En esta coyuntura de negociación de la paz en Colombia, han generado admiración y cierto asombro la presencia y dinámica de las mujeres. Ellas siempre han estado en la historia de los conflictos. En la llamada Violencia, de mediados del siglo XX, estuvieron viendo pasar tras sus ventanas camiones llenos de cadáveres, o huyendo de sus tierras con los sobrevivientes de las masacres bipartidistas o masacradas ellas mismas, o iniciando un llanto y una huida que ya lleva demasiado tiempo y que poco a poco las ha hecho pasar, en una especie de mutación, de víctimas llorando por sus hijos o maridos muertos, a otros rostros y otras voces.
Las hemos visto como sobrevivientes, intentando rearmar su vida en las escaleras de un coliseo, en los parques, en los barrios marginales de las grandes ciudades.
Las hemos visto como mujeres memoria, impidiendo olvidar el horror y la iniquidad en plantones, marchas, tomas de entidades públicas, en rituales conjurando sus dolores, tejiendo, encendiendo velas, cantando.
Hemos escuchado sus discursos, rápidamente politizados, muchas veces sin estudiar a ningún autor y sin leer a ninguna feminista, ubicando con claridad el papel del Estado, de los actores armados, diagnosticando las infamias y la pérdidas que deja la guerra no solo en su familia, sino en el país y en el mundo.
También hemos visto decenas de estudiosas del conflicto, aportando luces a los análisis ya repetitivos y desgastados de los politólogos y violentólogos que solo ven el mundo en masculino.
Hoy, estos mismos analistas, así como los expertos de la Cooperación Internacional y los activistas de los movimientos sociales, reconocen en la presencia de las mujeres en los eventos de discusión y construcción de propuestas para la paz y el posconflicto, voces maduras, discursos claros sobre el conflicto, propuestas y ejemplos generosos y creativos para la reparación, para la memoria, para la reconciliación y la no repetición.
Colombia tiene un verdadero contingente de mutantes: mujeres de diferentes generaciones, etnias, acentos, procedencias, voces, rostros, experiencias de vida, capaces de enseñarles a los señores de la guerra (y a las señoras), lo que es pensar, sentir, hablar y actuar en clave de reconstruir, de “sembrar en los cráteres de las bombas”, de analizar, perdonar, narrar, reconciliar, empezar de cero, pero con memoria. Estas mutantes han logrado incluso, impulsadas por la Ruta Pacífica de las Mujeres, hacer una Comisión de la Verdad, con un informe en el que documentan más de 900 casos de víctimas del conflicto armado en el país.
Con excepción del Estado y la guerrilla, que no las incluyen en las comisiones de negociación, en el país se reconoce el criterio de autoridad de las diferentes expresiones de las mujeres para decir y hacer la paz.