Una médica de confianza me dijo que muchos de los historiales clínicos empiezan señalando el estado de confusión y desorientación con el que el paciente asiste a la consulta. Es justamente lo que cabría decir de Colombia en estos momentos. Un país desorientado y confuso que se quita y se pone compulsivamente la corbata (a veces se la pone para irse a dormir y se la quita para irse a trabajar) y alterna estados de euforia con etapas de depresión. Sufre asimismo episodios de agresividad verbal, especialmente acusados en las discusiones familiares y tertulias televisivas. Si Colombia fuera una persona (y lo es: un individuo colectivo) su historial clínico sería preocupante. Llegaría a Urgencias de la Clínica Colombia profundamente dividida entre intereses políticos incompatibles, aunque inhabilitada para elegir el que más le conviene. De momento, como diría un médico: “se solicita informe a endocrinología para evaluar el estado de la tiroides”.
Desconocemos cómo tiene Colombia la tiroides, pero se le altera el carácter a velocidad de vértigo. Y no hay acuerdo de paz sobre la terapia a seguir. Tampoco sobre a qué especialista remitirlo. Muchos enfermos en esta situación acaban olvidados en cualquier dependencia de la clínica, muriéndose a toda prisa mientras nos enfrascamos en monólogos interminables con una cierta apariencia silogística. Y aquí no hacemos otra cosa que justificar hechos. Razonamos de manera obsesiva, como el que se ducha nueve veces al día o el que sube historias a Instagram cada cinco minutos. No importa la hora a la que enciendas el laptop o prendas la tele, siempre encontrarás a alguien razonando. Y el poder de convicción de algunos es tal, que, si tú fueras médico, le darías el alta inmediatamente.
No sé, como decía una médica que en algún momento me salvó la vida: “Camilo, quizá, si estudiaras tus antecedentes familiares se te ocurriría algo”. Es verdad, cuánta razón tenía ella…