Aquí lo que hay es un Estado de malestar

Aquí lo que hay es un Estado de malestar

El Estado del Malestar, entonces, es un aparato construido desde la política (por supuesto la política negativa imbuida de vicios) que se superpone sobre el ciudadano y bajo la premisa falsa de que “el poder reside en el pueblo” se enquista en el aparato público, y, mientras se rodean de privilegios (los altos y medios mandos del Estado), mantienen unas cuotas de gasto que, a la larga, y dependiendo del manejo ideológico del gobierno de turno va destruyendo y socavando la posibilidad de crecimiento y desarrollo de cualquier nación.

Este Estado del Malestar se ha enquistado en el poder y, al contrario de la creencia de muchos, es el verdadero generador de pobreza tanto económica como mental¿Qué es el Estado del Malestar? Es un ente burocrático conformado por cuerpos políticos colegiados, que, sobre un aparato estatal súper abundante y atrofiado por su incapacidad e inefectividad, consume de manera brutal y con troglodita apetito los recursos que proporcionan los impuestos y, por supuesto, los beneficios generados por el manejo de industrias estatales transformando dichos ingresos en gasto; en resumen, es un Estado que, buscando un supuesto bienestar basado en un paternalismo exacerbado, se sostiene sobre la base de un crecimiento de la tasa impositiva para mantener una masa inoperante de funcionarios públicos y, al mismo tiempo, se escuda tras la siempre dependiente mayoría de personas que viven sustentados en subsidios, prebendas o recursos asistencialistas; todo lo anterior visto desde la una perspectiva proteccionista y de garantismo exagerado de cualquier constitución política latinoamericana que generalmente prometen una inmensa suma de derechos y muy pocos deberes.
Visto y explicado con sencillez, el Estado Todopoderoso (Estado del Malestar) recibe ingresos inmensos generados por una carga impositiva brutal y, al controlar ciertas empresas o industrias de manera monopólica, recibe otro caudal de efectivo; por otra parte, se convierte en el gran empleador (todo derivado del primer vicio de la política, clientelismo) y, según su lógica poco creíble, genera sueldos y salarios a una gran masa de la población y, por supuesto, también ofrece multimillonarios emolumentos para los jerarcas y miembros del alto gobierno (sin olvidar los privilegios que disfrutan) y, claramente, se transforma en el gran proveedor de “bienestar” para los sufridos y explotados integrantes de las capas más necesitadas o limitadas económicamente de la población (segundo vicio del poder estatal o político, la demagogia) y todo bajo el discurso manipulador que, de acuerdo al calendario electoral, está plagado de mentiras, exageraciones y supuestas luchas entre ideologías contrapuestas (generando el tercer vicio político, el populismo).
El Estado del Malestar garantiza todo en su génesis constitucional; es decir, cualquier ámbito de la existencia humana está amparado y “garantizado” de la cuna a la tumba; propagandísticamente hablando, es la idea y el mensaje que dice “despreocúpese, el Estado lo cuida, lo alimenta, lo educa, lo pone a trabajar, lo casa y le da casa, le cuida a los hijos, lo cura cuando se enferma, le educa a los hijos, le pone el transporte, le da un subsidio, lo protege en la vejez, lo entierra y le reza un rosario, y todo “gratis”, pero, como lo dice con mucha certeza un adagio estadounidense, “There Ain't No Such Thing as a Free Lunch” (“No existe tal cosa como un almuerzo gratis”).
El Estado del Malestar, entonces, es un aparato construido desde la política (por supuesto la política negativa imbuida de vicios) que se superpone sobre el ciudadano y bajo la premisa falsa de que “el poder reside en el pueblo” se enquista en el aparato público, y, mientras se rodean de privilegios (los altos y medios mandos del Estado), mantienen unas cuotas de gasto que, a la larga, y dependiendo del manejo ideológico del gobierno de turno va destruyendo y socavando la posibilidad de crecimiento y desarrollo de cualquier nación.
Los vicios inherentes a ese Estado del Malestar se van construyendo poco a poco, y muchas veces van provocando desviaciones sobre la más sencilla lógica económica que establece que un circuito económico beneficioso es aquel donde desde la producción de bienes y servicios permite el consumo de los entes que absorben dicha oferta desde la demanda de los mismos basados en sus necesidades. El sistema de libre mercado toma ese ciclo y genera ingresos para seguir, desde la iniciativa privada y del riesgo del empresario, produciendo más bienes y servicios.
El Estado, que integra ese ciclo, no produce, sino, por el contrario, está ahí para recaudar impuestos que, en un mundo perfecto, deberían ser utilizados para proveer de elementos destinados al beneficio común desde el llamado “gasto público”. El Estado, desde su cabeza ejecutiva hasta el más sencillo de los funcionarios está conformado por empleados al servicio, supuestamente, del ciudadano. Entre los intereses y objetivos de esos burócratas se podría considerar el ofrecer seguridad ciudadana, establecer la infraestructura vial o prestar (sin establecer ideologías o dogmas) el servicio de educación pública.
