Aprenda a lavar carros si quiere ser profesor
Opinión

Aprenda a lavar carros si quiere ser profesor

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agosto 26, 2013
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Hace unos días empecé a ver la afamada serie estadounidense Breaking Bad. Su personaje principal: un profesor de química, quien además de trabajar en el colegio debe lavar carros por las tardes para sostener a su familia porque ser profesor implica tener un trabajo adicional, un trabajo real. Claro, porque la educación es, al parecer, una suerte de profesión inferior, de profesión secundaria a la que se dedican los que no pudieron con más, o, en el mejor de los casos, el hobby altruista de los que sí lo lograron. Y digo hobby, porque ser profesor, obviamente, no es tenida por una profesión de “verdad, verdad”.

Todavía me acuerdo de  la fastidiosa, irrespetuosa pero recurrente pregunta que tuve que soportar cuando decidí hacer mi carrera en Filosofía: “Filosofía, ¿eso para qué? ¿Para quedarte de profesora?” ‘Quedarse’, ¿cómo así ‘quedarse’? Obvio, quedarse, como las mujeres solteras se quedan vistiendo santos. Pero así como hemos tenido que dar la pelea para cambiar la imagen del soltero encantador y la ‘solterona’ fracasada, hay que comenzar a alterar el discurso estigmatizante hacia la profesión más influyente en la sociedad.

Y ni siquiera por justicia sino por pura necesidad: nuestro sistema educativo no se puede seguir sosteniendo con profesores de vocación. Siempre habrá personas que ignoran el fracaso que la sociedad les asigna porque el amor hacia lo que hacen compensa el descrédito. Pero ya vamos para 45 millones de personas, ¿hay amor para educar a tantos? Si nuestro sistema de salud dependiera de las enfermeras y médicos de vocación moriríamos todos en las puertas de los hospitales. Simplemente, hay que admitirlo, no hay corazón para tantos.

Es necesario convocar a una audiencia mucho más amplia, de gente excelentemente capacitada que aspire a ser educador por el prestigio mismo que acarrea esta labor. Los médicos ya no son ricos, los economistas nunca lo fueron, y los abogados son desempleados, ¡pero vaya honor! Por eso tenemos cientos de graduados todos los años. Educadores no tenemos tantos, es más: cualquiera cree que puede hacerlo. Todavía hay quienes me dicen: “Estoy sin trabajo, ¿será que me puede conseguir una clase mientras me sale algo?”.  Y así pasa con algunos exministros y magistrados que aterrizan en la universidad porque se cree (y ellos mismos creen) que su conjunto de anécdotas es suficiente material.

Pero mientras EE. UU. recluta a sus mejores estudiantes para trabajar en la CIA, Finlandia los recluta para seguir una carrera como educadores. Sin ser un país que comparativamente destine mucho más presupuesto a la educación es uno de los que saca a los mejores estudiantes del mundo. Muchos quieren ser profesores pero solo el 10% más capacitado llega a serlo, se entrenan para eso y su sociedad se enorgullece de ellos.

Y es que ahí está el punto: no solo actuamos por interés o por miedo, sino también por honor. El problema con el discurso que tenemos incorporado es que hace de la labor del profesor un des-honor. Como lo he repetido hasta el cansancio en este espacio: el discurso genera realidad. Hasta la economía de mercado se nutre de él. Si la sociedad entera no valora a quien enseña, su valor seguirá en caída. Y con este el valor de la sociedad.

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