Parte de la historia económica de Colombia depende de árboles, yerbas y plantas. Entre los productos más destacados se encuentran la quina, el tabaco, el añil, el algodón, el café, el caucho y ciertas yerbas condenadas no por los efectos psicoactivos, sino por la salida de dólares de la economía de las potencias.
Conocida como chinchona, la corteza del árbol quino se exportó como antiséptico y cura de la malaria. Francisco José de Caldas y José Celestino Mutis estudiaron las propiedades terapéuticas de la corteza del árbol. Fue un producto afortunado cuando escaseaba, pero los antipiréticos —producidos por la química— lo llevaron al declive.
La Corona española controlaba las siembras de tabaco. En una obra de teatro de Carlos José Reyes está plasmada la rebelión de los campesinos frente a la arbitrariedad de España. En Ambalema (Tolima), y gracias a la navegación del río Magdalena, muchos se volvieron ricos. Manuela, obra de Eugenio Díaz, dibuja los conflictos en un pueblo de tierra caliente. Mas el cultivo del tabaco en la isla de Java llevó a la decadencia de la exportación.
Hacia 1870 el añil se utilizaba para teñir. El cultivo requería trabajo e inversión, pero la invención de los colorantes artificiales y plantaciones en otros lugares llevaron a la decadencia de la exportación. Camacho Roldán y Samper mencionan en sus escritos el cultivo.
En Amores de estudiante (1865), narración de Próspero Pereira Gamba, el personaje plasma su desconsuelo, pues sabe que tiene “…calzones de manta socorrana”, en otras palabras, vestidos confeccionados por los artesanos a partir del algodón, mientras que la gente 'de dedito parado' vestía trajes extranjeros. La mujer de sus sueños lo desprecia. “Lo que más arduo le parecía a mis camaradas era que yo tuviese el arrojo de presentarme ante aquella noble familia con el triste uniforme con que estaba vestido… los jóvenes de las provincias que van a los colegios de Bogotá, por más miserables que sean, mienten riqueza para tener entrada en la capa de la sociedad donde reside la aristocracia monetaria”.
La vorágine, de José Eustasio Rivera, está unida con la tecnología del motor de combustión, petróleo y caucho. Los indígenas esclavizados en las selvas de Putumayo recogían el látex y el caucho salía por el Amazonas hacia las fábricas de neumáticos. El cultivo en otros continentes y el caucho sintético bajaron los costos de producción.
En Macondo, el coronel Aureliano Buendía logró sobrevivir “a una carga de estricnina en el café que habría bastado para matar un caballo”. “A cualquier hora que entrara en el cuarto, Santa Sofía de la Piedad lo encontraba absorto en la lectura. Le llevaba al amanecer un tazón de café sin azúcar, y al mediodía un plato de arroz con tajadas de plátano fritas, que era lo único que se comía…”.
Y los personajes de La virgen de los sicarios (Fernando Vallejo), El ruido de las cosas al caer (Juan Gabriel Vásquez) y Delirio (Laura Restrepo) viven en el mundo del narcotráfico. Todo esto da muestra de cómo plantas y yerbas han sido paisajes y protagonistas en la literatura colombiana.