Contrario a lo anterior, los Estados en nuestra sufrida América Latina (y en otras latitudes) son reinos donde se elige “democráticamente” al Rey por periodos de entre 4 a 5 años, en promedio, con reelecciones definidas o indefinidas (depende del menú constitucional del aparato ideológico de turno). Estos “reinos” se llenan de burócratas, aduladores y cortesanos que se pegan a la ubre del Estado e intentan sacar todo el beneficio posible del mismo. Toda la tragedia y drama de la Revolución Francesa para terminar creando estos reinos de pacotilla que, con su voracidad inagotable, van desangrando a naciones enteras y siguen arrojando desde sus fastuosas mesas, tras cada festín o periodo de gobierno, unas cuantas sobras a un pueblo que, ciego ante ese engaño llamado democracia, recibe con alborozo las migajas mientras aplaude a sus amados lideres o caudillos.
Este Estado del Malestar se ha enquistado en el poder y, al contrario de la creencia de muchos, es el verdadero generador de pobreza tanto económica como mental. Veámoslo de la siguiente manera: usted, ciudadano, tiene una pequeña empresa (país) y comienza a crecer dados los buenos manejos que se han hecho desde su ejercicio como empresario (usted es el dueño y en un aspecto macro es el ciudadano parte de ese país que genera un ingreso); dado lo anterior, decide contratar a un ejecutivo (el presidente en ejercicio de ese país) y además debe contar con otros empleados que ayuden en la buena marcha de ese aparato productivo (funcionarios burocráticos variopintos). Pasa el tiempo y el ejecutivo y los empleados que contrató comienzan a ganar más dinero que usted, se compran, para su propio beneficio, unos cuantos vehículos de alta gama mientras su persona sigue yendo en transporte público a la empresa, contratan, además, un tren de servidores conformado por amigos y familiares (asesores, secretarios, guardaespaldas, porteros, etc.) para engrosar la nómina de la ya alicaída empresa mientras usted sigue viviendo al día y observa como esa empresa (país) que tomó tanto esfuerzo levantar se va hundiendo progresivamente, al tiempo que los empleados que deberían estar a su servicio disfrutan de privilegios groseramente opulentos y, para mantener a flote el aparato burocrático, se endeudan de manera alarmante mientras la empresa (país) se va hundiendo en una espiral de gasto e incompetencia total; de ser la vaca lechera que producía beneficios se ha vuelto una res que, al ser sacrificada, se van comiendo a pedazos en el asado que celebran con cada fiesta electoral o cierre de operaciones ejecutivas.
En un sentido real, el verdadero Estado debería ser aquel donde el presidente y los demás estamentos gubernamentales, sin ningún privilegio (aviones privados, vehículos de lujo, mansiones presidenciales, etc.), estarían al servicio de los ciudadanos; se supondría un Estado reducido y efectivo (mezcla de la eficacia y la eficiencia) dedicado a labores como la prestación de servicios de salud, educación y salvaguarda de la seguridad pública local, regional y nacional (esto limitaría y reduciría el gasto público de manera significativa) y que, además, estuviera organizado con un legislativo que regulara con justicia las acciones de los ciudadanos al tiempo que controlara las operaciones del ejecutivo y, por supuesto, un aparato judicial integrado por seres probos y honestos que sirvieran de contrapeso y control ante las acciones injustas del ejecutivo, el legislativo y de los ciudadanos.
Parece utópico, pero existen naciones con un aparato de Estado reducido y efectivo que, aunque no lo crea, son países con altos niveles de ingreso y una gran calidad de vida; son Estados donde los ciudadanos son más conscientes de sus deberes que de sus derechos y están claros respecto a aquello que predicaba Thomas Jefferson al decir que “El precio de la Libertad es la eterna vigilancia” y, por tanto, si queremos decir que vivimos en una verdadera democracia es importante ser responsables ante la exigencia a nuestros servidores públicos de que deben cuidar nuestros intereses y ofrecer la certeza de la igualdad, pero no desde la demagogia, el populismo o el clientelismo, sino desde la posibilidad de crecer de acuerdo al esfuerzo, al trabajo y a las oportunidades.
Mientras exista la ciega ignorancia, la politiquería, las ideologías dogmáticas, los privilegios groseros de la clase política, el sentimiento de inferioridad del hombre ante el Estado todopoderoso, la desigualdad generada por el paternalismo y un pensamiento basado en la viveza que permite a una gran mayoría saltarse las normas sobre el beneficio común y el respeto al derecho ajeno, mientras ese estado de cosas exista, estamos condenados a la pobreza moral, intelectual, cultural, económica y social.

