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Cada día sabemos más que sabemos menos. Cada día nos acercamos más a la confusión porque la sabiduría se traspapeló en las angustias de una peste mal interpretada. Las farmacéuticas montaron su engranaje para tener como meta la venta de 8.000 millones de vacunas y se olvidaron de buscar el medicamento que frenara la peste de un tajo. El orden, que más parece de novela de ficción, lo han impuesto entre una entidad con cada vez menos credibilidad como la OMS y la censura ejercida por los nuevos dueños del mundo. Los países ricos y los fabricantes de las vacunas acapararon la opción de salvación que ellas significan y han dejado a los países pobres esperando infectarse, sufriendo la misma rabia inútil del habitante de la barriada que ve cómo en la casa de enseguida desayunan, almuerzan y comen y él apenas si se toma un trago de café en la mañana y una aguapanela con pan en la noche.
No estoy exagerando. Es el caos. Todos los países parecieran seguir ensayando métodos para huir de la peste y ninguno acierta. Las variantes del virus parecen ser superiores a los esquemas dispuestos para atajarlas. Las ciudades van y vuelven de las cuarentenas o de los aislamientos o entran y salen del desespero de no poder escoger correctamente el reingreso a la vida normal o insisten en seguir prohibiendo. Las naciones donde más han vacunado son las que más duro han soportado el golpe de la tercera ola. En algunos como Colombia la opción de arrimarnos al caos va aumentando porque los test de infección son insuficientes y las vacunas llegan a cuenta gotas ,o dejan de llegar como la china, y los que nos aplicamos la primera dosis no vamos a clasificar para recibir la segunda.
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Nadie sabe de verdad, si el rebrote mayúsculo de la peste en Antioquia es de la misma enfermedad anterior o los pacientes han sido contagiados de las variantes brasilera, inglesa o sudafricana
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Para completar, todos nos imaginamos, pero nadie sabe de verdad, si el rebrote mayúsculo de la peste en Antioquia es de la misma enfermedad anterior o los pacientes han sido contagiados de las variantes brasilera, inglesa o sudafricana porque los laboratorios del Ministerio de Salud no investigan sobre la clase del bicho que arrastra los paisas a la muerte. No sabemos si encerrarnos o salir corriendo. La gran mayoría no sabe si vacunarse o negarse a esa opción de vida. Pocos médicos recetan la ivermectina o copian el coctel del ancianato San Miguel que salvó a los viejitos. Los altos funcionarios del estado que se han curado tomándola, prefieren quedarse callados para que no los acusen de desobedecer a la OMS. Las curvas de muertos o de infectados no parecen seguir patrones repetitivos. Es el caos. Pero, así y todo hay que seguir viviendo hasta que ese desorden nos devore o cese de repente.