Apocalípticos, integrados y alternativos, así es el actual movimiento universitario en Colombia

Apocalípticos, integrados y alternativos, así es el actual movimiento universitario en Colombia

Es vital replantear el abordaje de la crisis de la educación en términos de sociedades alternativas y convivenciales, no de las sociedades dominantes en boga

Por: Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas
diciembre 17, 2018
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Apocalípticos, integrados y alternativos, así es el actual movimiento universitario en Colombia
Foto: Nelson Cárdenas

Han transcurrido algunos meses, de agosto de 2018 a esta parte, que han servido de escenario a lo que suele llamarse el movimiento universitario en Colombia, cuyo fin aún no se avizora según permite juzgar la información disponible. El eslogan de dicho movimiento, dicho en pocas palabras, es harto conocido: por una educación pública de calidad. Desde luego, las palabras que componen este eslogan, pese a lo breve y conciso del mismo, tienen hondas implicaciones que llevan a poner algunos puntos sobre las íes respecto a este movimiento para no sobrevalorarlo, ni infravalorarlo. Esto es, para procurar aplicar aquello de “ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre”. En lo fundamental, este abordaje lleva a tomar en cuenta ciertos aspectos básicos de la naturaleza humana, pues, al fin y al cabo, seres humanos lo son tanto los profesores, estudiantes y administradores universitarios como quienes integran las fuerzas del orden público que están del otro lado. Sencillamente, hemos de evitar a todo trance, si de ser objetivos se trata, el ditirambo y la hagiografía, que no han faltado al respecto en estos meses cual reflejo de la idiosincrasia colombiana misma. Al fin y al cabo, como bien lo señala Leonardo Boff, la especie humana contiene en sí dos dimensiones, la sim-bólica y la dia-bólica, dado que se trata de la ambigüedad fontal de la condición humana. Cada uno posee su dimensión de luz y de sombra, o sea, la sim-bólica (que une) y la dia-bólica (que divide). En otras palabras, somos simultáneamente sapientes y dementes, personas de racionalidad y bondad, y, al mismo tiempo, de irracionalidad y maldad.

Otros autores arrojan más luces a este respecto, como el psicólogo Philip Zimbardo y sus colegas. De hecho, en la historia reciente de la psicología no puede omitirse un experimento realizado en 1971 en la Universidad de Stanford con una subvención de la Armada de los Estados Unidos y bajo la dirección de Philip Zimbardo, cuya fama inspiró un libro con un título más que preocupante por lo revelador del lado oscuro de la naturaleza humana: El efecto Lucifer: El porqué de la maldad, cuya tesis central cabe resumir así: las buenas personas pueden volverse malvadas. Por el estilo, el historiador Carlo Cipolla destaca en algunos de sus escritos que, en el mundo universitario, al pasar revista a los diversos sectores que lo componen (vigilantes, bedeles, personal de servicio, burócratas, estudiantes, profesores y directivos), se ha determinado que la proporción de personas estúpidas es constante de sector a sector, incluidos los galardonados con el Premio Nobel, lo que significa que la educación superior no hace las veces de antídoto frente a la estupidez. Por algo, desde tiempos antiguos, se dice que, contra la estupidez humana, los propios dioses luchan en vano. Y añadamos lo dicho por Marcelino Cereijido, notable investigador en el campo biomédico, autor de un libro que sintoniza con lo previo: Hacia una teoría general sobre los hijos de puta, un libro que se ocupa de los orígenes de la maldad a la luz de la información aportada por la historia y las neurociencias. En particular, las neurociencias han demostrado que, en el ser humano, existe una estructura psíquica denominada como el doppelgänger, sobre el cual señala Cereijido: “Nuestro doppelgänger puede hacernos cometer barbaridades mientras nos mantiene bien al tanto de que estamos transgrediendo una norma, para que tengamos cuidado y actuemos con sigilo; también nos pone al corriente cuando cometemos hijoputeces, las que podemos llevar a cabo mientras nos hace pensar que obramos con justicia”. Y cabe añadir lo aportado por muchos otros autores a este respecto, pero baste con estas pocas muestras.

En todo caso, al mirar el actual movimiento universitario en Colombia no cabe hacer meras dicotomías, ni incurrir en posturas maniqueas, las que solo oscurecen y ofuscan el entendimiento de la situación al reducirla a ultranza. Lamentablemente, si algo ha demostrado la abundancia de mensajes enviados mediante el correo electrónico por los diversos actores del mundo universitario es la tendencia marcada de muchos a presentar a los universitarios con términos ditirámbicos tales como “héroes” y “líderes”. De milagro, todavía no han figurado calificativos como “santos” o “cruzados”. En fin, calificativos como estos empobrecen el análisis de esta problemática al configurar dos sectores supuestamente antitéticos, a saber: los universitarios como “los buenos” y aquellos de las fuerzas del orden público como “los malos”. Por supuesto, un maniqueísmo como este desdice de la propia naturaleza humana a la luz de lo apuntado por autores como los que señalé más antes. Tanto en los universitarios como en las fuerzas del orden público existen el efecto Lucifer, la estupidez y el doppelgänger, lo dia-bólico, que coexiste con lo sim-bólico.

