En un reciente evento con Hollman Morris, un periodista históricamente comprometido y “campeón” de la libertad de expresión, aproveché para consultarle, de buena fe y sin pretensiones, sobre su silencio —y el de la plana mayor del autodenominado progresismo— ante las movidas autoritarias de Quintero. Su respuesta fue directa y concreta: inicialmente me dijo que no tenía por qué asumirse en esos debates (no estamos en Bogotá) y que “entiende” los errores de Quintero, ya que está librando una batalla contra el uribismo y el GEA.
A Morris, tan activo y crítico con Claudia López, a quien le dedica parte de su actividad en Twitter, poco le importa que el alcalde censure medios de comunicación, se rodee de periodistas que “le hagan caso como un verraco”, hostigue a la prensa crítica y ridiculice a sus opositores. Nada de eso importa, pues el progresismo, según se desprende de su visión, solo valora a Quintero a partir de su ruptura con ciertas élites locales y en su bravuconada permanente con el uribismo. Vaya miopía.
Lo de Hollman me resulta curioso porque es un periodista reconocido y no tuvo la más mínima solidaridad con los periodistas que vienen siendo hostigados en Telemedellín (como sí lo hicieron Rodrigo Uprimny y Ana Bejarano Ricaurte). Al igual que Petro y otros dirigentes del progresismo, guardó absoluto silencio ante un evidente acto de censura y una clara muestra de autoritarismo.
A Petro, creo entenderlo, porque seguro ve en Quintero un activo importante en una plaza que siempre le ha sido hostil; además, gran parte de su equipo en Antioquia, cercano a Quintero desde la segunda vuelta presidencial en 2018, se integró rápidamente al gabinete con puestos de nivel intermedio en la Gerencia Étnica (Farlín Perrea) y el Museo Casa de la Memoria (Jairo Herrán).
Para el petrismo paisa, Quintero está asumiendo una defensa de lo público que en algo recuerda la que libró el mismo Petro cuando fue alcalde de Bogotá, enfrentado con una poderosa élite económica y el uribismo. Poco importa que su gobernabilidad en el Concejo se sustente en la repartija de puestos con la clase política tradicional (y parte del uribismo); que los medios críticos (y no solo es El Colombiano) sean hostigados y censurados; la represión a la protesta social; el reciclaje de la “bodega de Fico”; y el reciente reacomodo clientelar para favorecer algunas aspiraciones al Congreso (como la del liberal Iván Darío Agudelo y el verde León Freddy Muñoz).
Ante eso, el progresismo paisa, estructuralmente integrado en la repartija burocrática, poco tiene que decir. Nada objeta, nada opina y nada cuestiona.
De ahí que el silencio de Morris solo haga eco del silencio de Petro. Al parecer, el líder de la Colombia Humana debe “cuidar las formas” con Quintero porque lo necesita para restarle espacio al uribismo en Antioquia y de paso aprovechar la maquinaria de la alcaldía. Solo faltará que el “tiro no le salga por la culata”, pues parte del grupo de Quintero se encuentra apoyando las candidaturas de Camilo Romero y Alejandro Gaviria. Sin olvidar que Quintero es bastante leal a César Gaviria (el mismo que salió fichado recientemente en los Pandora Papers) y no resultaría descabellado que, de cara a 2022, el expresidente, maestro de la politiquería y dictador del Partido Liberal, lo llamara al orden.
Volviendo a Morris y al evidente malestar que le generó mi pregunta, ratifico que no tiene el más mínimo sentido que un proyecto que se dice progresista, sustentado en principios como la defensa de la libertad de expresión y los derechos humanos (la oposición es un derecho fundamental), guarde silencio ante un mandatario autoritario. Un silencio que se torna denso viniendo de periodistas y dirigentes que han sido víctimas de la persecución y hostigamiento que se engendran desde el poder.
¿Cómo interpretar ese silencio? La respuesta también es sencilla; en la práctica, encubre la preeminencia de criterios como la posición de Quintero frente a la contingencia en Hidroituango y también evidencia la mezquindad de un cálculo electoral. Mucho más en un alcalde que rivaliza con Fajardo y Federico Gutiérrez en una plaza estratégica de cara a 2022. Tampoco hay que olvidar que a diferencia de lo que ocurre en Bogotá, la plana del progresismo paisa, en otros tiempos tan crítica, le “hace harto caso” a Quintero.