Es sumamente triste ver cómo hemos tenido que presenciar y aceptar como sociedad la resiliencia familiar de las víctimas de eventos violentos dentro de los Estados Unidos. Con esto no quiero insinuar que los asesinatos y masacres en otros países no cuentan en absoluto, no; pero hay que aceptar un hecho innegable y es que en las últimas décadas el incremento de masacres causadas por civiles estadounidenses se ha disparado de una manera sin precedentes y los gobernantes al mando, directos responsables de poner un alto a esta situación, han decidido hacer todo menos contribuir a la reducción de estos casos.
Hoy por hoy, los jóvenes, cuyos temores a la muerte siempre parecen producto de sus (a veces) depresivas hormonas de adolecentes extremistas y melodramáticos, se enfrentan al pavor fehaciente de ir a la escuela, pues los centros educativos se han convertido en escenario del 73% de los sanguinarios e indiscriminados asesinatos masivos a sangre fría.
¿Cómo? Es una de las clásicas preguntas que nos formulamos cada que los noticieros informan de estos tiroteos que ya no asombran a casi nadie. ¿Cómo es posible que en un país tan desarrollado que mira a países como el nuestro por encima del hombro y el cual se enorgullece a viva voz de su liderazgo mundial, permita que niños sufran el pánico de ir a estudiar porque los pueden matar en cualquier momento? ¿Cómo es posible que ahora sea algo común que los padres sientan la incertidumbre de no saber si volverán a ver a sus hijos al atardecer o en la noche? ¿Por qué se han vuelto tan comunes los “tiradores” dentro de Estados Unidos? Ya van 291 tiroteos en escuelas desde 2013, ¿por qué el gobierno sigue permitiendo que todas estas cosas sucedan sin poner solución alguna?
La respuesta es simple: la segunda enmienda a la constitución.
Estas enmiendas son básicamente un conjunto de parágrafos o condicionantes dentro de la misma constitución que frenan el poder institucional del gobierno sobre el individuo y de esta manera ratifican por medio de garantías los derechos que tienen los ciudadanos a velar por el buen y optimo ejercicio de la democracia nacional. En otras palabras: mientras la constitución detalla el poder que el estado tiene para ejercer su gobierno; las enmiendas frenan o ponen un límite a ese poder, garantizando enfáticamente los derechos de los ciudadanos a ciertas libertades y derechos fundamentales como lo son el culto, la libre expresión, el juicio ante un jurado, la orden de cateo y entre muchas otras más, la posesión de armas.
Según esta enmienda en particular es derecho de todos los estadounidenses tener a la mano armas de guerra con las que puedan impedir una posible invasión internacional o incluso un posible abuso de poder del gobierno regente, que llegado el caso de corromperse se vuelva en contra de sus gobernados. De esta manera, la segunda enmienda pone filosóficamente hablando a los civiles, como última línea de defensa de un Estado.
Ahora, usted podrá entender un poco mejor por qué hay tanta polarización alrededor de este tema, dentro y fuera de los Estados Unidos. Es que durante 200 años los norteamericanos han tenido el derecho al porte, tenencia y transporte de armas de forma recreativa o como medio de defensa personal, un derecho que en países como el nuestro nunca hemos tenido, pues en Colombia, aunque es posible el porte de armas mediante salvoconducto, este detalla enfáticamente la cantidad (1), el tipo de arma (Pistola o revólver) que el interesado puede adquirir y por supuesto la razón por la que la compra. El proceso no es extremadamente tedioso pero definitivamente no es tan rápido ni mucho menos tan fácil como en la tierra de las oportunidades en la que las armas se venden, imagínese usted, como la leche en la tienda de la esquina. Sí, así de fácil: "Por favor unas donas, leche y una cubeta de huevos… Ahh y una AR-15".
Los demócratas (en su mayoría) votaron a favor del control de armas con la idea de que estas masacres no serían posibles si la obtención de los medios para realizarlas no estuviera tan a la mano de los asesinos. Por su parte los republicanos (en su mayoría), representados de muy mala gana por Donald Trump, (hay que recordar que en época electoral lo abandonaron al sentirse ofendidos por él) creen que es una bendición poder tener el derecho a portar armas porque de esta manera, si el loco asesino, por cosas del destino se les sienta al lado en la misa, el restaurante o el cine, ellos no van a estar indefensos ni verán con impotencia cómo sus vidas o las de sus familiares son arrancadas de tajo y sin razón alguna.
Hay que admitir que ambos puntos de vista no carecen de lógica; ambos tienen sentido y a la vez, sus complejidades técnicas, pensadas a fondo llevan a cualquiera a la paradoja del huevo y la gallina, pero esa es otra historia. Lo cierto es que al menos una regulación más estricta para la venta de armas no le haría nada de daño al gobierno de Donald Trump, un gobierno que parece no estar de acuerdo con ninguna limitación en absoluto sobre el tema y que como ya se mencionó, derogó la ley en la que Obama impedía a personas con antecedentes de discapacidad mental obtenerlas. ¿Por qué? No se sabe bien, quizá le pareció inconstitucional impedir o privar a alguien de la libertad de defenderse de sus enemigos imaginados, sin importar si esta persona es incapaz de razonar sobre la diferencia entre cruzar el semáforo en verde o en rojo, o salir a la calle con ropa o sin ella. Según la fundación Kaiser, en Estados Unidos el 18% de la población adulta sufre de problemas de salud mental.
No es necesario violar la segunda enmienda si para los ciudadanos es de vital importancia. Bien pensado, es uno de los pilares fundamentales en el que el pueblo Estadounidense ha cimentado su democracia, y les ha funcionado, pero a la fecha el costo en vidas inocentes sobrepasa lo escandaloso. De todas las armas en manos civiles del planeta, se estima que los estadounidenses tienen el 48%. De quererlo, 9 de cada 10 ciudadanos podrían estar armados. Pero, ¿Cuál es el punto de las armas si diariamente están muriendo abaleadas 93 personas solo en Estados Unidos, un país “sin” conflicto armado? La historia lo ha probado y lo sigue haciendo en la actualidad: un cambio de fondo es imperativo para garantizar el bienestar de los nacionales. A medida que pasa el tiempo y la civilización se sumerge en políticas aún más liberales, el deterioro de los valores seguirá permitiendo que la vida se devalúa cada día. Apoyar a los jóvenes, víctimas que buscan un cambio es la decisión apropiada.
Esas semillas de odio sedientas de sangre inocente deben dejar de gestarse.
He dicho.