Cuando un Estado quita más de lo que devuelve, cuando chantajea día tras día con más impuestos que se ven esfumarse una y otra vez en cuanto ingresan a la caja registradora, no puede ese Estado más que dar sensación de parásito, de bacteria corrosiva en lo más profundo del hueso y la carne.
El Estado parásito, el que cobra y dilapida, ese que alterna gobiernos que promueven en su canal de televentas un nuevo mundo; igualdad, democracia, seguridad, educación, honestidad, bienestar, justicia, solidaridad, derechos o inclusiones, ese Estado usurero te mete la mano al bolso para pagar sus nóminas, sus congresistas, sus contralores, su burocracia, sus favores, sus amistades, las deudas políticas de toda la vida, las huellas mezquinas de la familia, sus jueces, los amigos, las mordidas, la improvisación, sus obras inconclusas, sus medias escuelas, sus trozos de hospitales, sus balas, la pensión vitalicia de los prohombres, el voto de los votantes, sus carros, sus esbirros con carnet, tantos castillos de naipes, sus promesas rotas o la gula de sus lujos podridos.
Te garrapatean impuestos por trabajar, por tener una casa propia, un carro; por contratar, por la salud, por vender o comprar, por circular, por usar una cuenta en el banco, por la gasolina, por comer. Para eso uno elige en el naipe de partidos y fotografías de candidatos sonrientes; pero te roban en la calle, gastas tres o cuatro horas diarias en ir al trabajo y volver desajustado a casa, pisas abismos en las aceras, respiras basural, ves a tus hijos empezar a arrastrar la vida en una escuela magra y tonta, se te va la idea de existir comparándote con otros, viéndote más afectado que otros, quejándote de penas de la cotidianidad mientras construyes aspiraciones desnutridas de ciudadano ilustre.
El país que nos toca es de costumbre alcabalera, cobradora; un lugar de recolectores de impuestos ungidos de economistas y buenos padres de familia. En la antigüedad los recaudadores de tributos, tan violentos como insensibles, eran de preferencia ladrones redimidos que trabajaban para el emperador o el señor y se maquinaban su tajada. Mateo, antes de hacerse santo, fue también recolector fiscal.
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El país que nos toca es de costumbre alcabalera, cobradora; un lugar de recolectores de impuestos ungidos de economistas y buenos padres de familia
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En realidad, produce escozor pagar y no ver crecer una flor. Que no se repartan mentiras como poesías del mundo feliz: Colombia tiene una de las tasas de tributación más altas en el planeta, tributan ricos y pobres, y los impuestos se los han robado los mismos, con iguales técnicas; que no te digan medias verdades, pues los pobres también llevan su parte de cargas y se tienen que poner siempre al hombro la más pesada.
El problema acá nunca ha sido de impuestos insuficientes, como si se tratara de una mosca en un vaso de agua; la pestilencia acá ha residido en que se alzan los impuestos los que hacen las leyes de impuestos, los que los vigilan, los gusanos expertos en descuartizar el Erario, en matarse a codazos hasta llegar a la cumbre de investiduras públicas y entidades desde donde tirar su red.
Un cerebro que se consagra a poner o amenazar con más impuestos no es gran cosa, y hacerlo, en fin, no es una proeza. Gran cosa es conseguir que no se los roben, hacerlos dignos de ser cobrados y pagados, darle vuelta a la educación desigual de hoy, a la violencia de hoy, a la pobreza, a la codicia pública de hoy.
Nadie sería tan tonto como para pensar en un mundo sin más impuestos, sin más persecuciones, sin multas o cargas, pero hierve la necesidad de resistirse a pagar por que sí, negarse a ser desvalijado por un Estado parásito que te cobre, te saquee, que no te proporcione respiro, ni tranquilidad, ni afecto.
Últimamente, cada vez que los alcabaleros vienen con su inteligencia, cada vez que veo el país irse más en corrupción, en politiquería, en amiguismos, en escalamiento de mercachifles, es como si fueran cobrando movimiento uno a uno en la biblioteca los libros, las protestas, las resistencias de la Comuna Antinacionalista Zamorana, los de Chomsky, Camus, Trotsky, Bakunin, Proudhon, la Desobediencia Civil de Thoreau.
Hasta hoy, buena parte del recaudo se ha ido en el festín de políticos, y siguen libres. Muchas cosas hay que cambiar del país si se quiere que la de ahora sea una tributaria digna, racional. Cualquiera que no sea un ladrón paga satisfecho si ve crecer una flor, una escuela, un buen ejemplo.
Publicado originalmente el 18 de agosto 2022