En este punto, de entre tantos mensajes de correo electrónico a este respecto, resulta oportuno destacar uno de un profesor del área de ciencias económicas de la Universidad Pontificia Bolivariana, Nicolás Molina, con motivo de las primeras marchas, realizadas el pasado 10 de octubre, palabras que, así mismo, cabe aplicar a las diversas marchas que siguieron de ahí en adelante:

Otra mirada de la crisis de la universidad (no solo es financiera).

Yo también me quiero preguntar por el sujeto —en sentido antropológico— que salió a marchar ayer. La crisis de la universidad —con mayúscula— también es provocada por muchos de los que salieron a marchar. ¿No está en crisis la universidad cuando en una clase de 30 estudiantes 22 están en Facebook, Instagram o en WhatsApp?, ¿no está en crisis la universidad cuando frente a un documento de 30 hojas los estudiantes dicen “pero eso tan largo” y después buscan un resumen en El rincón del vago?, ¿no está en crisis la Universidad cuando al final del semestre te aparecen 5 estudiantes con el “profe, ayúdeme. Vea que me falta un 0.9 para ganar la materia”?, ¿no está en crisis la universidad cuando al principio de la clase preguntas cuáles son los puntos problemáticos que plantea el texto y todos permanecen callados porque nadie lo leyó o nadie vio nada problemático sino un documento muy “aburrido”?, ¿no está en crisis la universidad cuando ante una prueba final escuchas la pregunta “¿pero cierto que no es acumulativo?”?, ¿no está en crisis la universidad cuando algunos estudiantes faltan y con “avionadas” pretenden que se les borre la falta o se les realice el ejercicio evaluativo que se hizo precisamente en esa clase?, ¿no está en crisis la universidad cuando ya forma parte del lenguaje estudiantil el “negociar la nota” o “materias de relleno” para referirse a las clases de ética?, ¿no está en crisis la universidad cuando el profesor los debe inspirar, motivar o algo parecido porque ellos mismos son incapaces de motivarse o inspirarse?, ¿no está en crisis la universidad cuando ya los profesores debemos instalar herramientas para detectar plagios?, ¿no está en crisis la universidad cuando la mayoría de los estudiantes no saben dónde están parados porque no les interesa la geografía, no saben de dónde vienen porque no estudian la historia y no habitan su lengua porque la hablan y la escriben mal? La crisis de la universidad no es solo por recursos financieros, es también por la calidad de muchos, pero de muchos, de los sujetos “indignados” que ayer salieron a marchar.

Hasta aquí este oportuno texto de Nicolás Molina, que muestra con claridad que el mundo de la educación superior está huérfano en materia de real calidad, pero no ese deplorable concepto de calidad trasplantado desde el ámbito industrial al mundo educativo, con el cual los administradores respectivos pretenden adelantar planes y mal llamadas reformas, que no suelen funcionar bien. En otras palabras, el concepto de calidad que es pertinente al mundo educativo no es el del ámbito industrial, sino el inspirado por la antropología filosófica, disciplina en la que el ser humano es proyecto por excelencia, con la promoción equilibrada y armoniosa de las diversas dimensiones constitutivas de lo humano. Por desgracia, el mensaje del profesor Molina cayó en terreno yermo y estéril a más no poder, habida cuenta de que, en el seno de las asambleas de profesores y estudiantes, al igual que en foros diversos, a lo largo de estos últimos meses, el acento ha estado puesto sobre todo en la dimensión financiera, esto es, no ha sido motivo de preocupación el talón de Aquiles de la calidad de la educación en clave antropológica como la que más, quedando así ésta como una pobre dama vergonzante. Más bien, el movimiento universitario ha reducido la noción de crisis de la universidad a lo que el ya mencionado Marcelino Cereijido denomina como ignorancia financiada. Así las cosas, si quedase resuelto el aspecto financiero de la crisis de marras, aún quedará por delante el gran problema de la crisis antropológica de la educación, no solo en Colombia, sino en Latinoamérica. Mucho me temo que, una vez se retome el ritmo académico propio de las clases, continuarán los males enumerados por el profesor Molina en su mensaje, a los que cabe añadir los propios de las mafias académicas que proliferan como verdolaga en playa.

Para concluir, un detalle que no puede pasarse por alto y que daría para otro artículo: los reclamos de este movimiento universitario en materia financiera tienden a estar enmarcados en la perspectiva de la economía neoclásica, aquella que suele ver a la naturaleza cual cornucopia que provee de recursos en forma dizque inagotable. Por ejemplo, entre las ideas plasmadas en mensajes de correo electrónico que se han visto, figura la de hacer uso de los recursos procedentes de la renta petrolera a raíz de un aumento de los precios del crudo en el último año. Ahora bien, como está debidamente demostrado por los científicos correspondientes, de aquí al año 2030 colapsarán muchos ecosistemas, lo que significa que el planeta no podrá sostener el nivel actual de población, sino que ésta quedará reducida en grado sumo. Por lo tanto, la pretensión de este movimiento universitario en cuanto a que el Estado sostenga por siempre la educación superior no consulta una crisis mucho mayor: la ambiental. ¿Qué pasará con las universidades en un escenario de crisis ambiental global? Por ende, se impone replantear el abordaje de la crisis universitaria en Colombia y el mundo en términos de sociedades alternativas y convivenciales, no de las sociedades dominantes en boga. Esta civilización agoniza.

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