Aprender a mirar la realidad para salir del olvido

Aprender a mirar la realidad para salir del olvido

Este es un reto para no dejarse encerrar en las fórmulas de aceptación y naturalización de la desigualdad, la inequidad y la injusticia

Por: Manuel Humberto Retrepo Dominguez
septiembre 23, 2019
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Aprender a mirar la realidad para salir del olvido
Foto: Pexels

Si algo ha hecho mejor que nada el capitalismo depredador del siglo XXI es enseñar a no mirar la realidad tal como es. El marketing de los medios de comunicación ha sido su vehículo de confianza, que no se ocupa de informar sino de formar públicos justamente para que no miren. El capitalismo consolidó el mundo de las falsificaciones manifiestas y de las que transforman lo que ocurre, ubicándolo en un nuevo contexto o dotándolo de un giro sorprendente ( Chul-Han), afirmado a cifras que asaltan la capacidad para saber la verdad o ubicar el rastro de la filosofía y la historia.

Ese capitalismo depredador deconstruye lo que era patrimonio, común, de todos y redibuja lo existente indicando que si no hay números, indicadores y medidores no hay realidad. Cada cifra oculta las causas y a los responsables de cada consecuencia y niega el tiempo, la memoria y la tragedia misma. 100.000 desaparecidos sin historia, ni memoria, borrados en Colombia por virtud del poder corresponsable del crimen. Queda la cifra de dolor como queda la cifra de billones y billones de recursos públicos perdidos en corrupción, sin anunciar las consecuencias en vidas humanas perdidas, mutiladas, hambrientas, sedientas. La realidad que se muestra está falsificada, lleva la lógica de que si un falsificador pinta tan bien como un maestro, ese también es un maestro y no un falsificador, justificando que “los falsificadores y los expertos, no se diferencian en lo esencial, entre ellos se genera una competencia, un duelo por el conocimiento” (Shanzhai, Chul-Han).

Donde había derechos que correspondía al estado respetar y hacer respetar, cumplir y hacer cumplir, las reglas del mercado impusieron dinámicas depredadoras a la política y a la organización social. El barrio ya no es organizado en función de la vida si no del centro de mercado y las libertades individuales convertidas en privilegios para competidores seleccionados por el sistema, no para empobrecidos, marginados, inmigrantes y en general los que no hacen parte del poder hegemónico.

La formación de gente que no mire hace que el desempleado crea que es por su incompetencia y descuido que permanece excluido y a la víctima que es responsable y sienta culpa propia por su desgraciada situación de abandono y olvido. A los jóvenes se les ofrece la idea de que son libres porque podrán comprar, vender o disponer de lo que quieran en un supuesto comercio de iguales inexistente en la vida real. La democracia deambula como retórica sin prácticas sociales que la sostengan y los candidatos a gobernar creen que para ganar en el mercado desigual y corrompido de los votos basta un asesor de imagen y un Twitter. La democracia sin pueblo, ni rumbo y el estado carcomido por elites que lo devoran sin reparo y que cuando sienten riesgo se violentan y disparan.

Los grandes poseedores de los bienes y los medios de producción esconden entre efímeras maravillas de celebración, los daños provocados que tapan con días para el amor, la amistad, los derechos, la paz, la madre, la niñez y la muerte inclusive coronada de regalos. Mercados extendidos, tarjetas de crédito sin límites, créditos para pagar una consulta médica, un semestre de universidad, un viaje. Lo que importa a los dueños es meter gente en su propia colección: de ahorradores, endeudados, enfermos terminales, drogadictos, en todo caso que nadie permanezca afuera de algún sistema inservible que cuenta a los suyos como cómplices, socios o clientes para sostener el negocio.

La lógica del capital solo deja ver el resultado final de cada situación, oculta el proceso del que siempre queda la idea de que efectivamente detrás de cada gran fortuna se esconde un crimen (lo decía Gaitán) y hay cadenas de humillaciones y violaciones en cada cifra final de éxito mercantil, financiero y político, que además tiene partes de engaño, trampa y manipulación. Ranking, subidas y bajadas del dólar, cambios en la bolsa, nunca muestran la realidad. Con destellantes juegos de luces, gráficas e indicadores siempre crecientes dejan en la penumbra astucias y falsificaciones, al igual que lo hace la manita del me gusta y otros tantos inimaginables negocios privados como Facebook, el pajarito del Twitter, la manzana de Apple o los lujos innecesarios producidos con los 20 millones de animales capturados con trampas y 40 millones más criados en granjas cada año.

Mirar la realidad tal como es define el reto más importante para no dejarse encerrar en las fórmulas de aceptación y naturalización de la desigualdad, la inequidad y la injusticia, y contribuye a detectar a los responsables de las humillaciones traducidas a barbarie y engaño. La realidad es portadora de la verdad y convoca a estar dispuestos a no inmovilizarse, a resistir la adversidad y superar las interpretaciones meramente formales o normativas, que están impidiendo comprender el enfrentamiento antagónico entre las mayorías sometidas al capital depredador y su interlocutor capitalista que está eliminando las más significativas conquistas humanas y ahora arrasa con las posibilidades de supervivencia en el planeta y del planeta mismo. El reto de mirar la realidad pasa por entender a los derechos humanos no para aprenderlos si no para aprehenderlos, nunca para recitarlos, ni confundirlos con artificios jurídicos aplicables solo por tribunales de justicia. Son ante todo un marco para la existencia política y corresponde a cada pueblo defender las conquistas anteriores y construir las nuevas orientadas a luchar por los bienes materiales necesarios para vivir con dignidad.

Posdata. Inadvertidos pasaron el Día Nacional de los Derechos Humanos (9 de septiembre) y el Día Internacional de la Paz (20 de septiembre). Los medios ya tienen formado su público para no mirar la realidad.

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