En el mundo entero se escucha cómo se ha venido apagando el sistema, desacelerando su irrefrenable deseo de producir mercancías en un frenesí insaciable que parecía eterno.
Una diminuta partícula, denominada por la comunidad científica como COVID-19, logró lo que la razón no ha podido, el miedo a desaparecer como individuos -miedo directo- está cambiando la forma de pensar y asociarnos los seres humanos.
Diversos análisis publicados por revistas y medios científicos calificados atinan a que ha sido el consumo exacerbado, la destrucción de las formas de existencia de los animales y sus hábitats, la urbanización desmedida y el acorralamiento y consumo de diversas especies por los humanos, las causas principales del coronavirus, cuyo foco de contagio inició en Wuhan, China.
La sociedad, como la conocemos, se encuentra en un proceso de transformación, cuyos resultados son imprevisibles. Supondría uno que de superarse la crisis del COVID-19, tendríamos que reformular los sistemas y modos de producción y de contera, nuestra forma de asociarnos y de vivir, pero esa sería una proyección fútil y ligera.
Ahora, de lo que se trata es de sobrevivir y contribuir a que las pérdidas humanas sean menores que lo que dicen los pronósticos estadísticos, de acuerdo al comportamiento expansivo del virus.
Estamos viendo a personas querer pescar en río revuelto, pastores exigiendo diezmos a pesar de la crisis, artistas vendiendo tapabocas a precios exorbitantes, supermercados encareciendo los productos, políticos corruptos intentar lavarse las caras con supuestas muestras de solidaridad, empresas exigirle a sus empleados trabajar sin protección y sin recursos y un largo etcétera de esa insensibilidad a la que nos habíamos resignado.
Pero estamos viendo también a empresarios enviar a sus trabajadores a casa con los sueldos garantizados, a empresas renunciar a la ganancia para garantizar el aislamiento, al personal de salud sacrificarse a diario a pesar del riesgo al que están expuestos.
Falta demasiado aún, falta que a los profesionales de la salud se les garanticen sus recursos, que se les aumente el salario, que el gobierno asuma con firmeza y propiedad las riendas del asunto y transmita confianza y seguridad a los ciudadanos, tomando las medidas que recuperen y fortalezcan al sistema de salud para atender a los contagiados que se vienen en masa.
Tenemos una curva alta de crecimiento por contagio. Disponer de hospitales y clínicas privadas para atender a los enfermos, aprender de lo que sucede en España e Italia, donde a los médicos les toca escoger entre los que tienen más expectativa de vida para ser atendidos y los que no son enviados a casa a morir agónicamente.
Lo que viene para Colombia es de proporciones inconmensurables, los presos nos dieron un campanazo el día de ayer con los amotinamientos.
Nadie, léase bien, nadie se va a dejar morir de hambre sabiendo que hay alimentos guardados en almacenes y supermercados.
Garantizar la comida, los ingresos y las herramientas e instrumentos sanitarios para atender a los enfermos son decisiones inaplazables.
Cuba, silenciosa y disciplinadamente ha venido prestando sus servicios a los países con mayor número de contagio. Son nuestros vecinos y nuestros hermanos, es hora de superar el sesgo ideológico y buscar su ayuda, nos llevan décadas de ventaja en materia de salud. El gato, sea blanco o negro, lo que importa es que cace ratones, trinó un extremista del uribismo hace unos días felicitando a la alcaldesa de Bogotá.
Que la máquina se apague, que el miedo haga lo suyo pero que no nos domine y que el cerebro se reactive para actuar con inteligencia.
Las crisis nos hunden o nos hacen mejores somo sociedad, he aquí una oportunidad.