aparentes desaires como una muestra de rechazo y no como la forma individual de ver y asumir la existencia. La mayoría de gente quiere (o da por sentado) que comemos lo que ella come, que bebemos lo que ella bebe, que vemos lo que ella ve, que adoramos lo que ella adora. Es decir: su cultura y su mundo deben ser la cultura y el mundo de todos los demás. ¡Qué error!

Si en la gran mayoría de nuestras casas hay decoraciones navideñas en diciembre, ello no implica que en todos los hogares se siga esa tradición. Si muchas personas van a misa los domingos, eso no obliga a nadie a que proceda de la misma manera. Si existen muchos aficionados al fútbol, ello no puede arrastrar a otros a llevar a cabo esos ritos cada cuatro años (o cada fin de semana) para adorar a los pateadores de balón. Mientras el respeto por cada una de esas devociones sea claro, nadie tiene la autoridad para imponer a otros, abierta o soterradamente, distintas maneras de pensar y, mucho menos, de proceder.

Cuando esos comportamientos intolerables se llevan al extremo, surge el fanatismo, esa creencia (ciega, por supuesto) de suponer que mi equipo de fútbol es el mejor y debe ganar, de que mi candidato debe ser el escogido, de que la televisión jamás debe faltar en una casa (ahora ya se entrometió hasta en los establecimientos públicos), de que todos deben usar teléfono “inteligente”, de que el pelo debe parecer el de un puercoespín, de que se tiene que pasear en Semana Santa, a mitad y a final del año, de que al cumplir años debe haber un pastel, etc. ¿Impondremos esas acciones a otros a pesar de que no quieran?

No estoy sugiriendo que cada uno cambie su manera de pensar o de actuar, porque eso resultaría una contradicción a las ideas que planteo. Sin embargo, es casi seguro que ganaríamos muchas más consideraciones para entender este mundo si adoptáramos una actitud atenta a las ideas de los otros. Quizás, estemos equivocados y, sabiéndolo, hallaremos otras posibilidades para entender mejor y de otra manera caminos que nos lleven a la felicidad y que faciliten nuestra existencia.

Siempre es más útil, por tanto, hablar con una pared que con un fanático o un borracho testarudo. Estos jamás se moverán de su posición; llevan consigo un cerrojo de acero que les impide abrir la puerta de su comprensión para que ingresen otros argumentos. Con ellos, cualquier intento de diálogo es un derroche de tiempo. Y si alguien se atreve a presentar una opinión distinta y propia ante ellos, la respuesta será el ataque en todas sus formas. Para ellos, para estos esclavos del instinto, la conciliación se entiende como debilidad. El fanatismo, en definitiva, es el padre tirano de la violencia.

Nada más satisfactorio y enriquecedor que las ideas, las costumbres y las personas distintas. La reiteración de los mismos puntos de vista estanca, y la abundancia de perspectivas diversas libera.

Con vuestro permiso.

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