Hace 29 años, el 13 de noviembre de 1985, un pueblo colombiano, fue sepultado por una gran avalancha de lodo y rocas. Según los cálculos, unas 25 mil personas quedaron enterradas debido a que el rio Lagunilla convirtió a Armero, en una inmensa y mortífera laguna de fango.
Fue una tragedia anunciada con mucha anticipación ya que un grupo de expertos en vulcanología, luego de un análisis concienzudo, anunciaron que podría ocurrir un deshielo al que nadie hizo caso.
Cuando se dio la tragedia muchas personas recordaron que un sacerdote llamado Pedro María Ramírez y quien fuera párroco de Armero fue baleado y mientras agonizaba dizque dijo que en Armero no quedaría piedra sobre piedra y que ese pueblo sería maldito. Muchos siguen creyendo que fue debido a esa maldición que se dio la avalancha.
Hace 29 años el 13 de noviembre, el volcán expulso arena caliente, derritió las nieves y se formó la avalancha que sepultó para siempre jamás al pueblo más pujante de la zona y también alcanzó a afectar a Chinchina y Villamaría.
Según algunos informes, “El día de la erupción salieron columnas de ceniza oscura del volcán alrededor de las 3:00 p. m., hora colombiana. El director local de la Defensa Civil Colombiana, quien fue rápidamente informado de la situación, contactó con Ingeominas, organismo que determinó que el área debía ser evacuada; a continuación se le dijo que debía contactar a los directores de la Defensa Civil en Tolima y Bogotá.
Entre las 5:00 y 7:00 p. m., la ceniza dejó de caer y las autoridades locales instruyeron a las personas para que se «mantuvieran calmadas» y volvieran a sus casas. Alrededor de las 5:00 p. m. fue convocada una reunión del comité de emergencia, y cuando esta terminó a las 7:00 p. m. varios miembros contactaron a la Cruz Roja regional para acordar detalles sobre los esfuerzos de una posible evacuación en Armero, Mariquita y Honda.
La Cruz Roja de Ibagué contactó a las autoridades de Armero y ordenó una evacuación que no fue llevada a cabo debido a problemas eléctricos causados por una tormenta. La fuerte lluvia y los rayos producto de la tormenta pudieron ocultar el ruido del volcán, y sin ningún esfuerzo sistemático de alerta, los residentes de Armero no eran conscientes de la actividad que se desarrollaba en el Nevado del Ruiz.
A las 9:45 p. m., después de que el volcán hiciera erupción, los funcionarios de la Defensa Civil de Ibagué y Murillo trataron de advertir a las autoridades de Armero, pero no pudieron contactar. Después, lograron escuchar conversaciones entre algunos dirigentes de Armero y otras personas; en la más famosa de estas conversaciones se escucha al alcalde de Armero hablando a través de una radio casera, diciendo que «él no cree que allí haya mucho peligro», aunque finalmente fue arrastrado por el lahar”.
Esta tragedia también fue advertida por el escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal, pero nadie hizo caso de su voz de alerta y así surgió la novela “Los sordos ya no hablan” en la que el escritor cuenta como se hizo caso omiso de las advertencias, no solo de los expertos, sino las que enviaba el mismo volcán con sus fumarolas y los temblores producidos días antes de la tragedia.
Como imagen para el no olvido de éste doloroso trance para Colombia, las fotos de Omaira Sánchez, quien estuvo atrapada por el lodo durante tres días antes de morir, le dieron la vuelta al mundo.
La muerte se apoderó de Armero y dejó como saldo más de 22 mil personas muertas. Unas muertes en complicidad con la desidia oficial pues fueron innumerables los llamados a las autoridades acerca del peligro que representaba el volcán y como siempre la respuesta fue “que el gobierno estaba actuando para atender la situación”. Tuvo razón Gardeazábal con el título del libro en el que narra la tragedia…”Los sordos, ya no hablan”.