Seamos honestos, el descontento social es el pan de cada día de nuestro país, de hecho, ha sido la constante desde que tengo memoria. No me es posible recordar una época en la que haya primado la calma, ni siquiera cuando pudimos gozar momentáneamente de la promesa de reconciliación que sobrevino a la firma de la paz con la guerrilla de las Farc durante el gobierno Santos, esperanza que ahora vemos está siendo aniquilada descaradamente por el aprendiz de Uribe, un presidente con más pinta de presentador de televisión que de primer mandatario.
Esta nación ha sido y campo fértil para la contienda, y es que nuestros gobernantes, y los lagartos de turno que montan a punta de mermelada, nos la ponen en bandeja de plata; se aprovechan de la polarización, de la ignorancia de las gentes, del miedo mal infundado que nos recuerda que estamos a punto de convertirnos en la próxima Venezuela, nos compran con tamales y lechonas, nos mienten, nos coaccionan, nos enferman y nos matan. Estamos desahuciados; cada día la plata alcanza para menos, nuestros hijos tienen hambre, no podemos ganarnos el pan y no nos educan para que lo hagamos, ya no nos engañan con la falacia de que somos “el país más feliz del mundo”, ni siquiera la consagración del Estado a la Virgen de Chiquinquirá nos convence; sabemos que esta es una estratagema que apela a nuestras creencias para adormecernos.
El aprendiz la ha tenido difícil, muchos dicen que el COVID-19 le salvó la presidencia. Me atrevo a decir que a varios líderes latinoamericanos la pandemia les sentó de perlas. Recordemos que unos meses antes de la hecatombe nuestro lado del hemisferio venía siendo el escenario de diversas protestas que paulatinamente terminaron con el derrocamiento de líderes a los que desenquistaron del poder; por entonces la ira del pueblo le respiraba a Duque en la nuca, aún lo hace, solo que ahora está amordazada por un tapabocas.
¿Cuáles son los mecanismos adecuados para expresar el descontento social?, ¿cómo podemos lograr que la protesta no se convierta en vandalismo? No es un secreto que, en Colombia, las marchas suelen concluir en desmanes que afectan mayormente a la ciudadanía de a pie; al menos así era cuando teníamos la posibilidad de salir a manifestar, ahora el descontento social ha migrado a nuevos escenarios, principalmente son las redes sociales las que se convierten en auténticos campos de batalla de los de aquí y los de allá. Esta es una guerra fría en la que algunos emplean palabras altisonantes, quejas y burlas: los más osados se sirven de mecanismos legales, los temerarios piden que les pasen las pistolas, y los racionales, que son una minoría, siguen siendo aniquilados sistemáticamente frente a los ojos de los que se supone deben protegernos.
Con estos antecedentes parece que reglamentar la protesta social es una muy buena idea, así sería si existiera una auténtica voluntad por escuchar y ser escuchados de todas las partes involucradas, pero la realidad es que, casi siempre, el afán de la fuerza pública es el de mermar el vigor dañando al pueblo con sus voltios, sus gases y sus macanas; pueblo al que juraron servir. Entretanto, erradamente, una parte del gentío cavila que echar a perder la urbe es herir al gobierno, ¡qué equivocados están! Este es un círculo vicioso que beneficia enormemente a las altas esferas del poder que ven en él una oportunidad para desmeritar la lucha social.
Para expresar asertivamente el descontento social es preciso desprendernos de la creencia de que la fuerza consigue lo que el diálogo no alcanza; necesitamos romper con esta maldición generacional que nos impulsa a actuar violentamente y que nos ha orillado a entronar a caudillos a los que poco o nada les importa el bienestar de la nación. También creo que requerimos educar mejor a nuestros hijos, porque sí, la familia es un pilar fundamental que configurará la sociedad; me preocupa ver que se levanta una generación de jóvenes sin dirección que no se interesan por nada ni por nadie, individuos a los que no se les están inculcando valores como el respeto, el cuidado del otro y de la propiedad ajena, muchachos de cristal sin conciencia y sin proyección.
No pretendo decirles cómo protestar, pero sí lo que se podría o debería evitar. Ello es un tema que tendría que importarnos porque la pandemia no durará para siempre, la mordaza tarde o temprano caerá y pronto nos veremos nuevamente en las calles. Más vale aprender de los desaciertos pasados, corregirlos y salir renovados sabiendo que la unión hace la fuerza y que el Estado es la gente, no el gobierno.