Imaginemos por un momento que en algún lugar inhóspito de Colombia un soldado se queda retrasado de su pelotón y accidentalmente pisa una mina antipersonal. Si retira el pie, el artefacto estalla. Sus compañeros ya están lejos y de repente aparecen dos guerrilleros, uno de ellos desarma la mina y le salva la vida. A raíz de ese encuentro fortuito nace una amistad y, a espaldas de sus superiores, en la noche se visitan, juegan, escuchan música, intercambian regalos y hasta le celebran el cumpleaños a uno de ellos. Mientras tanto, la guerra sigue y quizás en cualquier momento deban enfrentarse. Pero en el hoy son amigos y eso es lo que importa.
¿Será posible?
¿Por qué no? Metidos entre los horrores de la guerra nos olvidamos de que aquí y allá hay seres humanos. Los que etiquetamos como enemigos también tienen sueños, aman, ríen, no son objetos desechables como nos enseñan los que eligen por nosotros a quién amar y a quién odiar. Son personas que,al igual que cualquiera, tienen virtudes y defectos y si nos damos mutuamente la oportunidad de conocernos, quizás podamos cambiar el rencor y la desconfianza por la amistad, el cariño y la solidaridad.
De esto se trata “Área Común de Seguridad”, la película que lanzó al estrellato internacional a uno de los más reconocidos directores de cine de Corea del Sur, Park Chan-wook. El filme muestra una visión original del conflicto que separa a las dos Coreas, centrada en el área de distensión fronteriza que se extiende a lo largo del Paralelo 38, en la que se vigilan con los dientes apretados.
Un incidente armado en el sitio Pannumejoum,enclavado en el área común de seguridad,provoca una grave crisis entre las dos Coreas. Al no poderlo resolver en conjunto, aceptan la ayuda de la “Comisión Supervisora de Estados Neutrales”. Llega entonces, una investigadora de Suiza (Sofía) para aclarar lo que pasó, con la advertencia tajante de su superior:El diálogo entre ellos se parece a un bosque en plena sequía. A la menor chispa el bosque entero puede arder. No debe provocar a ninguna de las dos, manteniendo una neutralidad total”. Pero Sofía quiere averiguar la verdad y comienza a atar cabos que la llevarán a un resultado inesperado.
Asistimos a un relato ágil en el que se mezclan los flashbacks, los interrogatorios, los silencios de los protagonistas, la investigación prolija, las versiones contradictorias, pero sobre todo nos habla de la amistad y la lealtad que conlleva, enmarcada en una puesta en escena cuidadosa, una fotografía impecable y unos escenarios que bien pueden ser un terreno desolado cubierto por la nieve, una pequeña habitación, el llamado “puente sin retorno”, o una línea pintada en el piso que separa dos maneras de ver el mundo.
No es una historia de guerra, ni tampoco un catálogo de estereotipos, donde solo tienen cabida los buenos y los malos, ni mucho menos un relato donde la paz es la invitada de honor y el almibarado discurso de “somos las mejores personas”, se toma el guión por asalto. No. Aquí no hay lugar para discursos ideológicos, seres ideales o escenas heroicas, y ese es su valor.
Sus protagonistas son simplemente personas que cambian la eterna vigilia en espera de lo peor por un rato en la garita de los norcoreanos, donde los comunistas prueban alfajores capitalistas y se dan permiso de reírse de las estupideces de los políticos como en un turno de guardia en medio de la línea fronteriza. El sargento O Kyeongpil (del norte)observa que la sombra del sargento Li Sijyeok (del sur)ha cruzado la línea y se lo advierte en tono de sorna, sin perder la seriedad.
Pero a pesar de todo, de sus risas cómplices, de la cotidianidad que comparten, de las bromas que se gastan, transitan al filo del abismo.Un solo paso en falso puede cambiar las cosas…
“Área Común de Seguridad”fue en su momento (2000) un éxito taquillero en Corea del Sur, recogió favorables críticas y fue admirada en festivales internacionales como el de Berlín.