Este país está peor que un articulado del Mío o del TransMilenio en hora pico. Las personas se soban obligadas con desconocidos, pegan sus caras a los vidrios empujados por los que también tienen sus cuerpos pegados a ellos y algunos intentan no morir por falta de oxígeno en carros con capacidad para 160 pasajeros que a esa hora llevan 400, con tal de llegar a su destino.
La situación en Colombia, por cuenta de la crisis en Venezuela, no es distinta. Los que llegan aquí no le huyen a la violencia generada por grupos de guerrillas o paramilitares sino a la miseria y el hambre ocasionada por su líder político, quien totalmente indiferente por la realidad de su pueblo imagina a su país como un paraíso terrenal en el que abundan los recursos y las oportunidades.
Maduro obtuvo lo que ningún otro presidente ha logrado: condenar a su gente a niveles de desgracia de los que les costará mucho tiempo salir, y eso sin contar con lo que demore la caída del régimen. Empezó adueñándose deliberadamente del poder, censuró medios de información reprimiendo la libertad de expresión, ha conseguido la devaluación del peso venezolano a niveles nunca antes vistos, echó a grupos empresariales que eran fuentes importantes de empleo y ni siquiera pudo mantener los números de la venta del crudo, hundiendo a la economía en la peor crisis de la historia reciente, ¿cómo no querer escapar?
Y está muy bien que nosotros, país fronterizo, recibamos a los desesperados con los brazos abiertos; no en vano somos el país del sagrado corazón. Pero también hay que recordar que aquí tenemos nuestros propios desesperados que son los casi 3 millones de desempleados; que aquí todavía existen 7 millones de desplazados que no han logrado su estabilización socioeconómica; que aquí la salud no alcanza para todo el mundo, que la gente todavía se muere de hambre en La Guajira y Chocó, que faltan soluciones de vivienda para personas afectadas por fenómenos naturales y que la educación por más gratuita que sea no llega a todas las regiones del país, como tampoco llegan ni el deporte ni la cultura a algunos sectores en los que terminan ganando protagonismo las actividades ilegales.
Apoyo a los venezolanos sí, pero primero a los colombianos. Es verdad que recibieron entre los años 50 y 60 a 721.791 colombianos cuando el boom petrolero lo hacía un país atractivo y la violencia se intensificaba en nuestro país, pero aquí ya superamos el millón de migrantes venezolanos en tres años, de acuerdo a las cifras de Migración Colombia, sin tener la capacidad estructural ni operativa para semejante éxodo.
Somos un país con redes sociales y económicas frágiles, que a duras penas se ocupa de las necesidades locales. Así que, más que por solidaridad latinoamericana, urge que la dictadura se acabe y que, como dijo hace poco un diputado venezolano en un medio radial colombiano, puedan “armar nuevamente sus maletas para regresar a su patria”.