En medio de la tormenta que generó el affair Uribe/Samper Ospina hace algunas semanas, tuve la osadía de replicar en Facebook un mensaje de las dos señoras geniales de pañoleta y sombrilla, Tola y Maruja. En medio de las cartas indignadas de algunos, de las campañas para cancelar suscripciones de la revista Semana de otros y de la agresiva y violenta grosería de unos cuantos (de lado y lado), me pareció oportuno darle juego al humor y unirme a las venerables comentaristas en una solicitud: “Tola y yo somos cerradas y trancadas por dentro: algún paisano que nos explique cómo ofendió Danielito Samper a los antioqueños
No habían pasado 15 segundos y se dejó venir la andanada. “Usted no es antioqueño”, “Se cree de mejor familia”, “media tinta” (por no defender el orgullo mancillado de la raza), “flojo y acomodado” (por pensar en Colombia y no en Antioquia). Me acusaron de no saber leer y me vaticinaron futuras derrotas electorales por mi indolencia descarada. Hay que ser justos, también hubo algunas frases de aprobación y de apoyo pero como siempre, retumbaban más duro los ataques y señalamientos.
En medio de la controversia y después de intentar, infructuosamente, de explicar que Daniel Samper O, como lo que hacen los humoristas en todo el mundo, hacía una exageración y una caricatura y que, dado lo grande y compleja de Antioquia y lo variado que somos los antioqueños, yo no me sentía ni ofendido ni aludido por su columna titulada “Proclama por la Independencia de Antioquia”, pensé que en el fondo lo que sucedía era una combinación de estrategia electoral (para algunos puede funcionar aquello de “provincia irrespetada por poderes centralistas, vota verraca”) y de muchas preguntas alrededor de lo que significa ser “antioqueño” en el año 2017.
En el 2013, para los 200 años de independencia de Antioquia, desde la Gobernación y en compañía de la academia y la empresa privada realizamos una amplia y juiciosa investigación sobre los “Valores, representaciones y capital social”* en el Departamento. La celebración era una buena oportunidad para repasar, revisar y actualizar lo que pensábamos de nuestro territorio, de nuestra cultura y de nuestra identidad como antioqueños. Después de todo, en 200 años estos más de 60 000 km2, sus 9 subregiones y 125 municipios, como todas las regiones del país, han experimentado grandes transformaciones y profundos cambios.
Lo primero que reveló la investigación es que,
contrario a los gritos de algunos por estos días,
los antioqueños nos sentimos tan orgullosos de ser colombianos como de ser antioqueños
Lo primero que reveló la investigación es que, contrario a los gritos de algunos por estos días, los antioqueños nos sentimos tan orgullosos de ser colombianos como de ser antioqueños. Incluso en algunas subregiones las personas se sienten más colombianas que antioqueñas. Para sorpresa de muchos, solo el 6 % de los participantes en el estudio considera que el regionalismo es una cualidad que nos distingue y, de este pequeño porcentaje, la mayoría son habitantes del Valle de Aburrá (urbanos) y de estratos altos y medios (de ¿“mejores familias”?). En general los antioqueños quieren conectarse con el mundo (50 % tiene familiares viviendo fuera del país) y la tolerancia figura como el primer valor que se quiere enseñar a los hijos.
Se dice que la religión ha desempeñado un papel importante en la vida de los antioqueños, pero el estudio mostró que el porcentaje de personas afiliadas a una Iglesia en Antioquia (38 %) es bastante menor que en el resto del país (77 %). De esos afiliados, el 60 % se consideran practicantes (asisten por lo menos a un oficio a la semana) y, lo más importante, piensan que la pertenencia a una religión no es un factor determinante frente al cumplimiento de la ley. Ser religioso en Antioquia no hace a la persona más preocupada por adecuar su vida a la legalidad.
Finalmente, el estudio reconoció que la pujanza sigue siendo un rasgo tradicional del antioqueño pero, y esto conectado a la apertura al mundo y a la transición poblacional (la población antioqueña es más joven), cada vez más se entiende que la misma solo es un valor si va acompañada de respeto por la ley porque de lo contrario se considera una amenaza. ¡Enhorabuena!
Me atrevo a decir que ni Daniel Samper O. ni los indignados que lo señalaron de irrespetuoso han leído la investigación. Si lo hubieran hecho quizás la columna hubiera sido tachada de inexacta, como máximo. Aunque pensándolo bien, el cambio sería poco, porque los datos, las reflexiones y las cifras no venden libros o boletas y tampoco aseguran votos. Además, desafortunadamente, algunas de las caricaturas que retrata el columnista siguen más que vigentes, e incluso en el poder.
*Para ver la investigación completa:
http://www.eafit.edu.co/centros/analisis-politico/publicaciones/proyectos-investigacion/Documents/Valores%2C%20representaciones%20y%20capital%20social.pdf