Ya van casi dos siglos y medio desde que se promulgaron los derechos del hombre, pilares fundamentales de las democracias. Tal parece que el tiempo ha hecho mella en ellos y hoy es más que común hacer prevalecer la conveniencia del poderoso sobre la el derecho del común.
Increíble como la corte constitucional (con minúscula y sin honores), tutora de esos derechos, se suma a esa tendencia y sin ruborizarse niega el derecho a la libre expresión de la ciudadana Carolina Sanín por el simple hecho de que el ejercicio de dicho derecho afectó a una institución privada.
Simplificando, la ciudadanía puede expresar lo que quiera, pero sí lo que expresa no afecta los intereses de las instituciones. Algo así como "no polarice".
Nadie puede estar siempre de acuerdo con las opiniones de Sanín, pero es precisamente la protección del disenso lo que enriquece la democracia y evita la violencia para aquellos que de otra forma no pueden ser escuchados ni tenidos en cuenta.