“Que pase el desgraciado” podría ser el título de varios artículos periodísticos que se vieron la semana pasada en distintos medios de comunicación colombianos. La indignación por el conductor tomado se convirtió en ‘el’ asunto de la semana y, con seguridad, en el de las que vienen. Desplazó, sin esfuerzo, a los “word” games, a la pelea de los santos y a la millonaria venta de Isagen. “Queda en libertad estudiante de la Universidad de los Andes” se leía en algunos medios; “Arrepentido conductor ebrio que mató a dos mujeres con su camioneta Audi”, se oía en otros. Prensa, radio y televisión le abrieron juntos el espacio.
Pero, y revisándolo con más detalle, ¿qué tiene que ver que el implicado haya obtenido su grado universitario en una institución o en otra? ¿Habría sido menos grave si su título lo hubiese obtenido, digamos, en la Escuela de Ingenieros, Minuto de Dios, o en la Javeriana? Es más, ¿qué si lo hubiera obtenido en la Unab, o en la Icesi, o en la del Norte? Y en el mismo sentido: ¿qué le aporta al relato la marca del carro? ¿Si hubiera sido un Mazda, un Kia o un Toyota hubiesen sido menos los muertos? ¿Cuál es, acaso, el atractivo de ciertos nombres que los hace irresistible a los titulares?
Muy a pesar de nuestros mejores ideales seguimos viviendo la tensión entre los medios que buscan clientes y aquellos que buscan ciudadanos. Es decir, entre aquellos que ofrecen lo que pide su audiencia, y los que hacen leer lo relevante así a nadie le entretenga. Últimamente, sin embargo, nos enfrentamos a un pequeño adicional: el mundo 2.0. La tiranía de los ‘clics’ para ser más exactos. Una tiranía masiva, inmediata y anónima: la tiranía de la muy afamada, protegida y aplaudida ‘opinión pública’. La opinión del Show de Magaly, de Laura en América, de nuestra propia y exclusiva, justicia mediática.
Si el presunto culpable ya está en manos de la justicia es irrelevante si es mujer, latino, negro, bajito o egresado de la Universidad de los Andes. ¿Por qué los medios no pueden vivir sin mencionarlo? Pues porque vende. Los prejuicios venden. Se afianzan y venden. Pese a toda razonabilidad leemos más de veinte años después utilizar como pronombre del alcalde Petro ‘el exguerrillero’, y aunque los blancos matan igual que los negros, en EE. UU. rara vez se oye que el asaltante era “caucásico y cristiano”. Guerrillero matón, negro violador o terrorista musulmán son adjetivos emocionantes de suyo. Y a la lista nacional: uniandino asesino.
Algunos dirán que no son prejuicios, que no hay sesgo, que todo se cubre, que, en efecto, hace poco hubo otro caso de un joven en Hayuelos y que, ese sí, ya está en La Modelo. Pero, solo por curiosidad, ¿por qué nunca supimos de este caso en el momento del siniestro? Sabemos que el uniandino se apellida Salamanca e iba en un Audi, ¿cuál es el nombre del de Hayuelos? ¿Quiénes son las víctimas? ¿Cuántas hubo? Salamanca estuvo en los medios mucho antes de la decisión de la jueza de dejarlo en libertad hasta el momento del juicio. ¿Y el de Hayuelos? ¿Tiene acaso nombre? Ojalá el Estado lo tenga registrado, porque los medios ni se molestaron; claro, hasta Salamanca.