La ejecución del clérigo chiíta Nimr al Nimar y otros 46 detenidos acusados de terrorismo por Arabia Saudita, ha generado indignación y protestas en Irán, teocracia que ha roto relaciones diplomáticas con la monarquía Saudita y de paso han aumentado las tensiones políticas en el Medio Oriente. Las rivalidades entre Irán y Arabia Saudita no son nuevas, sus antagonismos son históricos y tienen mucho que ver con luchas tribales, de clanes y de linajes por el poder político, el control reservas de petróleo y gas, el comercio y el dominio militar y religioso en el mundo islámico.
Además de los conflictos actuales en Libia, Siria y Yemen, ambos países se consideran depositarios de la fe islámica. Arabia Saudita, representan la potencia regional sunníes y a su turno Irán chiíes. Teherán a la vez, se considera el faro de los chiíes de Irak, Bahréin y de importantes comunidades en Arabia Saudita, Líbano, Yemen, Turquía y Siria.
Tanto Irán como Arabia Saudita, como potencias regionales de los dos credos religiosos más importantes del mundo islámico y como fichas claves de las potencias como ejes estratégicos en las expansiones políticas y religiosas de sus hegemonías en los países del denominado arco del islam, mantienen ancestrales disputas por el poder en el mundo islámico.
Es claro que detrás de los actuales conflictos, se esconden viejas rivalidades donde el factor religioso se ha convertido en una de las armas de movilización y manipulación política más populares en las luchas por el dominio regional. Pese a que las doctrinas religiosas sunitas y chiítas no son monolíticas, porque dentro de ellas existen diversas tendencia que han originado nuevas rivalidades entre sectores extremistas y moderados de acuerdo los intereses políticos y económico locales en cada país. Igualmente han servido de mamparas para el fomento de antagonismos nacionales y regionales por parte de las potencias extranjeras para acentuar sus dominios en una de las regiones petroleras y gasíferas más ricas y estratégicas de mundo.
Potencias que en defensa de sus intereses hablan de derechos humanos y de frenar los conflictos, pero a la vez, los fomentan derrocando regímenes hostiles a sus intereses y respaldando tiranías títeres; vendiendo armas, armando y financiando grupos extremistas para que defiendan sus dominios estratégicos. En consecuencia, han surgido de una serie de grupos extremistas sunitas a la sombra de Arabia Saudita y otros países de mayoría sunita de la región con apoyo militar y financiero de Estados Unidos y la UE para redefinir un nuevo mapa de interés hegemónicos en la región. Igualmente acontece con el chiísmo a la sombra de Irán y los gobiernos de Siria, Irak y el Líbano con el apoyo de Rusia para afianzar sus intereses hegemónicos.
Por eso, el acuerdo nuclear firmado entre Irán con Estados Unidos, Francia, Alemania, Reino Unido y Rusia, que puso fin a los enfrentamientos entre Teherán y Occidente, si bien fue un paso decisivo para frenar las hostilidades, revivió en cierta forma las tensiones regionales entre Israel, Irán y Arabia Saudita.
Israel y Arabia Saudita como aliados de Estados Unidos en la región fueron los primeros en oponerse al acuerdo, porque al levantar las sanciones que mantenían en apuros a la economía iraní, ahora con la descongelación recursos por más de USD 100 mil millones, reactiva su economía de cara a convertirse en una de las mayores economías regionales.
Indudablemente que, tanto para Arabia Saudita como para Israel ese acuerdo significa en un revés debido a que Irán les compite en la supremacía regional. Riad acusa a Teherán de fomentar las milicias chiítas dentro de su territorio y lo mira como una amenaza para sus intereses estratégicos por el apoyo que ofrece al régimen sirio, a Hezbollah en el Líbano y los rebeldes en Yemen. Para Israel también es un asunto preocupante dado a que Irán no reconoce su existencia como Estado y apoya la lucha de Hamás en Palestina. En conclusión: lo que está en juego en estas rivalidades son los intereses de tres potencias regionales y sus aliados, determinantes en el tablero geopolítico internacional por sus capacidades militares y sus riquezas, en la definición de un nuevo orden mundial en el Medio Oriente más allá de un simple conflicto religioso entre suníes y chiíes.
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