Por: Juan Carlos Camacho Castellanos
enero 30, 2020
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Aquí lo que hay es un Estado de malestar
Foto: Nelson Cárdenas

¿Qué es el Estado del Malestar? Es un ente burocrático conformado por cuerpos políticos colegiados, que, sobre un aparato estatal súper abundante y atrofiado por su incapacidad e inefectividad, consume de manera brutal y con troglodita apetito los recursos que proporcionan los impuestos y, por supuesto, los beneficios generados por el manejo de industrias estatales transformando dichos ingresos en gasto; en resumen, es un Estado que, buscando un supuesto bienestar basado en un paternalismo exacerbado, se sostiene sobre la base de un crecimiento de la tasa impositiva para mantener una masa inoperante de funcionarios públicos y, al mismo tiempo, se escuda tras la  siempre dependiente mayoría de personas que viven sustentados en subsidios, prebendas o recursos asistencialistas; todo lo anterior visto desde la una perspectiva proteccionista y de garantismo exagerado de cualquier constitución política latinoamericana que generalmente prometen una inmensa suma de derechos y muy pocos deberes.

Visto y explicado con sencillez, el Estado Todopoderoso (Estado del Malestar) recibe ingresos inmensos generados por una carga impositiva brutal y, al controlar ciertas empresas o industrias de manera monopólica, recibe otro caudal de efectivo; por otra parte, se convierte en el gran empleador (todo derivado del primer vicio de la política, clientelismo) y, según su lógica poco creíble, genera sueldos y salarios a una gran masa de la población y, por supuesto, también ofrece multimillonarios emolumentos para los jerarcas y miembros del alto gobierno (sin olvidar los privilegios que disfrutan) y, claramente, se transforma en el gran proveedor de “bienestar” para los sufridos y explotados integrantes de las capas más necesitadas o limitadas económicamente de la población (segundo vicio del poder estatal o político, la demagogia) y todo bajo el discurso manipulador que, de acuerdo al calendario electoral, está plagado de mentiras, exageraciones y supuestas luchas entre ideologías contrapuestas (generando el tercer vicio político, el populismo).

El Estado del Malestar garantiza todo en su génesis constitucional; es decir, cualquier ámbito de la existencia humana está amparado y “garantizado” de la cuna a la tumba; propagandísticamente hablando, es la idea y el mensaje que dice “despreocúpese, el Estado lo cuida, lo alimenta, lo educa, lo pone a trabajar, lo casa y le da casa, le cuida a los hijos, lo cura cuando se enferma, le educa a los hijos, le pone el transporte, le da un subsidio, lo protege en la vejez, lo entierra y le reza un rosario, y todo “gratis”, pero, como lo dice con mucha certeza un adagio estadounidense, “There Ain't No Such Thing as a Free Lunch” (“No existe tal cosa como un almuerzo gratis”).

El Estado del Malestar, entonces, es un aparato construido desde la política (por supuesto la política negativa imbuida de vicios) que se superpone sobre el ciudadano y bajo la premisa falsa de que “el poder reside en el pueblo” se enquista en el aparato público, y, mientras se rodean de privilegios (los altos y medios mandos del Estado), mantienen unas cuotas de gasto que, a la larga, y dependiendo del manejo ideológico del gobierno de turno va destruyendo y socavando la posibilidad de crecimiento y desarrollo de cualquier nación.

Los vicios inherentes a ese Estado del Malestar se van construyendo poco a poco, y muchas veces van provocando desviaciones sobre la más sencilla lógica económica que establece que un circuito económico beneficioso es aquel donde desde la producción de bienes y servicios permite el consumo de los entes que absorben dicha oferta desde la demanda de los mismos basados en sus necesidades. El sistema de libre mercado toma ese ciclo y genera ingresos para seguir, desde la iniciativa privada y del riesgo del empresario, produciendo más bienes y servicios.

El Estado, que integra ese ciclo, no produce, sino, por el contrario, está ahí para recaudar impuestos que, en un mundo perfecto, deberían ser utilizados para proveer de elementos destinados al beneficio común desde el llamado “gasto público”. El Estado, desde su cabeza ejecutiva hasta el más sencillo de los funcionarios está conformado por empleados al servicio, supuestamente, del ciudadano. Entre los intereses y objetivos de esos burócratas se podría considerar el ofrecer seguridad ciudadana, establecer la infraestructura vial o prestar (sin establecer ideologías o dogmas) el servicio de educación pública.

