Sí, mi querido amigo izquierdista. Yo sé que los viernes con tus amigos vas a Galería Café Libro a darle cabida a la nostalgia. Te empachas de guaro y de Lebron Brothers hasta que a las tres de la mañana te cierran la puerta en la cara. Sé que tu nicho, el mismo que creyó que acá iba a ganar Petro con facilidad, el que le apostaba la casa entera, en su desconocimiento absoluto de la Colombia profunda, a la victoria aplastante del referendo por la paz, en tu nicho siguen prendiéndole veladoras al ´Grupo Folklórico y Experimental Nuevayorkino y creen que la figura más idolatrada de la juventud latinoamericana es Héctor Lavoe.
Pero tu nicho no es el mundo querido amigo izquierdoso. Tu nicho ni siquiera es Bogotá. Uno desde la triste provincia cree que este sigue siendo el corazón de la salsa latinoamericana, que aún se encuentran lugares en el sur como Rumbaland o la Jirafa roja en donde los domingos de matiné los bailadores se extasiaban a punta de guarachas y mambos, que aún los muchachos de la Nacional llevan sus eternas y masturbatorias discusiones políticas a sitios como El Goce Pagano o Quiebracanto. Pero ya nada de eso existe, ya todo eso ha ido como lágrimas en la lluvia.
El declive empezó en 1995, justo cuando Antanas Mockus sacó su ley zanahoria. El entonces alcaldetuvo una hipoxia cerebral temporal y se le olvidaron sus noches de salsa dura y guaro al lado de su íntimo amigo Alberto Littfack, creador de Galería Café Libro y le entró la moralina de achacarle a la fiesta la causa de la exacerbada violencia que vivía la noche bogotana a mediados de la década del noventa. El propio Littfack se burló en su momento de su querido amigo y dijo que la medida zanahoria lo único que cambió “fue que los atracos y los accidentes de tránsito se iban a presentar más temprano”. La hora zanahoria limitaba la rumba a las 12 de la noche, la hora en la que un bailador apenas está calentando motores. Todos los locales de salsa entraron en declive. Casi nos matan la rumba.
Mientras en Barranquilla y Cali la Sonora Matancera se escuchaba con fuerza,
la fría capital, asquerosamente anticosteña,
abrió su primer bar de salsa hasta finales de los sesenta
Bogotá descubrió la salsa tarde. Mientras en Barranquilla y Cali la Sonora Matancera se escuchaba con fuerza desde la década del cincuenta, la fría capital, tan asquerosamente anticosteña, abrió su primer bar de salsa a finales de los sesenta cuando al arquero de Millonarios, Senén Mosquera, le dio por abrir Mozambique, un bar ubicado a dos cuadras de la iglesia de Lourdes. Después vendrían La Gaité, el bar de otro exfutbolista, Hernando Mono Tovar y ya, con la llegada de Cesar Pagano y su goce en 1978, los sonidos afrocubanos le pusieron sabor a la lluviosa noche bogotana.
Justo cuando la ola salsera retrocediera en Nueva York, Bogotá se encumbraba pero llegó Mockus y le asestó una puñalada a la rumba. Los bares claudicaron, se fueron cerrando. De los emblemáticos solo quedan en el Sur dos, El Panteón de la Salsa y El Templo de la Salsa. En Bogotá solo resisten Quiebracanto y Galería Café Libro, quien cada día se traiciona más. En los últimos años han surgido templos como Casa de Citas del maravilloso Carlos González en la Candelaria o Salzburgo, el lugar de Fernando España frente a la Universidad Javeriana que aún se preocupa por hacer eventos académicos o lanzamientos de libros como el que escribió César Pagano sobre los Van Van que se llevará a cabo este jueves 17 de enero.
La decadencia del Sello Fania, el desinterés de los pobres por sonidos que invitaban al levantamiento, al Hacha y al Machete, el advenimiento del reguetón y del uribismo, el cierre de l Goce Pagano y la ida a España del pastuso José Arteaga, quien sería el recambio natural del estudioso César Villegas, fueron acabando el ideal salsero bogotano que se redujo al Nicho de los muchachos de izquierda que escuchan la radio Nacional o Javeriana Stereo. Eso es un hecho que ni siquiera los valientes y tercos mamertos, que aún compran vinilos de la Orquesta Libre, podrán negar.