La revocatoria de Peñalosa se ha convertido en un pulso político que no se puede perder. Este pulso implica no solo conseguir la revocatoria, cuestión importante, sino también aumentar y robustecer el caudal político del movimiento social. Estamos ante un escenario táctico de gran relevancia, pues con el respaldo de más de 700 mil firmas y con una creciente inconformidad frente a las decisiones de la actual alcaldía, la democracia en su amplia concepción podría salir fortalecida de todo esto. Aquella democracia callejera y participativa que se exhibe en las movilizaciones, y que se respalda con la voluntad del constituyente primario de revocar a un gobernante.
Vivimos un momento fundamental para articular y cohesionar las luchas urbanas en la ciudad, partiendo de la unidad de acción demostrada en el proceso de revocatoria; y en el consenso frente a los grandes conflictos socio-ambientales y políticos que enfrenta la ciudad gracias a las decisiones del actual alcalde. Decisiones como aquellas que limitan la participación incidente en la revisión al POT, o que desmontan las políticas sociales y reprimen la inconformidad, por nombrar algunos ejemplos. Pero este consenso también se expresa en las posibles soluciones a dichos conflictos, muchas de ellas de carácter programático para el movimiento social urbano.
La revocatoria y la movilización frente a estas decisiones podrían ser importantes insumos para involucrar decididamente a Bogotá en una discusión necesaria: la construcción de la paz entendida como la implementación de los Acuerdos y como el respaldo y participación en la Mesa de Quito. Esto indica una resonancia no solo distrital sino también nacional del proceso de revocatoria.