El 22 de diciembre de 2008, Tatiana Gómez recibió una llamada de un número extraño a su celular. Una voz gruesa le pronunciaba que la noche anterior, los paramilitares habían asesinado a su papá --a quien no conocía-- en Cúcuta. Tatiana había organizado todo para encontrarse con él en noviembre de ese año, pero una de sus tías no la dejó. Y el día en el que le vio el rostro por primera vez, ese día su padre se encontraba entre un ataúd.
Un mes después, Tatiana se enteró que a su papá lo habían matado porque fue testigo de un asesinato cerca de uno de los edificios que vigilaba en Cúcuta. Los paramilitares no querían dejar rastro del atentado y le pegaron un tiro en la cabeza. Ante el dolor de no haber conocido a su padre, las peleas constantes con su madre y buscar un mejor futuro, Tatiana salió junto a su prima rumbo a Bogotá y acabó viviendo en Soacha.
Allí, junto a 45 muchachos, se unió el pasado primero de noviembre --reconocido como el día de los Santos difuntos-- para sembrar un pino en homenaje a su papá y de esta manera recordar la única imagen que tenía de él, a quien conoció sin vida. Al igual que Tatiana, son unos 3.500 habitantes de su conjunto Torrentes de Soacha, que el cruce de disparos, la muerte de sus padres, primos, tíos y el instinto de querer vivir, los han sacado corriendo de sus hogares para buscar una nueva vida en Bogotá y sus alrededores.
Los muchachos de Torrentes le pusieron a los pinos, cerezos, tomates de árbol y eucaliptos que plantaron los nombres de sus hermanos, vecinos, padres; de la finca donde vivían y hasta de la vaquita de la que se alimentaban, por eso decidieron que no podían dejar que algún balón pateado desde la cancha cerca al jardín los dañara. Para protegerlos hicieron cercas con buena madera que rodeara a cada uno de ellos.
Días después, los muchachos siguen cuidando los árboles. Los niños del barrio pasan preguntando qué hacen y se quedan un momento para ayudarles. Las señoras adultas, dicen que les recuerda sus casas en su pueblo, que les está quedando muy bonito, los felicitan y una de ellas les envía una gaseosa: es su forma de decir gracias.
Esta actividad, además de embellecer la zona al transformarla en un jardín de memoria, le otorgó a la comunidad un espacio para homenajear a sus muertos, y con ello buscar sanar la herida que el dolor y la expulsión de sus hogares generó en sus almas.
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