Hola, poeta
Hablo en nombre de algunos de tus amigos (no de todos, por supuesto) otros tendrán otras cosas para decirte. Sé que estás en una clínica enfermo (qué vaina tan jodida), eso no se te ve bien, no te luce. Te luce, en cambio, la lucidez y el amor a tu país. No le des el gusto a la derecha de irte; aguanta. Recuerdo nuestras charlas bobas, tus chistes bobos; charlas en la que citábamos a nadie, salvo al pato lucas (que lo hacías tú) y nos caímos al suelo de la risa (bueno: es una exageración), y recuerdo que los dos estábamos cagados del susto por un conversatorio en Cúcuta. Pero te fue bien. En cambio, a mí, me volviste mierda. Y me mirabas con esos ojos paternales de “pa que aprenda mijo”. Y aprendí. Te llevé el otro año a Cúcuta y puse a otro cristiano para que los leones los destrozaran, y yo salí incólume. Y bebimos y fuimos felices, carajo. Nuca más había estado (ni estaré) en conversatorios contigo. Prefiero verte (bueeeeeeeeno, podré ser cobarde) y no discutir, pero tu conversación privada es un género literario.
Tu presencia no fue solo para apoyar la Feria del Libro de Cúcuta (tenías otras invitaciones del mundo) sino un acto de amistad; y lo recuerdo, Toño. Y te lo agradezco. Y me peleaste por la hora en que te puse el avión, pero, ¡ajá!, Toño, no fueron cosas mías. Y en el hotel, hablamos de Musil, y te dije que el personaje de Musil era el hermano mayor de Ignacio, y apenas sonreías.
Recuerdo nuestra charlas sobre Harold: está loco. No lo dices, tú. Lo digo yo. En fin. El punto es que estás enfermo de verdad, no como aquella vez en la que decías a tu nana (no recuerdo el nombre de ella), lo siguiente:
-Me estoy muriendo
Y ella preguntó:
-¿qué tienes?
-que me estoy muriendo
Ella no se inmutó y dijo
¿Qué tienes, Antonio?
Y como si tratara de un cáncer, o una enfermedad terminal, dijiste:
-Tengo gripa