Hace unos días leí un tuit de una militante de una organización exmarxista que decía que votar por Petro era perder toda posibilidad de que llegara al poder alguien realmente de izquierda.
De esa manera pretendía justificar su voto por Fajardo. Esa afirmación denota un fanatismo absoluto por su secta u obedece a una ceguera política, muy común en la izquierda infantil, que no le permite ver lo obvio: Colombia nunca ha sido gobernada por la izquierda y Petro, con todas sus contradicciones, es lo más cerca de lo que ha estado de eso y no existe ninguna otra figura que se acerque a esa posibilidad.
Entonces, surge la pregunta de qué hace la izquierda revolucionaria apoyando a un reformista como Petro. Sencillo: el marxismo no es una iglesia a la que hay que mostrarle una pureza ideológica, según la cual, cualquier alternativa al modelo neoliberal hegemónico debe ser rechazada si no sigue los postulados de la socialización de los medios de producción por parte de la clase proletaria.
La izquierda no debe ser el pedestal de lo iluminados que esperan que pase el cadáver del capitalismo por el frente de la casa, sino la trinchera desde la cual se lucha por la dignidad de las mayorías explotadas.
Además, se debe hacer una lectura juiciosa y madura de la coyuntura. El neoliberalismo ha profundizado la desigualdad, mientras el latifundismo, el extractivismo y el paramilitarismo han convertido el campo colombiano en una fosa común. El hecho de que el gobierno nacional deje de operar como el enemigo de los campesinos y los trabajadores ya es un camino hacia el buen vivir o el vivir sabroso. Que el terrorismo de Estado deje en paz a las comunidades es un gran avance, en este país tan golpeado por la clase dominante.
¿Eso hace al Pacto Histórico un proyecto revolucionario? No, y hay muchos hechos que lo demuestran, como la vergonzosa visita de Petro y Francia a una notaría a prometer que no van a expropiar a nadie, cuando hasta para hacer una simple carretera a veces es necesario; o la conformación de la lista al senado donde aparece, por ejemplo, Roy Barreras, un politiquero oportunista que militó en el uribismo y luego pasó a ser firme defensor de Santos.
El Pacto Histórico es otra cosa, es algo cercano a la figura de frente amplio, como el que ha existido en otros países del sur del continente. Es una confluencia de sectores que quieren cambiar el país y sacarlo de la horrible noche que ya va en 20 años desde que Álvaro Uribe Vélez asumió el poder. De ahí que el papel de la izquierda no deba ser el de la triste figura de oposición infantil, pero tampoco el de seguir a ciegas a Petro.
Es en ese frente amplio donde hay que dar una disputa ideológica por la hegemonía. Así como un gobierno de Petro puede girar a la derecha, si esos sectores exuribistas o liberales asumen el papel de dirección política, también podría tomar posturas más hacia la izquierda, e incluso se podría abrir el camino a liderazgos revolucionarios que puedan llegar más adelante a la presidencia.
No es lo mismo pelear contra un gobierno narcoparamilitar que ha dejado miles de muertos, heridos, desaparecidos y exiliados por razones políticas, que dar una lucha por la hegemonía al interior del gobierno.
Eso sí, habrá que dar la pelea. El inmovilismo no es opción porque podría llegar la derecha de nuevo de una forma mas brutal, como ocurrió en Brasil, donde gran parte del movimiento obrero y popular se burocratizó durante el gobierno de Lula (que, valga decir, ojalá logre volver este año al poder), lo cual llevó a hacerle fácil el camino a Bolsonaro, tanto en las urnas como en su modo protofascista de gobernar, atacando a las minorías étnicas y destruyendo de forma más brutal la naturaleza.