Una semana en Colombia. Desde siempre, oí que una semana en Colombia es cómo diez años en Suiza, o algo así. Vamos tantas veces muy rápido, sin posibilidad de pensar mucho, actuando con la guía de las emociones, buscando mesías que señalen un camino para evitar pensar y enfrentar los problemas nosotros mismos. Las redes sociales acentúan la velocidad, la ansiedad de los “me gusta” y los “retuits”, la angustia de posicionar la tendencia o de responder a otra. Hay mucha levedad. También es emocionante. Alguna vez, oí al profesor Francis Fukuyama decir que le gustaba ir a dos lugares en el mundo, a Medellín y a China, porque sentía que estaban pasando cosas, que la sociedad y la gente estaba viva y se movían. Que volvía a Estados Unidos y a Europa y se aburría. Eso fue hace más de 10 años, a lo mejor ya no se aburre en el mundo desarrollado que también está convulsionado. Pero, para mí, el movimiento no es un fin en sí mismo, se puede ir rápido al abismo. ¿Quién se acuerda ahora de María del Pilar Hurtado?
El paro es movimiento. El lenguaje es importante en la construcción de la realidad social. Ya está claro: no estamos en una marcha sino en un paro. En mi interpretación de hace una semana, escrita antes del asesinato de Dilan, pensaba que lo importante era la marcha y el primer cacerolazo. Lo que parecía estructural para entender el momento, parece ya diluido. En el lenguaje público se ha posicionado la idea de que estamos en un paro “nacional” y que “sigue” todos los días. Hay un riesgo ahí: ese lenguaje es el del origen sindical de la convocatoria de este y todos los demás paros. Aunque respetable, ese origen y ese lenguaje, intuyo, no interesa a la mayoría de los que salieron el 21 de noviembre y tocaron la cacerola la primera noche.
La representación de la “gente”. Era inevitable. Si se le exigía a Duque que hablara, no podía suponerse que iba a hablar con los cientos de miles que marcharon simultáneamente. Entonces viene la pregunta que toda sociedad debe hacerse: ¿quién representa a quién? Y, representar esa marcha masiva era muy difícil. Las democracias, con diversas maneras, han encontrado que los “políticos” son quienes, en muchas ocasiones, deben representar a sectores de la sociedad. Acá eso no ha terminado de funcionar. Es evidente que el Congreso, por ejemplo, salvo valiosas excepciones, representa a casas políticas de largo arraigo que operan como máquinas políticas. Aída Merlano es la única política que conocen los colombianos de ese esquema. Esos políticos operan para representar sus intereses, no los de ningún sector amplio de la ciudadanía. Operan en el mayor silencio posible.
El clientelismo, enquistado como nunca antes en los ocho años de Juan Manuel Santos, es una barrera monumental para la real representación política del legislativo. De ahí la abstención y que, inclusive entre los que votan, muchos no sepan por quién lo hacen. Sin embargo, acá había otro problema, el lenguaje “ciudadano” de la primera marcha y el primer cacerolazo, volvieron sospechoso a cualquier político que tratara de acercarse a una representación del movimiento. El principal atacado fue Petro porque, como en la campaña presidencial, es funcional al uribismo. Duque, sin agenda, sin rumbo y sin discurso, decidió volver al viejo truco: inflar a Petro. A Petro, intuyo, también le funciona, lo lleva a un terreno en dónde sabe ganar. Puede que le funcione a Duque para animar el antipetrismo fugazmente, pero le hará daño en el mediano plazo, el problema no es Petro, es su gobierno.
El comité del paro. Apareció entonces “el comité del paro”. En la primera reunión con Duque, los colombianos conocimos al “comité del paro” y sus peticiones. Problemático: resulta que quien representa a los cientos de miles no tiene mayor autoridad sobre esas personas. También conocimos las peticiones de ese comité. Más problemático aún: resulta que, cuando una marcha se vuelve masiva, cada uno carga con su motivación. La más poderosa de todas, en un principio, es una sola: participar en algo colectivo, sobre todo en un país, tan fragmentado e históricamente apático. Eso no tiene expresión concreta en un pliego. La del canto popular de “Uribe paraco, el pueblo está verraco”, tampoco. Ahora, no había mejor alternativa. Petro propuso algo delirante, unas asambleas en unos nodos que, por supuesto, no van a funcionar. Pregunten cómo va la organización de la Colombia Humana con ese esquema de Petro trinando instrucciones para organizarse. Si los “políticos” no podían ser los representantes, porque estamos en la inquisición de los “políticos”, entonces debía ser un comité del algún tipo. El único posible era el del “paro”. Qué inmensa responsabilidad. No conozco cómo serán las reuniones de ese comité, pero deben ser difíciles. El problema no tiene solución: el paro nacional “que sigue” y la marcha del 21 de noviembre no son lo mismo.
Duque pataleando. No sé asesorado por quién, Duque decidió empezar a hablar con empresarios y con Fedegán, con un discurso fuerte: que lo que él está haciendo es el programa que representa a más de 10 millones de ciudadanos. Está equivocado y él lo sabe. Duque perdió, y ampliamente, en primera vuelta. No estuvo cerca de tener mayorías, como Uribe había tenido en 2002 y en 2006. En un sistema de dos vueltas, la segunda vuelta representa la aglomeración alrededor de un candidato tanto por lo que representa como por lo que representa su contrario. La victoria de Duque tiene un componente significativo de miedo a Petro. Y, el miedo a Petro, no se representa en su programa si es que, en realidad, lo está cumpliendo. Los que votaron por él, como la modelo Bahamón, dicen que no, que los engañó. Le sirve la argucia retórica para animar a su base, pero esa es diminuta, Duque es un político sin base, fue hecho por Uribe y ya es despreciado por amplios sectores del uribismo. Petro tiene ahí razón: si alguien quiere tumbar a Duque, es el uribismo. No he visto a nadie más en eso. Duque, sin embargo, aún no se libera y sigue en un diálogo que no pinta nada bien. Uno de los que allí estuvo, Julián de Zubiría, describe una dinámica que parece diseñada para fracasar.
Vacíos de liderazgo. En política, cualquier espacio vacío es asunto de una lucha por ocuparlo. Ante el riesgo de un político ocupando un espacio - ¡solamente le fue bien a Claudia López cuando ocupó un espacio porque precisamente dijo que no ocupaba ninguno! – hay mucha pólvora. Hace unos años, un líder peronista me dijo, “en política se usa mucho tirar un cohete, solo para ver quién sale corriendo”. Daniel Quintero, en su nueva condición de renovador de la política nacional, tiró el cohete de la constituyente y todos salieron corriendo. Ya tiene él ese dato, y es el más hábil de todos en convertir esos datos en acción política. Yo tomé este dato: defendiendo la constitución del 91, todos salen a decir que no porque es muy “garantista”, y al otro día, casi todos salen a quejarse que no metan a la cárcel a la Epa Colombia, que queda libre, precisamente, porque la constitución es muy “garantista”. Ahí vamos, con nuestras contradicciones y nuestra levedad que, al fin y al cabo, son el insumo que tenemos para construir mejor ciudadanía y democracia.
Que nos salga bien.
@afajardoa