Hace dos días, el Concejo de Bogotá aprobó un acuerdo que prohíbe la venta, mantenimiento y adopción de animales vivos en las plazas de mercado de la ciudad y establece las condiciones mínimas que deben tener los establecimientos que tengan esta actividad económica.
Se aplaude esta medida que se venía buscando hace tiempo, esperando que este tipo de acuerdos se replique en todos los municipios del país o se emita una ley nacional de contenidos similares por parte del Congreso de la República, así como futuros donde cualquier comercio de animales sea prohibido. Mientras tanto, se espera que la ciudadanía entienda que la vida tiene valor, pero no precio y que los animales de otras especies no deberían ser explotados para ningún fin humano y eso incluye su comercialización.
La plaza del barrio Restrepo, el barrio donde viví casi toda mi vida, ha sido uno de los principales centros de tráfico legal e ilegal de animales, escenario de innumerables decomisos de fauna silvestre que hice de manera individual, en conjunto con otras compañeras y compañeros y en algunas ocasiones, con instituciones o autoridades. Mientras esto ocurría, con un nudo en la garganta se tenía que omitir los gritos de dolor y desespero de cientos de animales domésticos que se comercializaban en estos sitios, dado que no existía una reglamentación legal que impidiera su venta o tan solo abogara por condiciones mínimas para ello.
Hubo un tiempo en que inclusive decidí reducir o evitar mis visitas a esta plaza de mercado, porque sabía que me iba a encontrar invariablemente con una situación de venta ilegal de animales silvestres o exóticos, con lo cual las actividades programadas en el día se iban al traste, pues un proceso de decomiso normalmente es muy demorado. Así mismo, era algo de nunca acabar, pues así como se decomisaban animales en un día, al otro los explotadores ya tenían otros animales disponibles para continuar con su reprochable negocio. Otro de los factores más relevantes para reducir estas acciones individuales fue no poner en riesgo a mi familia, dado que ya tenía muchos enemigos en este lugar por mis acciones y fui objeto de amenazas por ello. Por ello, se dio paso a la priorización de las acciones coordinadas con instituciones, que lastimosamente no eran continuas.
Así como yo, muchísimas personas del movimiento animalista han puesto en riesgo su vida desde tiempos inmemoriales, para hacer frente a una problemática que hasta hace muy poco tiempo cuenta con instituciones con misionalidades específicas y acciones relativamente continuas, que fueron dando las bases para la estructuración del presente acuerdo distrital.
Es por ello que a la par del acuerdo, es necesario tener en cuenta que hay una memoria histórica en esto que debe ser validada y reconocida. Que los acuerdos y leyes no salen de la nada. Que existen procesos de personas y organizaciones anónimas que contribuyeron a que las normativas fueran estructurándose, gestionándose, exigiéndose, para hacerse realidad.
También es muy importante hacer un gran reconocimiento a entidades privadas como la Unidad de Rescate y Rehabilitación de Animales Silvestres (URRAS) de la Universidad Nacional de Colombia y principalmente a su antigua directora, la Dra. Claudia Brieva y a la Asociación Defensora de Animales (ADA) y sus ex directoras como Constanza Moreno, quienes siempre tuvieron disposición y cabida para recibir a los animales que los activistas voluntarios podíamos decomisar, iniciando los largos procesos de rehabilitación de estos y la no siempre factibilidad de reintroducirlos a sus propios hábitats.
Valga hacer un llamado a no bajar la guardia, pues como dice el dicho "hecha la norma, hecha la trampa" y el comercio ilegal de animales seguirá su camino, por lo que el seguimiento, vigilancia, control y judicialización deberá ser continuo. Es sabido que con las nuevas tecnologías, los delincuentes han encontrado nuevos nichos para continuar con su negocio y ya no es necesario contar con un sitio público de venta, teniendo en cuenta que lastimosamente hay un gran sector de población inconsciente que demanda estos animales.
Así mismo, y ya a nivel nación, se deben generar o profundizar acciones, convenios y normativas transnacionales que combatan el flagelo del tráfico de especies, dado que las leyes no son las mismas en los diferentes países y lo que acá en Colombia es ilegal, en otros lugares es legal. Como ejemplo, en EE. UU. es legal la tenencia de muchísimos de los animales que son arrancados de su hábitat en selvas y bosques colombianos y por supuesto allá se dirige el tráfico. Importante señalar como refuerzo a la problemática, que muchos programas de televisión sobre animales, de origen en ese país, tienen contenidos sobre "mascotas exóticas", que muestran como las familias conviven con diferentes tipos de animales como simios, lagartos, serpientes, aves, peces y hasta insectos, sin ningún tipo de crítica o educación al respecto y desvirtuando lo que debería ser la vida natural de los animales. Cuando algunos sectores de población colombiana observan estos programas, sin criterios morales o de conocimiento de la legalidad vigente, pueden tener deseabilidad de replicar las conductas observadas y terminan siendo parte de aquellos que demandan estos animales.
Al final, con o sin normatividad, el animal humano debe entender que nuestra casa no es el hogar de los animales de otras especies silvestres y exóticas. Que así como nosotros queremos vivir libres de esclavitud, libres de cadenas, libres de explotación, con nuestros semejantes, en nuestro entorno y viviendo la vida que queremos, los otros animales también cuentan con estos intereses básicos y deben tener derecho a ejercerlos.