La actualidad mundial nos ha confirmado hasta la saciedad que nuestra sociedad ha evolucionado, convirtiéndose en una comunidad global, cibernética, virtual, donde la humanidad a diario demuestra su dependencia a la internet, los computadores y a los teléfonos inteligentes.
Nuestras costumbres han cambiado, ya no visitamos las bibliotecas sino que ingresamos a Google o cualquier otro buscador, dejamos de escribir cartas para enviar correos, ya abandonamos la comunicación oral entre amigos por las redes sociales o dejamos de expresar un te amo para reemplazarlo por emoticones.
Nos convertimos en seres autómatas, facilistas, que olvidamos las cosas más sencillas y hermosas que nos brinda la vida, como compartir con la familia, contemplar los atardeceres o las noches estrelladas para darle paso a la realidad que nos brinda la pantalla del computador o de nuestro celular.
Pero toda esta realidad virtual es irrumpida de manera estrepitosa, cuando un buldócer cerca a la población de Chimichagua (Cesar) derribó una torre que conduce la electricidad y como efecto domino esta a su vez, precipita dos más, dejando sin el servicio de energía eléctrica a varias poblaciones del sur del Cesar, parte de Magdalena y Bolívar.
Esta emergencia nos desconecta del mundo, causa grandes estragos en nuestra vida cotidiana. Despertamos del mundo virtual y nos encontramos con una dura y cruel realidad, la cual dejamos de percibir por encontrarnos concentrado en nuestros celulares o computadores, la cual como una enseñanza divina, gracias a este apagón comenzamos a percibir y a vivir.
Encontramos que en muchos de nuestros municipios las necesidades básicas se encuentran insatisfechas, debemos volver a tiempos memorables donde nos surtíamos del agua de pozos artesanales porque la mayoría de municipios sus sistema de acueducto son ineficaces o no cuentan con plantas eléctricas que permitan bombear el preciado líquido y abastecer a su gente.
Algunos hogares deben talar árboles para proveerse de leña que les permita cocinar los alimentos de su núcleo familiar, ya que en sus viviendas utilizan estufas eléctricas por la falta de redes de gas natural o la venta de gas propano; muchas familias ven amenazada su alimentación nutritiva y saludable todo porque en sus pueblos no se han implementado políticas que garanticen su seguridad alimentaria.
Así mismo este apagón nos demostró una vez más el negligente servicio de las empresas que prestan el servicio de distribución y comercialización de energía eléctrica, sus planes de contingencia ante cualquier emergencia y la imperiosa necesidad que estas empresas interconecten sus redes para que presten apoyo a las que se encuentren en contingencia.
Fueron tres días de apagón, donde palpamos cómo los ciudadanos abandonaron la desidia por la situación de sus pueblos y levantaron su voz para quejarse por la mala planeación, la paupérrima inversión y gestión de las diferentes administraciones que nos les permitía gozar de bienestar y mejorar sus condiciones de vida, todo esto se percibió gracias a las dificultades que padecían por la falta de energía eléctrica.
Pero como bendición divina se reestablece el fluido eléctrico, los pobladores de estos pueblos olvidados festejan y como por arte de magia dejan de lado las necesidades que sufren sus poblaciones, olvidan sus padecimientos y angustia, vuelven a sumergirse en su mundo virtual, en sus computadores y celulares sin importar que en sus municipios los dineros públicos no se inviertan y reine la corrupción, para ellos el mundo volvió hacer perfecto y la vida debe continuar.