El origen
Esta historia quizás empezó el 25 de marzo de 1814, cuando Antonio Ricaurte, nacido en Villa de Leiva (Colombia), se inmoló a sus 28 años junto a otros combatientes en la hacienda San Mateo (Venezuela), de propiedad de Simón Bolívar, haciendo estallar la pólvora que el ejército español pretendía capturarles a los independentistas. Aunque posteriormente el hecho fue negado por Perú de Lacroix, quien afirmó en su diario que el propio Bolívar le confesó que fue él quien inventó la historia para incentivar a sus soldados, terminó imponiéndose como una hazaña heroica y así quedó solemnemente registrado en una estrofa de nuestro himno nacional: “Ricaurte en San Mateo, en átomos volando, deber antes que vida con llamas escribió”. De este modo, nuestro discutido héroe nacional acaso fue el primer precedente de ciertos suicidas que se siguen inmolando en forma espectacular por la causa de Alá o por cualquier otra y cuya máxima referencia ha sido la colisión de los aviones que hicieron morder el polvo a las apoteósicas torres gemelas de Nueva York, lo cual seguramente habrá sido objeto a su vez de excelsos versos en las lenguas árabe e inglesa.
Flashforward
Hago ahora un largo salto en el tiempo para detenerme, primero, en los cuatro últimos meses del año 1989 en nuestro contexto patrio: Dice la musa memoriosa que el 2 de septiembre de ese año un camión estalló en Bogotá frente al edificio del diario El Espectador; en el siguiente noviembre (día 27) un avión cargado de pasajeros estalló a la altura de Soacha mientras cubría la ruta de Bogotá a Cali; y en diciembre 6, un bus se anticipó a las detonaciones con que se suele celebrar el nuevo año con un estallido descomunal frente al mismísimo edifico del Departamento Administrativo de Seguridad Nacional, también situado en la ciudad capital de Colombia.
Como puede verse, se necesitaron cerca de 170 años para perfeccionar la hazaña de Ricaurte, al agregarle, en ese oprobioso año de nuestra historia en que además fue asesinado Luis Carlos Galán, el detalle de los vehículos automotores como instrumento clave en la concretización del holocausto, apenas 15 años después de haberse estrenado la macabra modalidad de los coche bombas en Dublín. Y ese perfeccionamiento, logrado claro por el inevitable avance de la tecnología, solo se realizó gracias al genio criminal de un hombre nacido en Rionegro (Antioquia) pero que cimentó su poderío en el ejército de jóvenes que florecía y sigue floreciendo en las comunas deprimidas de Medellín, destinado precisamente a explosionar, a hacer añicos, la fragilísima base de las mentiras y las desigualdades socioeconómicas sobre las cuales se ha fundamentado el Estado colombiano. Aunque dolorosísimas y terribles las reseñadas bombas de aquel año, a las que hay que sumar otra buena cantidad de explosiones de menor resonancia que las precedieron y sucedieron, con sus más de 400 víctimas, eran apenas la punta del iceberg. Pues, lo que definitivamente estalló con ellas fue lo que hoy en día, en términos elegantes, se llama el Establecimiento. Tanto fue así que para remendarlo resultó necesaria la emisión, 2 años después, de una nueva Constitución alimentada por el miedo, la cual hasta acogió, en su particular artículo 35, la demanda de no extradición exigida por los nuevos dueños de las siempre ensangrentadas fortunas nacionales.
La Constitución de 1991, de la que luego se derogó dicho artículo, cuando fue finalmente abatido el autor intelectual de los estallidos, creó la ilusión de una cierta estabilidad. Pero en realidad, a la sombra de la misma, se sucedieron una serie de masacres ocasionadas en gran parte por la dispersión del poder unitario de Escobar en diferentes grupos que operaban en los territorios siempre abandonados del Estado, los cuales, aunados a la idea de erradicar los sempiternos grupos subversivos del país (contribuyentes también con aportes innumerables del fenómeno Ricaurte), alimentaron la ilusión de un mesías. Mesías, también nacido en la Medellín de Escobar, que, en vez de traer paz, azuzó la guerra luego de ser recibido con varias bombas y ningún platillo, una de las cuales fue accionada desde un vehículo que, como Ricaurte, hizo volar en átomos no tanto la sólida estructura del Club El Nogal sino a 36 personas que se encontraban allí al momento de la fatal explosión y que desencajó para siempre los de otras 200 víctimas, el 7 de febrero de 2003.
Como en la serie de Dark, para que no olvidemos nunca el hecho fundacional de Ricaurte y su mito reiterativo, 16 años después, en enero de 2019, fue una camioneta la que estalló en la Escuela General Santander, llevándose consigo en su desesperado viaje al Más Allá a 23 jóvenes que, como los de las comunas en las que el Patrón reclutó a su ejército de sicarios, aunque con métodos más civilizados, también se educaban para la guerra.
Epílogo inconcluso, pero previsible o el eterno retorno en el presente
Como debe saber el lector, el 6 julio de 2020 un camión de combustible estalló en Tasajera (Caribe colombiano). El hecho no tenía que haber causado pérdidas humanas, ya que el conductor y único pasajero del vehículo había logrado salir unos minutos antes y, a diferencia de nuestro héroe Ricaurte, buscaba la forma de evitar el desastre, no provocarlo; a pesar de ello, 41 habitantes del pueblo han muerto en razón de las graves quemaduras ocasionadas por una explosión que ellos mismos propiciaron al tratar de apoderarse de su carga preciosa: la gasolina. Es decir, el dinero, que por escasear en los bolsillos de los jóvenes de Medellín y Tasajera, o alimentar la ilusión de los que se entrenan para conseguirlo en lugares como la Escuela General Santander, sigue siendo la mecha, el detonante, de estas interminables explosiones de los automotores que circulan por las sinuosas, peligrosísimas, calles y carreteras de Colombia.