Amo a los hombres y mujeres que por sus principios hacen de cada paso un acto de dignidad, a ellos se les debe la creatividad inusitada de avizorar caminos, desnudar realidades y arropar de ternura los lugares de la memoria. Así me encontré con la acción sobre la nominación emanada de los sentipensantes del sur profundo, aquellos que guardan sus mejores sonrisas a pesar de la desdicha del momento.
Para cualquiera es fácil encontrarlos aun cuando quedan pocos, se sujetan fuertemente del amor, cultivan con la historia la fortaleza de su vientre y se lanzan a cocinar recetas de nuevos mundos, a estos y estas los he visto caer, sortear la soledad de la derrota, pero también calcular el próximo salto de liebre sobre los pajonales del páramo, corriendo fuertemente por salvaguardar la vida de los sueños.
Hoy mi profesor León Adolfo Atehortúa comienza su huelga de hambre, tal vez me está dando la clase de Ética y Política más importante del momento, en un país donde se alimenta con bienestarina a los cerdos, no se invierte en un municipio porque es como perfumar un bollo, y donde se condena a la muerte a los jóvenes de todos los bandos porque la guerra es un negocio. Este maestro es un arquitecto de esperanzas y solo nos pidió una cosa: “acompáñenme porque el hambre da mucho frío”.
Es así como con nuestro aliento debemos cobijarlo, abrazar su vitalidad creciente y por que no acariciar sus cabellos, este hombre no es la materialidad corpórea de un individuo, es el cuerpo social de un colectivo de maestros que está reclamando algo sencillo, la educación de su pueblo como un derecho para forjar una Colombia diferente.