Contrario a lo anterior, los Estados en nuestra sufrida América Latina (y en otras latitudes) son reinos donde se elige “democráticamente” al Rey por periodos de entre 4 a 5 años, en promedio, con reelecciones definidas o indefinidas (depende del menú constitucional del aparato ideológico de turno). Estos “reinos” se llenan de burócratas, aduladores y cortesanos que se pegan a la ubre del Estado e intentan sacar todo el beneficio posible del mismo. Toda la tragedia y drama de la Revolución Francesa para terminar creando estos reinos de pacotilla que, con su voracidad inagotable, van desangrando a naciones enteras y siguen arrojando desde sus fastuosas mesas, tras cada festín o periodo de gobierno, unas cuantas sobras a un pueblo que, ciego ante ese engaño llamado democracia, recibe con alborozo las migajas mientras aplaude a sus amados lideres o caudillos.

Este Estado del Malestar se ha enquistado en el poder y, al contrario de la creencia de muchos, es el verdadero generador de pobreza tanto económica como mental. Veámoslo de la siguiente manera: usted, ciudadano, tiene una pequeña empresa (país) y comienza a crecer dados los buenos manejos que se han hecho desde su ejercicio como empresario (usted es el dueño y en un aspecto macro es el ciudadano parte de ese país que genera un ingreso); dado lo anterior, decide contratar a un ejecutivo (el presidente en ejercicio de ese país) y además debe contar con otros empleados que ayuden en la buena marcha de ese aparato productivo (funcionarios burocráticos variopintos). Pasa el tiempo y el ejecutivo y los empleados que contrató comienzan a ganar más dinero que usted, se compran, para su propio beneficio, unos cuantos vehículos de alta gama mientras su persona sigue yendo en transporte público a la empresa, contratan, además, un tren de servidores conformado por amigos y familiares (asesores, secretarios, guardaespaldas, porteros, etc.) para engrosar la nómina de la ya alicaída empresa mientras usted sigue viviendo al día y observa como esa empresa (país) que tomó tanto esfuerzo levantar se va hundiendo progresivamente, al tiempo que los empleados que deberían estar a su servicio disfrutan de privilegios groseramente opulentos y, para mantener a flote el aparato burocrático, se endeudan de manera alarmante mientras la empresa (país) se va hundiendo en una espiral de gasto e incompetencia total; de ser la vaca lechera que producía beneficios se ha vuelto una res que, al ser sacrificada, se van comiendo a pedazos en el asado que celebran con cada fiesta electoral o cierre de operaciones ejecutivas.

En un sentido real, el verdadero Estado debería ser aquel donde el presidente y los demás estamentos gubernamentales, sin ningún privilegio (aviones privados, vehículos de lujo, mansiones presidenciales, etc.), estarían al servicio de los ciudadanos; se supondría un Estado reducido y efectivo (mezcla de la eficacia y la eficiencia) dedicado a labores como la prestación de servicios de salud, educación y salvaguarda de la seguridad pública local, regional y nacional (esto limitaría y reduciría el gasto público de manera significativa) y que, además, estuviera organizado con un legislativo que regulara con justicia las acciones de los ciudadanos al tiempo que controlara las operaciones del ejecutivo y, por supuesto, un aparato judicial integrado por seres probos y honestos que sirvieran de contrapeso y control ante las acciones injustas del ejecutivo, el legislativo y de los ciudadanos.

Parece utópico, pero existen naciones con un aparato de Estado reducido y efectivo que, aunque no lo crea, son países con altos niveles de ingreso y una gran calidad de vida; son Estados donde los ciudadanos son más conscientes de sus deberes que de sus derechos y están claros respecto a aquello que predicaba Thomas Jefferson al decir que “El precio de la Libertad es la eterna vigilancia” y, por tanto, si queremos decir que vivimos en una verdadera democracia es importante ser responsables ante la exigencia a nuestros servidores públicos de que deben cuidar nuestros intereses y ofrecer la certeza de la igualdad, pero no desde la demagogia, el populismo o el clientelismo, sino desde la posibilidad de crecer de acuerdo al esfuerzo, al trabajo y a las oportunidades.

Mientras exista la ciega ignorancia, la politiquería, las ideologías dogmáticas, los privilegios groseros de la clase política, el sentimiento de inferioridad del hombre ante el Estado todopoderoso, la desigualdad generada por el paternalismo y un pensamiento basado en la viveza que permite a una gran mayoría saltarse las normas sobre el beneficio común y el respeto al derecho ajeno, mientras ese estado de cosas exista, estamos condenados a la pobreza moral, intelectual, cultural, económica y social.

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