En estos días de efervescente condolencias por la partida de nuestro insigne escritor, Gabriel de García Márquez, [aquí va cualquier epíteto relamido como "el hijo del telgrafista de Aracataca"] se nos olvida que su retrato de la realidad colombiana es asombrosa no solo por ese matiz de contradicciones sino por la contundencia de una realidad que puede superar la ficción. Leyendo una reciente antología de otro escritor, menos laureado, Lucas Caballero Calderón, Klim Ciento Por Ciento, editorial Debate 2013, encuentro que su queja recalcitrante, esa ígnea puya, y ese sarcasmo con el que dibujaba nuestro país, especialmente durante la época del Mandato Claro, el período presidencial de Alfonso López Michelsen, es tan actual como lo fue entonces. Y no menos, los objetos de su aguda sorna: nepotismo rampante, adquisición de latifundios por medios deshonestos, carreteras, viajes en naves de uso oficial para familiares y lagartos, la justicia corrupta, la televisión llena de sandeces inmarcesibles, contratos, notarías, consulados y embajadas. No hay duda que este país no tiene memoria, o tal vez si hay duda, porque ya lo olvidó. Hoy, la historia no solo se repite, sino que hace una hipérbole monstruosa, como de tsunami, se engodzila, se agiganta y se enriquece en todo tipo de corruptelas, cohechos y una inmoralidad vestida de mojigatería, merced a la cual, hombres de supuesta dignidad impoluta se abrogan el papel de inquisidores de la moral pública, imponiendo su agenda de intolerancia, abusando del poder impunemente, mientras compran prebendas, apoyos, votos, y favores impíos de la clase política, que se ha convertido en el conjunto humano que concentra los virtudes más enojosas: el chanchullo, la mentira, crímenes variopintos, robo al erario, hasta la patanería y el homicidio. ¿De dónde, pues, recuperaremos la memoria? necesitamos una revolución juvenil que se concentre en la virtud, no me refiero a las fingidas e histriónicas demostraciones de moral religiosa, sino en la defensa del derecho ajeno, la honestidad, la transparencia, el respeto mutuo, hasta la puntualidad. Diálogos de paz sin principios, tumbar ollas expropiando abusivamente, o haciendo endechas de cursilería por un hijo de la patria que prefirió morir expatriado no se resuelve nada, es la misma amnesia, es la continuidad de la misma cleptocracia.
Antología de un país sin memoria
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